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Un discurso estéril

Felipe VI durante su discurso de Navidad.
25 de diciembre de 2021 09:10 h

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No recuerdo un solo 24 de diciembre en el que no haya seguido el discurso de S. M. el Rey. En algunos años mi interés por lo que el Rey pudiera decir precedía incluso a la fecha en que el discurso iba a ser pronunciado. Y en bastantes he puesto por escrito mi opinión sobre el mensaje de Navidad del Rey. 

Confieso que este año no he sentido el más mínimo interés. Sabía que lo iba a ver por obligación, porque no puedo seguir participando en el debate público en diversos medios de comunicación y no ver un acto institucional tan relevante como es el mensaje de Navidad de S.M. el Rey. Y verlo en el mismo momento en que lo está enviando, ya que el lenguaje corporal, como me imagino que el lector sabe, es decisivo en la transmisión del mensaje. Me sentía, además, obligado en cierta manera a combatir mi falta de interés, porque en este oficio hay que estar a las duras y a las maduras. Pero salí de haber seguido el discurso del Rey con la misma sensación de desinterés con que entré. 

Se trata de un problema objetivo. Mientras la sombra de su padre se proyecte sobre su reinado y el rey emérito no pueda o no quiera hacer nada para evitarlo y su hijo tampoco, el mensaje de Navidad de el rey Felipe VI será la evacuación de un trámite, carente de cualquier relevancia. 

La trayectoria de Juan Carlos I de Borbón sobre la que él no puede dar ningún tipo de explicación, como le ha pedido el Presidente del Gobierno, y sobre la que tampoco está dispuesto a hacerlo su sucesor, esteriliza la Corona como institución, independientemente de cualquier otra circunstancia. Mariola Urrea, lo ha explicado muy bien en “Explicaciones…qué explicaciones” el pasado 20 de diciembre en El País. 

Quien haya seguido lo publicado en los diferentes medios de comunicación durante los últimos meses, habrá comprobado que el interés de los ciudadanos estaba en las investigaciones del Fiscal suizo, en la demanda por acoso de Corina Larsen ante la justicia británica y en qué momento archivará la Fiscalía española la investigación sobre la conducta del rey emérito. O en si don Juan Carlos regresará o no a España y el lugar en donde podría fijar su residencia. 

Sobre estos asuntos son sobre los que los ciudadanos tendrían o, mejor dicho, tienen un enorme interés en saber qué les podría decir el rey Felipe VI. Pero si no tiene nada que decir sobre ellos, carece de interés lo que pueda decir sobre cualquier otro tema. Sus palabras entrarán por un oído y saldrán por el otro.  

Pienso que es lo que ha ocurrido con el mensaje de Navidad de este año, a pesar de que ha sido un mensaje correcto tanto en el contenido como en la forma de expresarlo. Felipe VI se expresa cada vez con más seguridad. El lenguaje corporal acompaña a las palabras que pronuncia de una manera eficaz. La distancia entre la forma en que pronuncia sus discursos y la forma en que lo hacía de su padre es más que considerable.

Pero al final, una vez que ha terminado, uno se queda con la sensación de que, si no lo hubiera seguido, no se habría perdido nada. Está bien lo que ha dicho, pero su impacto es nulo. Mañana mismo los ciudadanos que lo hayan seguido no recordarán nada de lo que ha dicho. Buenas palabras, buenos deseos, que chocarán con el muro que se interpone entre la Corona y la sociedad.  

La mancha que la ejecutoria de don Juan Carlos ha dejado en la Corona hiere a la vista. Degrada a la institución y nos degrada como sociedad. Han sido demasiados los años en los que se ha prolongado una conducta indigna sin que se le haya exigido responsabilidad de ningún tipo. Y demasiados los años en que continúa la impunidad tras la abdicación. El mensaje de Navidad de S. M. el Rey el 24 de diciembre vuelve a recordárnoslo cada año. 

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