El agua que sale de tu grifo contiene cloro en cantidades mínimas y esto se considera uno de los grandes avances en salud pública del siglo XX. El cloro es un bactericida, incluso en esas cantidades tan pequeñas evita la proliferación de microorganismos que hace solo cien años se cobraban millones de vidas.
Se calcula que la esperanza de vida aumentó en un 50% a partir del momento en que comenzó la cloración del agua, ya que eliminó casi por completo la mortalidad por cólera, disentería y fiebre tifoidea, enfermedades transmitidas a través del agua potable. Para hacernos una idea, solo las epidemias de cólera de Valencia y otras ciudades españolas causaron 800.000 muertes entre 1834 y 1890.
Pero, ¿cuál es el precio de esta disminución en la mortalidad? El cloro es tóxico, como descubrieron los incautos que siguieron el consejo de Donald Trump de beber lejía para combatir el coronavirus. Aunque a lo largo de décadas de estudio se han establecido límites de seguridad muy estrictos al cloro del agua potable, puede haber otros efectos sobre la salud que no son tan evidentes.
Como sabe cualquiera que haya llenado una pecera con agua del grifo, incluso esos niveles tan diluidos pueden afectar a los seres vivos. Si estos compuestos son efectivos para acabar con las bacterias que causan enfermedades, también lo pueden ser, por desgracia, para matar las bacterias beneficiosas que viven en nuestro intestino.
Las bacterias que sí nos hacen falta
Nuestro cuerpo es el hogar de unos 100 billones de bacterias, virus, hongos y otros microorganismos que actúan como un ecosistema del que nosotros, como humanos, solo somos una parte, en una compleja relación de simbiosis que solo empezamos a comprender.
A cambio de un sitio donde vivir y prosperar, especialmente en intestino grueso, las bacterias nos proporcionan energía, nos protegen contra virus y enfermedades, eliminan residuos, producen la mayor parte de los neurotransmisores del organismo y regulan nuestro sistema inmunitario. Sin microbiota no podríamos vivir.
En los últimos años se ha comprobado sin lugar a dudas que las alteraciones de la microbiota, llamadas disbiosis, están asociadas a todo tipo de enfermedades: obesidad, alergias, enfermedades autoinmunes, diabetes tipo 1 y cáncer colorectal entre otras muchas. Los cambios en las bacterias intestinales también afectan al cerebro y se han encontrado relaciones con la depresión, autismo, ansiedad y otros muchos trastornos mentales.
La interacción con la microbiota funciona en los dos sentidos. La composición de las poblaciones de bacterias en nuestro intestino cambia con el tiempo, con la dieta, los seres vivos y los contaminantes del entorno e incluso con nuestro estado de ánimo y bienestar general.
También sabemos que cuando barremos la población de bacterias en nuestro intestino con antibióticos, no solo ponemos en riesgo a otras personas favoreciendo el desarrollo de bacterias resistentes, sino que aumenta el riesgo de enfermedades, infecciones secundarias, alergias y obesidad.
Cloro y bacterias
Por desgracia todavía no hay suficientes estudios para saber con seguridad hasta qué punto y de qué forma la cloración del agua afecta a nuestras bacterias intestinales, pero sí indicios suficientes de que está afectando en algún modo.
Un estudio de toxicología de 1987 descubrió que el consumo de agua con niveles incluso bastante bajos de monocloramina, un desinfectante de uso común que persiste en el agua potable durante más tiempo que el cloro, perturbaba el sistema inmunitario de las ratas.
En otro estudio con ratas embarazadas, las que consumieron agua clorada vieron su microbiota alterada, reduciendo la diversidad de las poblaciones de bacterias en sus heces, y más importante aún, las crías que consumían agua clorada después de nacer ganaron más peso que las que no.
Estos estudios no se pueden reproducir tan fácilmente con seres humanos, pero sí se dispone de algunos estudios observacionales. Por un lado los investigadores encontraron diferencias en la microbiota de los bebés alimentados con biberón, que estaba poco desarrollada comparada con la de aquellos criados con leche materna, pero también observaron cómo la elección de agua del grifo influía en el desarrollo de las poblaciones de bacterias de los niños.
Se ha podido comprobar que los fallos en el correcto desarrollo de la microbiota en bebés prematuros o en los nacidos por cesárea afecta al desarrollo del sistema inmunitario y al del sistema nervioso, aumentando el riesgo de trastornos como las alergias, enfermedades autoinmunes o el autismo.
Por otro lado, es difícil saber hasta qué punto el cloro en el agua afecta a los adultos. Nuestro estómago produce ácido hidroclórico para hacer la digestión, que además tiene un papel muy importante para eliminar posibles patógenos antes de que lleguen al intestino. Este ácido de cloro concentrado convive con la microbiota intestinal, por lo que la forma exacta en la que el cloro del agua puede llegar y afectar a las bacterias del intestino está todavía por determinar.
¿Se puede eliminar el cloro del agua?
El cloro es un gas, pero la cantidad de este cloro libre en el agua del grifo según la regulación europea es mínima, menos de un miligramo por litro. Este cloro libre disuelto es fácil de eliminar. Al tratarse de un gas basta con dejar el agua reposar durante unas horas para que se evapore.
El uso de cloro libre ha sido sustituido en los últimos años por las cloraminas, compuestos de cloro y nitrógeno, que tienen menos probabilidades de formar compuestos tóxicos, y que están limitados en Europa a menos de 2 miligramos por litro. Estos compuestos son más estables frente al aire y la luz, lo que permite que el agua siga libre de microorganismos en el camino desde la depuradora hasta nuestro grifo. Pero esto también quiere decir que no se pueden eliminar por evaporación. En este caso solo los filtros caseros de carbón activado o de ósmosis inversa pueden eliminar estos compuestos.
La solución no es sencilla. Aunque en algunos sitios han surgido propuestas para suspender la desinfección con cloro del agua, los riesgos para la salud por enfermedades infecciosas son demasiado grandes, algo que se puede comprobar visitando cualquier país en desarrollo donde el agua no es segura.
Otra opción es el control de daños. Comer una gran variedad de verduras y alimentos fermentados, o suplementos probióticos son formas de mantener la población de nuestras bacterias en buen estado.
¿En qué se basa todo esto?
Neurotransmitter modulation by the gut microbiota. Modulación de los neurotransmisores por la microbiota intestinal.
Role of the Microbiota in Immunity and inflammation. Papel de la microbiota en la inmunidad y la inflamación.
Current understanding of dysbiosis in disease in human and animal models. Conocimiento actual de la disbiosis en la enfermedad en modelos humanos y animales.
Effect of gut microbiota on depressive-like behaviors in mice is mediated by the endocannabinoid system. El efecto de la microbiota intestinal sobre los comportamientos de tipo depresivo en ratones está mediado por el sistema endocannabinoide.
Autism Spectrum Disorder Associated With Gut Microbiota at Immune, Metabolomic, and Neuroactive Level. El trastorno del espectro autista se asocia con la microbiota intestinal a nivel inmunológico, metabolómico y neuroactivo.
Antibiotic-Induced Changes in the Intestinal Microbiota and Disease. Cambios inducidos por los antibióticos en la microbiota intestinal y la enfermedad.
Immunotoxicologic evaluation of chlorine-based drinking water disinfectants, sodium hypochlorite and monochloramine. Evaluación inmunotoxicológica de los desinfectantes del agua potable a base de cloro, hipoclorito de sodio y monocloramina.
Effect of chlorine water consumption on phenotypic and microbiome development. Efecto del consumo de agua con cloro en el desarrollo fenotípico y del microbioma.
Infant diet and maternal gestational weight gain predict early metabolic maturation of gut microbiome. La dieta del bebé y el aumento de peso de la madre durante la gestación predicen la maduración metabólica temprana del microbioma intestinal.
Connection between gut microbiome and brain development in preterm infants. Conexión entre el microbioma intestinal y el desarrollo del cerebro en los bebés prematuros.