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Owen Jones: peronismo británico

Owen Jones sostiene que el antisemitismo es una amenaza, con lo cual obviamente estoy de acuerdo. El problema es que su postura está tan desenfocada como sus conocimientos del problema sobre el cual se pronuncia tan asiduamente. Lo peor es que utiliza el conocido argumento de que, si se discrepa de su posición, “entonces eres parte del problema”. Esto deja poco o ningún margen para el debate, porque parece como si entonces Owen hubiera ya dictado sentencia.

No cabe duda que el antisemitismo es una amenaza, pero no por las razones que sostiene Jones, quien asume el término antisemita en el mismo sentido en que se viene utilizando a partir del Holocausto. El análisis de Jones no deja de sorprender por su simpleza y parcialidad, así como por la falta de capacidad de entender que, a fecha de hoy, nos encontramos ante dos formas de antisemitismos: el de quienes odian a los judíos y el que practica Israel en contra de una parte importante de los semitas, quizás la más numerosa. Es en este punto donde falla todo su discurso (quiero pensar que simplemente por ignorancia).

Jones utiliza un ejemplo concreto, cual es el caso de una representante del Partido Laborista que realizó manifestaciones abiertamente antisemitas, en el sentido de contrarias a los judíos. A partir de este caso construye un relato donde lo que omite es mucho más que lo que dice. Sobre todo, porque parte del clásico error de asumir que solo existe antisemitismo cuando se desprecia, odia o ataca a los judíos.

El discurso de Owen Jones me recuerda a un trabajo escrito por los conservadores británicos Greg Clark y Jeremy Hunt llamado ¿Quién es progresista ahora?, donde planteaban que el partido conservador británico debía apropiarse, como lo hizo, del término progresista. Esto es lo mismo que ha hecho el Estado de Israel con los conceptos de semita y antisemitismo. La apropiación de conceptos es una forma de apropiarse del discurso y de la centralidad del tablero, algo que el mediático peronista británico seguramente conoce muy bien. Habilidad esta que también demostró poseer Margaret Thatcher -madre putativa de Clark y Hunt-, quien, interrogada al final de su vida por su mayor logro político, no dudó en afirmar: Anthony Blair.

Partiendo de ese error, Jones construye la tesis sobre la necesidad de algunos cambios en el ámbito del Partido Laborista británico: expulsión del culpable de antisemitismo y creación de dos comisiones para estudiar los problemas del antisemitismo y la islamofobia.

Sus propuestas carecen de cualquier consistencia, porque, de una parte, ya existe una norma al respecto en los estatutos de dicho partido (así como un delito concreto en el ordenamiento jurídico británico); y, de otra, solo desde la ignorancia se puede plantear la discusión en términos tan sencillos al separar antisemitismo e islamofobia.

El antisemitismo -odio o desprecio hacia los semitas- y la islamofobia -odio o desprecio hacia los musulmanes- no son más que dos concretas expresiones de un fenómeno mucho más amplio y que, como tal, debe ser abordado conjuntamente: el racismo. Tratar ambas manifestaciones del mismo problema por separado es permitir que se llegue a conclusiones y soluciones distintas según se trate de semitas o musulmanes, lo que, por definición, nos llevará a una nueva forma de racismo. Igualmente ha de recordarse que la creación de categorías ya representa un trato discriminatorio.

El problema real es el racismo y, como tal, sus distintas manifestaciones son inescindibles. Pretender abordarlas por separado y, al mismo tiempo, separarlas de la política antisemita y racista del Estado de Israel no es buscar una solución, sino consolidar una posición de supremacía moral incompatible con los valores que Jones dice defender.

Seguramente, si Jones se hubiese informado mejor, sabría que en la lucha contra el antisemitismo -en términos amplios, la lucha por los derechos de los pueblos semitas- hay muchos judíos involucrados y que en la defensa de los derechos humanos de esa mayoría de semitas que vive la discriminación, el apartheid y la ocupación están involucrados grandes pensadores, abogados, activistas y ciudadanos judíos.

En este sentido, si Jones se hubiese informado mejor, sabría también que el antisemitismo -en términos amplios, el odio hacia los pueblos semitas- es practicado, también, por muchos judíos y, especialmente, por el propio Estado de Israel.

El discurso de Owen Jones es confuso y hace agua por muchos lados: por ejemplo, cuando afirma que “resulta compatible oponerse al antisemitismo por un lado, y por el otro rechazar las políticas del gobierno de Israel y apoyar el derecho a la autodeterminación de Palestina”. El problema es solo uno: el antisemitismo es el odio a los semitas y dicho odio se practica, entre otros muchos, por parte de Israel, que lleva años poniendo en marcha un sistema de apartheid que deja pequeño al vivido en la Sudáfrica supremacista.

En lo único que creo que no se equivoca Jones es cuando concluye afirmando que “la izquierda debería pronunciarse aún más alto sobre el antisemitismo”. Pero esta afirmación necsita un complemento: no dejemos que se apropien del concepto, porque antisemita es todo aquel que odia a los semitas, sean judíos o árabes. No podemos permitir que las críticas hacia Israel, así como las medidas de boicot en contra de sus crímenes de guerra, sean tildadas de comportamientos antisemitas porque no lo son.

En realidad, la izquierda debería pronunciarse aún más alto sobre el racismo, se manifieste de la forma que sea. Debería, igualmente, expresarse más alto a favor de todas aquellas medidas que vayan encaminadas a recriminar el racismo y a castigar los comportamientos racistas, sea por la vía del Derecho penal, del Derecho penal internacional, o del boicot a todos aquellos productos que provengan de zonas donde se practique el racismo como forma de dominación, discriminación y, también, ocupación.

Owen Jones sostiene que el antisemitismo es una amenaza, con lo cual obviamente estoy de acuerdo. El problema es que su postura está tan desenfocada como sus conocimientos del problema sobre el cual se pronuncia tan asiduamente. Lo peor es que utiliza el conocido argumento de que, si se discrepa de su posición, “entonces eres parte del problema”. Esto deja poco o ningún margen para el debate, porque parece como si entonces Owen hubiera ya dictado sentencia.