Los seres humanos hacemos la historia en condiciones independientes de nuestra voluntad.
Paralelismo inquietante
En 2016 se sucedieron en el plazo de unos meses dos acontecimientos que parecía inimaginable que pudieran producirse. El primero fue el resultado del referéndum del Brexit en el mes de julio. El segundo fue la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos en el mes de noviembre. A nadie en su sano juicio se le podría haber ocurrido que, en las dos democracias más consolidadas del planeta, podría ser ese el resultado de dos procesos electorales tan decisivos. De las consecuencias de la magnitud de ambos terremotos todavía no se han recuperado ninguno de los dos países en que se produjeron. Pero no solamente ellos, sino todos los demás países del mundo en general y los países democráticamente constituidos en particular. La amenaza que tales acontecimientos supusieron para la democracia a escala mundial ha sido, con mucha diferencia, la mayor desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Los resultados los estamos viendo escalonadamente en múltiples países. Los dos últimos en Holanda y Argentina son suficientemente expresivos.
El hecho de que ambos terremotos se produjeran en los dos países con una arquitectura constitucional más sólida, posibilitó que la democracia resistiera su impacto. Pero con un coste muy alto. Han sido necesarios cinco primeros ministros hasta la fecha para metabolizar los resultados del referéndum y todo parece indicar que la digestión política de los mismos todavía no ha finalizado. En todo caso, el Reino Unido ha dejado de ser el ejemplo a imitar que ha sido durante toda la historia del constitucionalismo desde sus orígenes hasta hoy.
En Estados Unidos, el presidente Donad Trump finalizó su mandato, tras perder las elecciones, intentando dar una suerte de golpe de Estado con asalto al Capitolio incluido, del que el país se libró por la lealtad constitucional del vicepresidente y de varios funcionarios con posiciones claves en el proceso electoral en varios estados, especialmente en Georgia. Pero los cimientos del sistema democrático han quedado seriamente afectados y hay dudas de que puedan resistir una nueva embestida en 2024.
En la prensa estadounidense son muchos los artículos que se están publicando sobre la amenaza que se cierne sobre la democracia en 2024. Este pasado lunes, E.J. Dionne Jr. ha publicado uno en el Washington Post que arranca con las siguientes palabras: “En el próximo año la supervivencia de la democracia debería ser el tema central de la política americana. Insistir en esto es ser un realista y no un alarmista”. Y en Salon.com, el 23 de noviembre, Chauncey Devega publicó un artículo de cómo sería Thanksgiving si Donald Trump es elegido presidente en 2024, en el que recoge la coincidencia en la opinión de ocho expertos de reconocido prestigio en el país, que concluyen que “si Trump gana en 2024, Thanksgiving será realmente una fiesta tenebrosa”. Pero ha sido, sin duda, The Economist el que mejor ha sintetizado el alcance global de la amenaza: “Donald Trump supone el mayor peligro para el mundo en 2024”.
Pero antes de las elecciones de noviembre en Estados Unidos vienen las elecciones europeas en el mes de julio. No es en el Reino Unido, sino en la Unión Europea, sin el Reino Unido, donde se van a celebrar unas elecciones parlamentarias, cuyo resultado tendrá un impacto, sea en la dirección que sea, muy superior al que tuvo el Brexit. La Unión Europea es un club de Estados democráticamente constituidos, pero ella misma no lo está. Hasta la fecha ha sido un guardián de la democracia en los Estados miembros. Si los resultados electorales en las recientes elecciones en diversos países fueran indicadores de lo que puede ser el resultado de las elecciones europeas en el mes de julio, es posible que nos encontremos ante el problema de si la Unión Europea podría continuar siendo el guardián de la democracia que ha sido en el pasado. O, dicho de otra manera: ¿puede sobrevivir la Unión Europea con una mayoría de derecha y extrema derecha en el Parlamento Europeo y en los parlamentos de buena parte de los países miembros? Lo que nos jugamos este año en las elecciones al Parlamento europeo no es lo mismo que lo que nos hemos jugado en el pasado. La tensión entre autocracia y democracia en que se debatió el continente europeo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundiales la vamos a volver a vivir, espero que con menos dramatismo que entonces, pero la vamos a vivir en el proceso electoral europeo de este 2024. De hecho, la estamos viviendo ya. De manera sucesiva y no simultánea, pero la estamos viviendo ya. ¿Puede la Unión Europea sobrevivir sin un compromiso inequívoco con la democracia? ¿Puede sobrevivir una Unión Europea “iliberal”?
Pienso, además, que las elecciones parlamentarias europeas de julio de 2024 pueden suponer para las elecciones presidenciales americanas, lo que supuso el Brexit en 2016 para la elección de Donald Trump. El paralelismo es inquietante, por decirlo de una manera realista y no alarmista.
En 2016 se sucedieron en el plazo de unos meses dos acontecimientos que parecía inimaginable que pudieran producirse. El primero fue el resultado del referéndum del Brexit en el mes de julio. El segundo fue la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos en el mes de noviembre. A nadie en su sano juicio se le podría haber ocurrido que, en las dos democracias más consolidadas del planeta, podría ser ese el resultado de dos procesos electorales tan decisivos. De las consecuencias de la magnitud de ambos terremotos todavía no se han recuperado ninguno de los dos países en que se produjeron. Pero no solamente ellos, sino todos los demás países del mundo en general y los países democráticamente constituidos en particular. La amenaza que tales acontecimientos supusieron para la democracia a escala mundial ha sido, con mucha diferencia, la mayor desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Los resultados los estamos viendo escalonadamente en múltiples países. Los dos últimos en Holanda y Argentina son suficientemente expresivos.
El hecho de que ambos terremotos se produjeran en los dos países con una arquitectura constitucional más sólida, posibilitó que la democracia resistiera su impacto. Pero con un coste muy alto. Han sido necesarios cinco primeros ministros hasta la fecha para metabolizar los resultados del referéndum y todo parece indicar que la digestión política de los mismos todavía no ha finalizado. En todo caso, el Reino Unido ha dejado de ser el ejemplo a imitar que ha sido durante toda la historia del constitucionalismo desde sus orígenes hasta hoy.