Aunque chocohólicos anónimos pueda sonar a chiste, basta con investigar un poco para darse cuenta de que hay algo más. Aunque muchas personas están dispuestas a comer más lechuga, pueden reaccionar violentamente si les tocas sus antojos, declarando que solo les arrancarás su tableta de chocolate con avellanas de sus manos frías y muertas, o que no conciben la existencia sin una tarrina de medio litro de esos helados americanos con nombre sueco.
¿Son adictos a la comida? O al menos, ¿a cierto tipo de comida? El periodista ganador de un Pulitzer Michael Moss escribió un magnífico libro titulado “Salt Sugar Fat: How the Food Giants Hooked Us” (Azúcar, sal y grasa. Así nos engancharon los gigantes de la alimentación) describiendo con precisión cómo esa combinación de ingredientes hace que no podamos dejar de comer cacahuetes con miel, chocolate con leche o patatas fritas en bolsa.
Hay un delicado baile de sensaciones en juego: la comida dulce es evolutivamente atractiva para los humanos, porque nuestros ancestros casi nunca tenían acceso al azúcar en la naturaleza. El día feliz que encontraban un panal de miel se ponían hasta arriba: era energía que se iba a almacenar en sus cuerpos en forma de grasa y les ayudaría a sobrevivir durante el invierno.
A eso se le suma la grasa, el combustible preferido del cuerpo, y el componente más valorado por esos mismos ancestros en los animales, que se comían las vísceras y el tuétano y dejaban la carne magra para los otros animales carroñeros. Por último la sal, un compuesto casi mágico que hace que el azúcar sepa más dulce, la comida sea más crujiente y disfraza los sabores amargos desagradables que tienen muchos de los productos procesados por sí solos.
Estos alimentos se denominan en inglés highly palatable (altamente sabrosos) y están en el punto de mira de todos los estudios sobre adicción a la comida. Sobre todo, porque en comparación, los casos de adicción al brócoli y las coles de bruselas son raros.
Pero primero hay que saber qué constituye una adicción, algo sobre lo que los psicólogos tampoco se ponen de acuerdo. Los trastornos alimentarios, como la anorexia o la bulimia, tienen relación, pero no son lo mismo. Usar el término adicción para la comida ha sido objeto de controversia, en parte porque los síntomas que determinan la adicción no son iguales para todas las sustancias: el alcohol o la marihuana producen ebriedad, pero el tabaco no, por ejemplo.
En el caso de la comida las diferencias son mayores, y aquí entran en juego factores que no tienen que ver con la comida en sí: biológicos, psicológicos y de comportamiento. Porque aunque parezca mentira, las sustancias no provocan adicción. Es nuestro cerebro.
Cosas que le gustan al cerebro
En general se considera que hay adicción cuando la persona pierde el control consumiendo algo. Esta sustancia se convierte en una obsesión e interfiere con su vida cotidiana. También hay síndrome de abstinencia, es decir, dolor y malestar si se retira la sustancia adictiva.
Podemos imaginar el cerebro como una red de carreteras: donde hay más tráfico, y más intenso, se refuerza físicamente la conexión, añadiendo más carriles. Si tienes que usar una contraseña a diario, el cable que une las neuronas encargadas de recordarlo se vuelve más grueso. ¿La contraseña de MySpace? Si la usaste solo un par de veces, se te ha olvidado por completo.
Pero no basta con la repetición, también hace falta motivación. El núcleo accumbens de nuestro cerebro es el que regula la recompensa, y el responsable del refuerzo de los comportamientos aprendidos. El neurotransmisor que lo activa es la dopamina, que sube como la espuma con las experiencias placenteras: ejercicio, música, sexo, y también la comida.
La mayor parte de las drogas sustituyen o inducen una mayor cantidad de dopamina, y producen modificaciones físicas en el cerebro, encendiendo o apagando determinados genes. Es decir, las drogas cambian el cableado de tu cerebro , y se ha comprobado que la comida, específicamente el azúcar, también afecta al mismo circuito.
En un estudio se dio a dos grupos de participantes batidos con el mismo sabor, pero mientras unos teniÌan azuÌcar, los otros teniÌan carbohidratos complejos que se absorbiÌan lentamente. El nuÌcleo accumbens se iluminaba como un aÌrbol de navidad con los batidos azucarados, que ademaÌs luego provocaban en los sujetos una caiÌda de glucosa y un antojo de dulces, que no sentiÌan quienes tomaban el batido con carbohidratos inofensivos.
Pero todos conocemos a personas en forma que comen dulces sin caer en la compulsión. El sistema de recompensa por sí solo no explica la adicción a la comida, ni ninguna otra.
Adicción o vicio
Durante muchos años se pensó que la adicción era un mecanismo muy sencillo: si pruebas heroína, y te gusta, la tomarás más veces. Después de repetir unos días, la heroína hace su trabajo y ya no puedes pasar sin ella: te has vuelto adicto. Fácil, ¿no? Pues no.
Varios investigadores están descubriendo que no es tan simple. Si tu abuela sufre una rotura de cadera, lo más seguro es que la tengan en el hospital durante un mes conectada a un gotero de diamorfina, que es heroína, mucho más pura que la que se encuentra en la calle. Sin embargo, cuando le den el alta, tu abuela no se habrá convertido en una yonki ni necesitará bajar al poblado para conseguir su dosis.
La sustancia es solo el instrumento de la adicción. En su libro Chasing the Scream el autor Johann Hari explica como un entorno de apoyo y conexión con personas queridas hacía que los soldados que regresaban de Vietnam, donde se habían convertido a adictos a la heroína, pudieran dejarla por las buenas, sin problemas, en un 95% de los casos.
El origen de la adicción parece estar en el dolor, específicamente psicológico. El adicto está buscando hacer frente una situación de estrés imposible, como la guerra, o el trauma producido por abusos sexuales, como narra James Rhodes en su libro Instrumental. Si el trauma y el estrés ya están ahí, el mundo ofrece multitud de mecanismos de supervivencia, desde las drogas hasta el juego, pasando por la comida, o incluso correr largas distancias, que tienen rasgos adictivos.
Para algunas personas, comer compulsivamente es una forma de afrontar el estrés, la ansiedad y el dolor. Esta es la clave en la adicción a los dulces, ya que la ingesta de azúcares hace descender los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y produce una descarga de dopamina similar a los opiáceos.
También se ha comprobado que el estrés crónico y la ansiedad tienen en muchos casos un papel determinante en el origen de la obesidad. Por desgracia, este mundo en que vivimos nos da a diario múltiples oportunidades para estresarnos.
Síntomas de que eres adicto a la comida
Este es el test de adicción a la comida de la universidad de Yale. Debe ser evaluado por profesionales de la psicología o la psiquiatría, pero te puede dar una indicación de cuáles son los síntomas de que hay un problema. A cada pregunta hay que responder en una escala desde “nunca” hasta “todos los días”.
- A menudo tienes antojos de determinados alimentos, a pesar de haber terminado una comida nutritiva y estar lleno.
- Cuando te dejas llevar y empieza a comer el alimento que se te antoja, a menudo te encuentras con que comes mucho más de lo que tenías previsto.
- Cuando comes alimentos que se te antojan, a veces comes hasta el extremo de sentirte a reventar.
- Te sientes culpable después de comer determinados alimentos, y sin embargo te encuentras comiéndolos de nuevo al poco rato.
- A veces te inventas excusas en tu cabeza para justificar por qué deberías estar comiendo el alimento que te produce un antojo.
- Has intentado repetidamente dejar de comer o poner límites a ciertos alimentos (como por ejemplo incluir días libres en los que te saltas la prohibición) pero no ha funcionado.
- A menudo ocultas a los demás tu consumo de alimentos poco sanos.
- No te sientes capaz de controlar tu consumo de alimentos poco sanos, aunque sabes que te están causando daños físicos, incluyendo la ganancia de peso.
Salir de la adicción a la comida no es fácil, pero hay una serie de pasos que puedes seguir, que consisten en hacer consciente tu comportamiento:
- Escribe una lista de las comidas que tienden a provocarte antojos, y con las que te atracas. Así te será más fácil evitarlas, por ejemplo, no comprándolas.
- Escribe otra lista con los restaurantes o tiendas donde puedes conseguir comida sana. Así tendrás siempre a mano una alternativa a la comida basura.
- Planifica. Haz una lista semanal de tus comidas y haz la compra con los ingredientes que necesites.
- Escribe los motivos por los que quieres comer mejor, y pega esa lista en tu frigorífico. A veces hace falta un recordatorio.
Cuando todo falle, no lo dudes y busca ayuda profesional.