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La amenaza rusa

El presidente ruso, Vladímir Putin, asiste a la reunión del Consejo de Jefes de Estado de la CEI (Comunidad de Estados Independientes) en Astana este 14 de octubre. EFE/EPA/KONSTANTIN ZAVRAZHIN / KREMLIN POOL

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La información que vamos obteniendo de manera continuada sobre la invasión de Ucrania por Rusia, así como los análisis de los resultados de dicha invasión transmiten un mensaje inequívoco: Rusia ha fracasado de manera rotunda. No solo de manera relativa, es decir, respecto de las expectativas que tenía Vladímir Putin cuando puso en marcha la invasión, sino en términos absolutos. El ejército de Ucrania se está imponiendo al ejército invasor y está consiguiendo reconquistar de manera casi inmediata el territorio invadido y declarado oficialmente como territorio ruso por la Duma. 

Dicho fracaso sobre el terreno ha venido acompañado de un aislamiento internacional de Rusia que se ha reflejado de manera abrumadora en la votación de la Asamblea General de las Naciones Unidas de condena de dicha invasión. 

Contrasta esta información sobre el fracaso de Rusia en Ucrania con su presentación como una amenaza para todos los demás países europeos, tanto los integrados en la Unión Europea como los que no lo están. Los mismos medios de comunicación que nos informan de que es posible que Rusia acabe perdiendo no solamente el territorio invadido en estos últimos seis meses, sino también el territorio que se ha apropiado ilegalmente desde 2014, nos transmiten al mismo tiempo el riesgo que para nuestra supervivencia como Estados soberanos supone esa Rusia fracasada. 

Si Rusia está al borde del colapso como consecuencia de su incapacidad para convertir a Ucrania en un Estado satélite, ¿cómo puede resultar verosímil que pueda plantearse invadir a otros Estados europeos más alejados de sus fronteras? Si Vladímir Putin no ha conseguido siquiera que buena parte de la población  de Ucrania que habla ruso y con la que buena parte de la población rusa ha tenido relaciones muy estrechas durante siglos recibiera de buen grado a las fuerzas invasoras como fuerzas liberadoras, sino que, justo al revés, se han rebelado contra ellas en un ejemplo claro de reafirmación nacional frente al invasor, ¿qué reacción no se produciría en cada uno de los demás Estados europeos que pudieran ser invadidos por Rusia?

La Rusia de Putin no es la Alemania de Hitler, que en su momento de máximo apogeo despertaba temor, pero también admiración. Era un modelo que competía con la democracia parlamentaria como forma de organización política. Hasta la batalla de Stalingrado el resultado de la competición era incierto.  Rusia, por el contrario, no despierta admiración en parte alguna. No hay nadie que desee irse a vivir a Rusia y no hay multitudes que se amontonen en sus fronteras para poder entrar en el país e instalarse a vivir en él. El modelo ruso de organización política no es competitivo. Esta parte de la tesis del fin de la historia de Fukuyama sigue siendo válida. El modelo de organización política ruso no es competitivo con el modelo democrático europeo o norteamericano.

Este es el talón de Aquiles de Rusia (también de China) para intentar reconstruir un imperio. El disponer de armamento atómico resulta disuasorio frente a un ataque exterior, pero no contribuye en nada para expandirse más allá de las propias fronteras. 

Rusia es una amenaza no por su fuerza, sino por su debilidad. La invasión de Ucrania lo ha puesto de manifiesto. Ha sido contenida su operación militar de manera inequívoca. Desde esa perspectiva no cabe duda de que Rusia no es una amenaza para Europa.

En la aceptación de la derrota es donde Rusia se convierte en una amenaza. Porque el armamento atómico sí juega un papel decisivo en ese momento. La guerra sabemos cómo ha empezado. Sabemos que el avance ruso ha sido detenido e incluso revertido. Es decir, sabemos que Rusia no puede ganar. Pero ¿sabemos cómo hacerle aceptar su derrota?   

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