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La materia de la que está hecha la vida

20 de marzo de 2022 21:56 h

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No acabo de entender por qué Alberto Núñez Feijóo renunció a la oportunidad de convertirse en presidente del PP en 2018, cuando Mariano Rajoy tuvo que abandonar la Presidencia del Gobierno como consecuencia de la aprobación de la moción de censura encabezada por Pedro Sánchez. Si hubiera decidido presentar su candidatura en el Congreso extraordinario que se convocó entonces para sustituir a Mariano Rajoy, se habría producido casi con total seguridad la confluencia en torno a su candidatura que se acaba de producir tras el “golpe” de Isabel Díaz Ayuso contra Pablo Casado.  

Cuatro años es mucho tiempo. Especialmente en política. Y más todavía cuando opera en el interior de una organización política extraordinariamente degradada como era el PP tras los casi quince años de la presidencia de Mariano Rajoy, siete de los cuales en calidad, además, de presidente del Gobierno. No se puede perder de vista que el PP dejó de ser Gobierno de la nación tras la certificación judicial de la corrupción por la Audiencia Nacional. Los casos de corrupción se habían ido acumulando y eran sobradamente conocidos, pero hacía falta que fuera acreditada por el poder judicial para que resultara insoportable. Es lo que ocurrió en 2018.

Con Mariano Rajoy se cierra la época que se inició con la llegada de José María Aznar en 1989 con la refundación de AP como PP. Desde 1989 a 2018 hay una generación de dirigentes que se mantiene al frente del partido tanto cuando están en el gobierno, entre 1986 y 2004 y entre 2011 y 2018, como cuando están en la oposición entre 2004 y 2011. Hay una continuidad en el discurso político y en las personas portadoras del mismo, así como también en la práctica continuada de la corrupción en todos los escalones de nuestra fórmula de gobierno.  

Quien sustituyera a Mariano Rajoy tenía que hacer un ajuste de cuentas con la trayectoria del PP durante veinte años. No se trataba, por tanto, de una sustitución normal, sino de una sustitución excepcional, ya que tenía que ocuparse, ante todo, de taponar el proceso de deterioro que se había venido acelerando en el interior del partido como paso previo para intentar recuperar la imagen de un partido de gobierno de España.

En esta circunstancia el tiempo es un factor fundamental. No se podían dar pasos en falso, que no solamente no consiguieran revertir el proceso de deterioro, sino que incluso lo aceleraran. Y sin embargo, eso es justamente lo que hizo Alberto Núñez  Feijóo al permitir que Pablo Casado se convirtiera en presidente del PP.

El PP se encuentra en 2022 en peor situación que en 2018. Casado no solamente ha deslavazado la organización interna del partido, sino que además ha permitido con su discurso que VOX haya conseguido aumentar su presencia en el escenario político.

Pablo Casado heredó de Mariano Rajoy un partido muy deteriorado. Núñez Feijóo va a heredar de Pablo Casado un partido todavía más deteriorado. Con una competidora interna, como Isabel Díaz Ayuso y con un competidor externo crecido como Santiago Abascal, que le van a privar de autonomía para definir la línea estratégica del PP hacia dentro y hacia fuera. 

Y Feijóo no puede hacer responsable a nadie más que a sí mismo de iniciar su ejecutoria como presidente en las circunstancias en que va a hacerlo. Si hubiera optado por serlo en 2018, no tendría a Isabel Díaz Ayuso en la presidencia de la Comunidad de Madrid y habría podido defender su espacio político frente a la penetración de VOX. 

Benjamin Franklin nos advirtió frente al riesgo que supone perder el tiempo, porque el tiempo es la materia de la que está hecha la vida. Me imagino que Alberto Núñez Feijóo se tiene que estar arrepintiendo de no haber atendido a la advertencia de B. Franklin. El Gobierno de coalición con VOX en Castilla y León se lo acaba de recordar antes incluso de ser proclamado formalmente presidente. Es la primera estación del vía crucis que le espera.  

 

No acabo de entender por qué Alberto Núñez Feijóo renunció a la oportunidad de convertirse en presidente del PP en 2018, cuando Mariano Rajoy tuvo que abandonar la Presidencia del Gobierno como consecuencia de la aprobación de la moción de censura encabezada por Pedro Sánchez. Si hubiera decidido presentar su candidatura en el Congreso extraordinario que se convocó entonces para sustituir a Mariano Rajoy, se habría producido casi con total seguridad la confluencia en torno a su candidatura que se acaba de producir tras el “golpe” de Isabel Díaz Ayuso contra Pablo Casado.  

Cuatro años es mucho tiempo. Especialmente en política. Y más todavía cuando opera en el interior de una organización política extraordinariamente degradada como era el PP tras los casi quince años de la presidencia de Mariano Rajoy, siete de los cuales en calidad, además, de presidente del Gobierno. No se puede perder de vista que el PP dejó de ser Gobierno de la nación tras la certificación judicial de la corrupción por la Audiencia Nacional. Los casos de corrupción se habían ido acumulando y eran sobradamente conocidos, pero hacía falta que fuera acreditada por el poder judicial para que resultara insoportable. Es lo que ocurrió en 2018.