El cómico Des Bishop arrancó un buen puñado de risas a su audiencia a principio de año al contar que, cuando era adolescente, nadie hablaba de mindfulness (conciencia plena). “Éramos conscientes la mitad del maldito tiempo porque no teníamos más remedio. Si esperabas a alguien, esperabas. Si ibas en autobús, ibas en autobús, viendo caer la condensación en los cristales. Si querías devolver un VHS, tenías que rebobinarlo. Mindfulness. ¿Has rebobinado algo en tu vida?”.
La llegada de los teléfonos inteligentes ha cambiado, puede que para siempre, nuestro comportamiento cotidiano. Se calcula que hay casi 7.000 millones de teléfonos inteligentes en el planeta, casi uno para cada ser humano, y el número crece más rápido que la población.
El cerebro es un órgano adaptable y cambia su configuración para poder desempeñar mejor la tarea que realiza con más frecuencia. Por ejemplo, diferentes estudios han comprobado que los taxistas de Londres, que tienen que pasar un durísimo examen para obtener su licencia, para el que deben memorizar todas las calles de la ciudad, tienen el hipocampo (la parte del cerebro donde se localiza la memoria) más desarrollada que el resto de las personas.
Del mismo modo, nuestros cerebros, y en especial aquellos de los más jóvenes, se están adaptando para desarrollar una habilidad diferente: cambiar de tarea sin parar, y eso es algo que tiene un precio.
Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 40% de los niños de 11 años en España tiene teléfono móvil. Esta cifra sube al 75% a los 12 años y al 90% a los 14. Pero no se trata solo del acceso, que es ubicuo, sino del uso que se hace de estos dispositivos, en especial, de las redes sociales.
En España, 30 millones de usuarios acceden a diario a las redes sociales, invirtiendo una media de 46 minutos al día, pero este tiempo se dispara a los 70 minutos en la generación nacida a partir de 2000, que no han conocido un mundo sin Internet, según el informe de GfK DAM. En el mismo informe se revela que la red más usada por los nacidos a partir de 1990 es Instagram, que se lleva la mitad del tiempo que dedican a las redes sociales, unas nueve horas semanales en total, seguida por TikTok.
Redes sociales: diseñadas para provocar adicción
El psicólogo B. F. Skinner es conocido por desarrollar la teoría del condicionamiento operante, que explica por qué determinadas conductas se repiten. En su “caja de Skinner”, el investigador ponía ratas y una palanca que les daba comida cuando la presionaban. Así, la rata aprendía a presionar la palanca cuando tenía hambre y el resto del tiempo descansaba. Por el contrario, si se desconectaba la palanca, y dejaba de dar comida, pronto la rata abandonaba y dejaba de presionarla.
Sin embargo, Skinner introdujo una perversa variación: a veces la palanca proporcionaba comida a la rata, y a veces no, de forma aleatoria. Esto se denomina refuerzo intermitente. El resultado fue que la rata presionaba la palanca constantemente, en un estado de cada vez mayor agitación.
Las teorías de Skinner tienen una aplicación práctica inmediata en los seres humanos: las máquinas tragaperras. Una conducta, poner dinero en la máquina, puede resultar bien en un premio o en nada. El objetivo es que el sujeto siga poniendo dinero en la máquina tragaperras, sin parar, y es uno de los comportamientos que derivan en ludopatía.
Es fácil entender el paralelismo con las redes sociales. Un gesto, deslizar con el dedo, produce una cadena infinita de contenidos, algunos interesantes y otros no. En el caso de las aplicaciones de ligue, los contenidos son personas, en un juego que se parece aún más a una tragaperras, buscando hacer match.
No hace falta que estés usando el teléfono. Un estudio publicado en Nature comprobó que, solo con tenerlo delante, por ejemplo, encima de la mesa mientras hablas con otra persona, está ocupando capacidad de proceso de tu cerebro y reduciendo tu atención
Además, el uso de estas aplicaciones fragmenta la atención. El cerebro humano no es multitarea. En su lugar, aprendemos a pasar de una tarea a otra muy rápidamente, pero, en cada cambio, es necesario una adaptación a la nueva tarea, y esto tiene un coste en tiempo y efectividad. Con el uso de las redes sociales como fuente de información y entretenimiento, y la avalancha de información a la que nos sometemos, perdemos la capacidad de concentrarnos.
No hace falta que estés usando el teléfono. Un estudio publicado en Nature comprobó que, solo con tenerlo delante, por ejemplo, encima de la mesa mientras hablas con otra persona, está ocupando capacidad de proceso de tu cerebro y reduciendo tu atención.
La atención robada
Johann Hari es un periodista y escritor británico conocido por su trabajo en temas de adicción, salud mental y crítica social, y ha escrito libros sobre la adicción a las drogas y la depresión. Una de sus últimas obras se titula El valor de la atención: por qué nos la robaron y cómo recuperarla (publicado en España por Península).
En su libro, Hari repasa la evolución de las redes sociales desde la aparición de Facebook en 2005. Al principio, el acceso era a través de la web, y para captar la atención de los usuarios se empleaban recompensas como los 'me gusta', que acumulaban las publicaciones. Al llegar al final de una página web, había botones para pasar a la página siguiente.
Pero en 2006 el ingeniero Aza Raskin desarrolló la técnica del scroll o desplazamiento infinito, que eliminaba la paginación de las webs. En su lugar, al llegar al final de la pantalla, se cargaban nuevos contenidos a medida que el usuario se desplaza por la página, sin fin.
Según sus estimaciones, el desplazamiento infinito incrementa el tiempo empleado en una aplicación en un 50%. Ahora Raskin reniega de su invento. Es uno de los fundadores del Centro para la Tecnología Humana y muy crítico con los efectos de la tecnología en las personas. El centro es el responsable del documental El dilema de las redes sociales, disponible en Netflix, donde se exponen estas tácticas de las grandes empresas tecnológicas.
El modelo de negocio de las plataformas sociales se basa en una sola métrica: el tiempo que una persona pasa mirando la aplicación. Más tiempo, más exposición a los anuncios, más ingresos por publicidad. Más tiempo, más capacidad de la aplicación para analizar los comportamientos individuales y mostrar contenidos que aumenten el tiempo de uso, como los polarizados políticamente y las teorías de la conspiración, y anuncios personalizados con más probabilidades de terminar en una venta.
El modelo de negocio de las plataformas sociales se basa en una sola métrica: el tiempo que una personas pasa mirando la aplicación. Más tiempo, más exposición a los anuncios, más ingresos por publicidad
Facebook realizó una investigación interna para ver cómo afectaba la polarización política a su plataforma. El informe Common Ground fue tajante: “Nuestros algoritmos explotan la atracción del cerebro humano por la división”. El grupo de trabajo fue disuelto.
Las redes sociales no existen para mejorar la vida de las personas, sino para extraer lo más valioso que poseemos: nuestro tiempo. Distintos especialista tanto en psicología como en tecnología no dudan en describir este diseño como “adictivo”, y proponen una solución. Las redes sociales podrían pasar a ofrecer sus servicios a cambio de una suscripción mensual, como las plataformas de streaming. Esto haría desaparecer la publicidad y abriría la puerta para que estas aplicaciones sirvieran, en su lugar, para recibir preferentemente información de amigos y familiares, o conocimientos útiles –pero esta fórmula acarrearía un importante sesgo en función del poder adquisitivo–.
Cómo recuperar la atención
Los expertos empiezan a considerar el uso compulsivo del teléfono móvil como una forma de adicción, que puede afectar a las relaciones sociales, reducir la capacidad cognitiva y la capacidad para procesar las emociones negativas, lo que deriva en un deterioro de la salud mental y física. Hay una serie de pequeños cambios para conseguir librarnos de la dependencia del móvil y recuperar nuestra atención:
- Hacerlo consciente: usamos el teléfono de forma automática, un primer paso es usar la opción de “Tiempo de pantalla”, que mide el tiempo que pasamos en cada aplicación. Puede ser mucho más de lo que piensas.
- Desactivar notificaciones: la tecnología de las notificaciones se denomina “push” (empujar) son llamadas de atención que hacen que perdamos la concentración en lo que estamos haciendo. En su lugar, desactivarlas nos hace recuperar el control y usar la estrategia “pull”, es decir, nosotros decidimos cuándo queremos ver los nuevos mensajes.
- Aplicaciones de control: en los teléfonos actuales se pueden establecer límites de uso de determinadas aplicaciones (aunque es fácil saltárselo). Otras apps como Freedom o Antisocial limitan el tiempo de uso y bloquean el acceso hasta el día siguiente.
- Dejar el teléfono fuera de la vista: tener el teléfono delante es un estímulo para usarlo, en su lugar, déjalo fuera del dormitorio para que no interrumpa tu sueño, dentro de tu bolsillo para evitar que interrumpa la conversación con otra persona, y en un cajón o un armario cuando necesites concentrarte en una tarea.
- Buscar otros estímulos: las redes sociales nos atrapan por nuestra necesidad de conexión y nuestra curiosidad por descubrir cosas nuevas. En su lugar, recupera las relaciones sociales en persona, las actividades en grupo, especialmente al aire libre, y el aprendizaje de nuevas habilidades, como un idioma o un instrumento, que te obliguen a concentrarte.
Johann Hari relata en su libro como intentó romper su adicción al móvil, retirándose durante un mes a un pueblo costero sin Internet. Durante ese tiempo pudo leer libros, escribir, reconectar con amistades y sentirse pleno y satisfecho. Pero cuando regresó, en unos pocos días todo volvía a ser como antes y vivía pendiente de su teléfono. La desconexión digital puede ser beneficiosa, pero Hari recomienda algo que podemos practicar todos los días para recuperar nuestra concentración: reservar tiempo para no hacer nada, dejar que nuestros pensamientos vaguen libremente, se establezcan nuevas conexiones y surjan nuevas ideas.
Darío Pescador es editor y director de la revista Quo y autor del libro Tu mejor yo publicado por Oberon.