Los seres humanos hacemos la historia en condiciones independientes de nuestra voluntad.
La historia se repite
Mientras la independencia sea la línea divisoria entre los partidos catalanes, el desgobierno resultará inevitable. Hemos tenido ocasión de comprobarlo en las dos últimas legislaturas, tras los resultados de las elecciones de 27 de septiembre de 2015 y de 21 de diciembre de 2017. La heterogeneidad de los partidos a cada lado de la línea divisoria convierte en un laberinto primero la operación de investidura y no garantiza después que dicha mayoría de investidura vaya a operar como mayoría de gobierno a lo largo de la legislatura.
Con los resultados de las elecciones de septiembre de 2015 se intentó una investidura normal con la propuesta del candidato del partido con mayor número de escaños, Artur Mas, propuesta que sería rechazada los días 10 y 12 de noviembre al negarse la CUP no solo a dar su voto, sino a abstenerse siquiera en la segunda votación. Hasta el 10 de enero de 2016, el mismo día en que se cumplían los dos meses desde la primera votación de investidura, no sería investido Carles Puigdemont, en el que nadie había pensado hasta la fecha que pudiera ser President de la Generalitat.
Tras las elecciones de diciembre de 2017 el debate de investidura también se complicó, aunque en esta ocasión la complicación tuviera su origen en el Tribunal Supremo, que interrumpió el proceso tras la primera votación de Jordi Turull. Como consecuencia de ello, hubo que proponer otro candidato, que sería Quim Torra, investido el 12 de mayo de 2018.
Más de tres meses fueron necesarios para la investidura de Carles Puigdemont y casi cinco para la investidura de Quim Torra.
Con estos precedentes no creo que a nadie pueda sorprender que tras el resultado de las recientes elecciones del 14 de febrero, el proceso de investidura esté enmarañándose. Ya veremos qué ocurre.
El proceso de investidura se ha convertido en un “pulso” entre JuntsxCat y ERC por el liderazgo en el interior del independentismo. Aunque los dirigentes de ambos partidos afirman que es más lo que les une que lo que los separa, no es esa la impresión que transmiten. Lo que les une es el “espejismo” de la independencia, que resulta verosímil en la distancia, pero que se esfuma en la proximidad. No pueden llegar a ningún acuerdo en un programa que aproxime Catalunya a la independencia, que es lo único que los une, porque ya se ha comprobado que no es posible. Al menos en el futuro inmediato. El fracaso de los dos referéndums, el del 9 de noviembre de 2014 y el de 1 de octubre de 2017 no deja lugar a duda. Ahora mismo no podría siquiera intentarse la repetición de aquellas efemérides.
Quiere decirse, pues, que Catalunya tienen que ser gobernada como lo que es y no como lo que les gustaría que fuera. Y eso es algo que los partidos que propugnan la independencia no saben cómo hacer. O al menos, no han demostrado todavía que saben hacerlo. Lo supo hacer CiU durante más de dos décadas, en las que nunca recurrió a ERC, cuando tuvo necesidad de aliados, porque no tenía mayoría absoluta. CiU siempre prefirió el concurso del PP que el de ERC. Cuando se trataba de adoptar decisiones de gobierno en el ámbito de sus propias competencias Convergència nunca se entendió con ERC. Y a la inversa. Cuando ERC formó parte del Govern, lo hizo con el PSC y no con Convergència.
Convergentes y republicanos solo han sido socios de gobierno cuando su objetivo era la independencia. No pueden ser socios de gobierno, haciendo abstracción de la independencia, porque son portadores de programas distintos e incompatibles. La perspectiva de la convocatoria de un referéndum les permitió compartir Gobierno entre 2012 y 2017. La reacción frente a la aplicación del artículo 155 y las condenas del Tribunal Supremo les ha permitido formar Gobierno en esta pasada legislatura. Han sido gobiernos para resistir y no para gobernar.
JuntsxCat, ERC y la CUP no han demostrado que son capaces de diseñar e implementar conjuntamente un programa de gobierno. Esa es también una de las razones por las que la independencia es un espejismo. Los partidos independentistas no han demostrado que son capaces de gobernar. Su fiabilidad como partidos de gobierno deja mucho que desear, como su ejecutoria a lo largo de estas pasadas legislaturas ha puesto sobradamente de manifiesto.
Es lo que van a confirmar, previsiblemente, en la legislatura que acaba de empezar. Lo más probable es que haya investidura de Pere Aragonés. Pero de ahí a que Catalunya tenga un Gobierno para la legislatura va a continuar habiendo la misma distancia de la que ha habido en las dos pasadas.
Mientras la independencia sea la línea divisoria entre los partidos catalanes, el desgobierno resultará inevitable. Hemos tenido ocasión de comprobarlo en las dos últimas legislaturas, tras los resultados de las elecciones de 27 de septiembre de 2015 y de 21 de diciembre de 2017. La heterogeneidad de los partidos a cada lado de la línea divisoria convierte en un laberinto primero la operación de investidura y no garantiza después que dicha mayoría de investidura vaya a operar como mayoría de gobierno a lo largo de la legislatura.
Con los resultados de las elecciones de septiembre de 2015 se intentó una investidura normal con la propuesta del candidato del partido con mayor número de escaños, Artur Mas, propuesta que sería rechazada los días 10 y 12 de noviembre al negarse la CUP no solo a dar su voto, sino a abstenerse siquiera en la segunda votación. Hasta el 10 de enero de 2016, el mismo día en que se cumplían los dos meses desde la primera votación de investidura, no sería investido Carles Puigdemont, en el que nadie había pensado hasta la fecha que pudiera ser President de la Generalitat.