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¿Volvemos a 2016?

En 2016 recibimos el primer aviso. En los dos sistemas políticos democráticos, el del Reino Unido de la Gran Bretaña y de los Estados Unidos de América, que habían sido los modelos para todos los demás sin excepción, se produjo con éxito un asalto al poder que unos meses antes de que ocurriera resultaba literalmente inimaginable. De forma prácticamente generalizada se pensaba que unos sistemas políticos tan complejos y tan bien articulados eran prácticamente inexpugnables frente a embestidas protagonizadas por personajes -personajillos, se podría decir- tan insolventes como Nigel Farage y Donald Trump. 

Y, sin embargo, estos personajillos consiguieron desarticular las defensas de ambos sistemas políticos y transformarlos, de baluartes de la democracia, en los lugares desde donde pueden venir los mayores peligros para la supervivencia de dicha forma política. Lo que ha ocurrido en estos siete años en el Reino Unido desde que se anunció el resultado del referéndum favorable al Brexit y lo que apunta que puede seguir ocurriendo han puesto fin a la imagen del sistema parlamentario que, desde finales del siglo XVII, nos había servido de referencia a todos los países del continente europeo en el tránsito del Antiguo Régimen al Estado Constitucional y en la inicial puesta en marcha, primero, y desarrollo, después, de dicho Estado. El Brexit ha puesto fin al modelo inglés de democracia parlamentaria de manera definitiva. Independientemente de cómo acabe saliendo de la crisis que sigue abierta, resulta imposible que se vuelva a mirar a él desde el continente como un modelo a imitar. El Brexit ha supuesto el fin de tres siglos de la huella constitucional inglesa en el continente europeo. 

Más preocupante resulta todavía lo que está ocurriendo en los Estados Unidos. Aunque es posible, y quiero creer que incluso probable, que Donald Trump no sobreviva políticamente a los procesos judiciales que tiene abiertos por distintos motivos y ante distintos tribunales, estales y federales, también puede ocurrir que no sea así. En 2020 fue la integridad de algunos miembros de la administración electoral de tres estados lo que permitió que Joseph Biden acabara siendo proclamado presidente de los Estados Unidos. El golpe de Estado estuvo a punto de producirse, poniéndose con ello fin a la democracia. En este momento no es descartable que Donald Trump vuelva a ganar en las primarias del Partido Republicano y que vuelva a ser el candidato a la presidencia en 2024. El riesgo para la supervivencia de la democracia estadounidense no ha quedado conjurado. 

En medio de esta crisis cuasi existencial de la democracia en los dos modelos de referencia, estamos asistiendo a un enfrentamiento en el seno de bastantes países integrantes de la Unión Europea entre la democracia tal como la habíamos entendido hasta la fecha y una autoproclamada “democracia liberal”, que emparenta más bien con las formas autocráticas y dictatoriales que conocimos en el pasado, más lejano en algunos países y más próximo en otros. 

En mi opinión, sin el Brexit y sin Donald Trump no estaríamos asistiendo al ascenso de la extrema derecha en el continente europeo. La Unión Europea había sido hasta la fecha un 'club' de democracias muy exigente. O bastante exigente. En todo caso, el club más exigente que ha existido. Ha condicionado la calidad de la democracia en los distintos Estados miembros, así como también las desviaciones que se consideraban insoportables. El avance de la extrema derecha y el efecto de arrastre que está consiguiendo imponer sobre la derecha en un buen número de Estados miembros tiene como primera finalidad devaluar el canon democrático que ha estado vigente en el interior de la Unión. Si eso se consigue, la Unión Europea puede deslizarse hacia un proceso de descomposición que puede acabar siendo imparable. 

La Unión Europea, como intenté explicar el pasado día 20, 'El 23J en clave europea', es el resultado de la imposición del principio de legitimidad democrática a lo largo del siglo XX. Y de la imposición de dicho principio del modo en que fue interpretado en los países occidentales después de la Segunda Guerra Mundial. Sin dicha interpretación la Unión Europea no se habría constituido. Sin el mantenimiento de dicha interpretación no podrá sobrevivir. 

Esto es lo que nos estamos jugando. Todo lo que está ocurriendo en este 2023 apunta en la mala dirección, en la que se inició en 2016. 

En 2016 recibimos el primer aviso. En los dos sistemas políticos democráticos, el del Reino Unido de la Gran Bretaña y de los Estados Unidos de América, que habían sido los modelos para todos los demás sin excepción, se produjo con éxito un asalto al poder que unos meses antes de que ocurriera resultaba literalmente inimaginable. De forma prácticamente generalizada se pensaba que unos sistemas políticos tan complejos y tan bien articulados eran prácticamente inexpugnables frente a embestidas protagonizadas por personajes -personajillos, se podría decir- tan insolventes como Nigel Farage y Donald Trump. 

Y, sin embargo, estos personajillos consiguieron desarticular las defensas de ambos sistemas políticos y transformarlos, de baluartes de la democracia, en los lugares desde donde pueden venir los mayores peligros para la supervivencia de dicha forma política. Lo que ha ocurrido en estos siete años en el Reino Unido desde que se anunció el resultado del referéndum favorable al Brexit y lo que apunta que puede seguir ocurriendo han puesto fin a la imagen del sistema parlamentario que, desde finales del siglo XVII, nos había servido de referencia a todos los países del continente europeo en el tránsito del Antiguo Régimen al Estado Constitucional y en la inicial puesta en marcha, primero, y desarrollo, después, de dicho Estado. El Brexit ha puesto fin al modelo inglés de democracia parlamentaria de manera definitiva. Independientemente de cómo acabe saliendo de la crisis que sigue abierta, resulta imposible que se vuelva a mirar a él desde el continente como un modelo a imitar. El Brexit ha supuesto el fin de tres siglos de la huella constitucional inglesa en el continente europeo.