Las bombillas incandescentes nos han acompañado durante 140 años, pero comparadas con las modernas luces LED, que consumen diez veces menos y duran diez veces más, ahora nos parecen arcaicas. Sin embargo, esta revolución tecnológica de la iluminación tiene un precio.
Además de las bombillas que ya habrás sustituido en tu casa, la luz LED retroilumina la pantalla de tu teléfono, tu ordenador, tu televisión y tu tablet. Con casi total seguridad estás leyendo este artículo gracias a una fuente de luz LED, y por defecto esta luz tiene una tonalidad “blanca fría”, con un elevado componente azul. La luz azul puede afectar a tu sueño, modificar tus hormonas, y lo más preocupante, puede estar dañando tu retina ahora mismo.
Luz blanca azulada
Aunque las luces LED existen comercialmente desde los años 60, especialmente en colores rojo y verde, el LED color azul presentaba dificultades técnicas para su fabricación, que no se resolvieron hasta los años 90. Una vez conseguido el color azul, se puede generar luz blanca mezclando los tres colores primarios, rojo, sede y azul. Sin embargo, las primeras lámparas LED de luz blanca y muchas hoy en día usaban un método más sencillo: se recubría un LED de color azul con una capa fosforescente que emitía una luz amarillenta. El resultado era una luz blanca muy fría en la que predominaban las longitudes de onda azules. Aquí es donde empiezan los problemas.
La luz del sol también tiene más componentes azules durante el día, que se tornan amarillentos al atardecer. Como nuestro organismo ha evolucionado para responder a los ciclos de luz solar, lo primero que ocurre cuando nos exponemos a la luz azulada de los LED es que se alteran los ritmos circadianos. Las lámparas LED de luz blanca fría, las pantallas de ordenador y las televisiones planas nos exponen a luz azul horas después de que se haya puesto el sol. Esta luz azul inhibe la producción de melatonina en el cerebro, la hormona que nos hace dormir, y modifica nuestros ritmos de sueño y vigilia, produciendo insomnio. Los trabajadores con turno nocturno mejoraron la calidad de su sueño al usar unas gafas que bloqueaban la luz azul. La luz artificial por la noche también está relacionada con el aumento del riesgo de obesidad, diabetes e incluso cáncer.
Más allá del insomnio está el daño retinal
Por si esto fuera poco, varios estudios han podido comprobar que la luz azul daña la retina, y no hace falta una exposición excesiva. En un experimento con ratas en el que se compararon luces de diferentes colores y fuentes (LED, fluorescentes, etc.) las luces LED con un alto componente azulado causaron daños en la retina incluso a niveles de exposición domésticos. La luz LED blanca tiene una potencia de emisión en la zona azul mucho mayor incluso que la luz del día. Las luces fluorescentes tienen menos componentes azules, y las incandescentes mucho menos.
El proceso por el que la luz afecta a la retina es conocido, y se llama daños fotoquímico. Las células de la retina mueren por apoptosis (suicidio celular) como respuesta a los daños producidos por la exposición a la luz, y este daño es más intenso con la luz azul. Esto también se ha podido comprobar en tejido retinal en vivo, y se considera que puede llevar a la degeneración macular de la retina. El daño producido depende de la intensidad de la luz, claro está, pero también de la longitud de onda. Cuanto más azulada sea la luz, mayor será el daño en la retina.
La primera línea de defensa contra estos riesgos está en reducir la exposición a la luz artificial durante la noche todo lo posible, especialmente de fuentes LED como las pantallas de los dispositivos móviles En su caso, se puede activar el modo nocturno que vuelve la pantalla de un tono amarillento a partir de cierta hora. En cuanto a la iluminación doméstica, hay que evitar las longitudes de onda más pequeñas, es decir, los tonos azulados o “blanco frío”. Si trabajas en un entorno donde la iluminación es especialmente agresiva, considera el uso de unas gafas “blue blocker”, con lentes teñidas de naranja y que bloquean toda la luz azul.