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El censo de 2020 y el futuro de la democracia
Estados Unidos no es ya el “país indispensable” que ha sido desde la Segunda Guerra Mundial hasta 2016, pero sigue siendo, con diferencia, el país democrático más importante del mundo. Por eso, la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca generó la ansiedad que generó no solamente en los demás países democráticos, pero sobre todo en ellos. La forma en que se ha visto obligado a abandonar la presidencia, con un “doble golpe de Estado”, uno visible, el 6 de enero con el intento de asalto al Capitolio en el momento en que se certificaba el resultado electoral a favor de Joe Biden, y otro encubierto por parte directamente de Donald Trump, que está siendo investigado en este momento en el Senado (“Lo que Jeffrey Rosen, exfiscal general, le dijo a los senadores de Estados Unidos: Trump presionó de forma ”persistente“ para conseguir que el Departamento de Justicia desacreditara las elecciones”, según publicaron Ann Marimow and Josh Dawsey en el Washington Post este 13 de agosto), acredita, por un lado, la fortaleza de la democracia americana, que ha sido capaz de resistir ambas embestidas, pero pone de manifiesto, por otro, que la continuidad de la democracia no puede darse por asegurada.
Los resultados del Censo de la población de 2020 que acaban de ser hechos públicos y con base a los cuales se tendrá que proceder ahora a la designación, por un lado, del número de congresistas que corresponden a cada uno de los Estados miembros y al diseño, por otro, de los distritos electorales de cada Estado por parte de la mayoría parlamentaria presente en el mismo, generan nuevas dudas acerca del futuro de la democracia americana.
El censo de 2020 acentúa una tendencia que viene haciéndose presente desde hace bastante tiempo. Disminuye el porcentaje de la población “blanca”, a pesar de las trampas de la Administración Trump para que tal reducción no se reflejara en las cifras oficiales. En las instrucciones para rellenar el formulario del censo por primera vez el apartado dedicado a los “White” incluía la siguiente concreción: “por ejemplo, alemán, irlandés, inglés, italiano, libanés, egipcio, etc.”, aumentando, en consecuencia, la población “oficialmente blanca”. A pesar de ello, el censo muestra que el número de población blanca en EEUU cae por primera vez desde 1970. Como sintetiza el más afamado analista político del NYT, Nate Cohn, en un artículo de opinión, que lleva un título que parece la conclusión de un editorial: “el censo muestra una nación que se parece más a su futuro que a su pasado”.
En el siglo XXI, George W. Bush en 2004 ha sido el único presidente del Partido Republicano con más votos que el candidato demócrata. La diferencia entre el número de votos del candidato demócrata y el republicano no ha dejado de crecer a lo largo de los dos últimos decenios, llegando al máximo en las dos últimas elecciones: Hillary Clinton obtuvo 3 millones de votos más que Trump y Joe Biden, 7 millones. Con los resultados del censo de 2020 y la tendencia que a través de ellos se expresa, esa distancia se ampliará de manera considerable.
Esta es la razón por la que en la mayoría de los Estados en los que el Partido Republicano tiene la mayoría parlamentaria se está procediendo de manera acelerada a reformar la legislación electoral para restringir el acceso al derecho de sufragio. Se están diseñando sistemas electorales en dichos Estados que dificulten extremadamente el acceso al derecho de sufragio de la población afroamericana y de la población pobre en general. Hay una suerte de recuperación subrepticia de lo que fue el voto censitario en los orígenes del Estado Constitucional en América y en Europa.
El Partido Republicano está persuadido de que únicamente haciendo trampas puede conseguir ganar unas elecciones presidenciales. Y está dispuesto a hacer todas las trampas que pueda y que los tribunales de justicia, empezando por el Tribunal Supremo, le permitan.
Están haciéndolo con una extraordinaria velocidad, porque su horizonte son las elecciones de 2022, las llamadas midterm o elecciones a mitad del mandato, que suelen ser favorables para el partido que no ocupa la Casa Blanca. En el caso de que consigan el control del Congreso y mantengan el control del Senado, con la composición actual del Tribunal Supremo, se corre un riesgo más que probable de que el Partido Republicano intente imponer un sistema electoral que haga imposible que el candidato del Partido Demócrata pueda llegar a la Casa Blanca, a pesar de que el número de votos a favor de este último aumente todavía más de lo que ha hecho en estas últimas elecciones.
Es obvio que un Estado con unos fundamentos democráticos “fake” no puede ser una democracia estable. Pero sabemos porque lo acabamos de ver que en el Partido Republicano de los Estados Unidos se está configurando una mayoría dispuesto a intentarlo a pesar de ello. Donald Trump no sigue siendo Presidente por la integridad de una docena de funcionarios de la Administración Electoral de varios Estados. A pesar de la diferencia de siete millones entre él y Joe Biden. Hacer depender la elección del Presidente de la integridad de unos cuantos funcionarios a los que se presionará en el futuro con mucha más intensidad de lo que ha ocurrido esta vez no tranquiliza mucho.
Como ocurre con el cambio climático, estamos al borde de una crisis existencial de la democracia como forma política. Porque, termino como empecé, Estados Unidos no es un país democrático más. Lo que ocurra en él, nos acabará afectando a todos. Y, como ocurre también con el cambio climático, el problema no está en un futuro distante, sino que lo tenemos ya encima.
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