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OPINIÓN | Ana 'Roja' Quintana, por Antonio Maestre
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Crónica de un fracaso anunciado

El presidente de la Generalitat y candidato a la reelección, Pere Aragonès

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Este domingo se ha producido la certificación del fracaso del tránsito de la autonomía a la independencia por parte de Convergència. El partido construido por Jordi Pujol había conseguido ser la formación hegemónica en solitario en las elecciones parlamentarias catalanas desde 1980. Una vez que Jordi Pujol dejó de ser el candidato a la Generalitat, hubo dos legislaturas en las que el president pasó a ser un candidato del PSC-PSOE, Pascual Maragall y José Montilla, pero los votos y escaños nacionalistas seguían siendo mayoría en el Parlament. Con los escaños de ERC, Artur Mas habría sido el president de la Generalitat en esas dos legislaturas. No se había producido una ruptura de la mayoría nacionalista. Simplemente se constituyó una mayoría alternativa de izquierda, de la que formó parte ERC. Pero el nacionalismo seguía siendo mayoritario.

Esa mayoría nacionalista se mantendría después de la sentencia del Tribunal Constitucional (STC 31/2010) sobre la reforma del Estatuto de Autonomía. En las cinco elecciones celebradas después de la misma: 2010, 2012, 2015, 2017 y 2021, los partidos nacionalistas han alcanzado siempre la mayoría absoluta en el Parlament. De ahí que siempre haya sido un candidato nacionalista, de Convergència o de ERC, el president de la Generalitat.

Pero la forma en que el nacionalismo ha sido mayoritario antes de la STC 31/2010 y después de dicha sentencia ha sido muy diferente. El salto de la autonomía a la independencia que se produjo por parte de Convergència alteró la relación de los partidos nacionalistas con su propio electorado. Antes de la STC 31/2010, la relación de confianza de los partidos nacionalistas con su electorado había sido muy sólida y persistente. Con el salto de la autonomía a la independencia la confianza del electorado se mantiene, pero con sacudidas y vaivenes. No hay una manifestación de confianza fluida sin reservas de ningún tipo.

Basta ver los resultados de los partidos nacionalistas en las cinco elecciones de 2010 a 2021 para comprobarlo. En las elecciones de 2010 CiU obtuvo 62 escaños, seguida del PSC-PSOE, con 28. Formó Gobierno en solitario sin ningún problema. Tras la manifestación de 2010 contra la STC 31/2010 y las diadas de los años inmediatamente posteriores, Artur Mas convocó las elecciones de 2012 esperando obtener una mayoría absoluta que le permitiera liderar con autoridad el “procés”. Obtuvo 50 escaños que, con los 21 de ERC, le permitió formar gobierno.

En las elecciones de 2015, convocadas después del referéndum de 2014, Convergència y ERC concurrieron conjuntamente bajo las siglas Junts pel Sí y obtuvieron 62 escaños, es decir, 9 menos de los que habían obtenido por separado en la convocatoria anterior. Para formar Gobierno necesitaron a la CUP.

En 2017, Junts per Catalunya obtuvo 34 y ERC 32, necesitando de nuevo a la CUP. Y en 2021 ERC obtuvo 33 y Junts 32, constituyendo mayoría de nuevo con la CUP.

Los electores nacionalistas han penalizado de manera continuada a sus partidos. En lugar de dar un apoyo cohesionado, les han dado un apoyo fragmentado, que les dificultaba sobremanera poner en marcha la estrategia independentista. Pero el apoyo se mantenía.

Esto es lo que se ha roto este domingo. Se mantiene la fragmentación en el apoyo a Junts, ERC y CUP, pero con una reducción muy considerable de la suma de los apoyos. El independentismo que en términos de porcentaje de voto solo consiguió ser mayoritario en 2021, aunque sí lo fue en términos de escaños en todas las elecciones, ha dejado de serlo de manera rotunda este domingo. Ni en votos ni en escaños. Fin del procés. Cambio de época.

Desde el 2010 hasta hoy el nacionalismo independentista ha ido avanzando en medio de tropiezos que ponían de manifiesto que el objetivo que se habían propuesto era inalcanzable. Este domingo se ha confirmado. El resultado se ha ido fraguando a lo largo de los últimos 14 años.  

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