Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Homenaje a Carlos Gaviria
Serán muchas las personas que estos días, como homenaje, podrán subir a las redes sociales su foto con Carlos Gaviria. Hace unos meses volvía con él de un seminario en Bucaramanga y me sorprendió la franca cordialidad con la que accedía a tomarse una foto con todo aquel que se lo solicitara. “El cariño de la gente”, me dijo, “el cariño de la gente es lo mejor que me ha dejado la política”, con esa forma tan paisa de agudizar la voz que conseguía darle importancia a cualquier cosa que dijera. Con la cantidad de aeropuertos que visitaba a lo largo del año, deben de ser miles las personas que tienen una foto con Carlos. Y no me cabe duda que ese cariño se hará notar ahora que falta y que tan necesario es para hacernos compañía.
Yo no tengo foto. Uno siempre cree que ya habrá tiempo para eso. Pero luego no lo hay. Así que ya ves, mi querido Carlos: me toca homenajearte por lo tradicional, pegando una palabrita tras otra con el garrotazo a cuestas y la culpa dolida de una visita que dejé debiendo. Siempre queda faltando una visita.
La noche del martes 31 de marzo al miércoles 1 de abril Carlos Gaviria Díaz, universitario (de los que hace llena esa palabra de contenido), filósofo del derecho, ensayista, conferencista, juez constitucional, político por horas y luchador a tiempo completo colombiano, consiguió morir de muerte natural en Colombia, lo que -habiendo decidido vivir tomando la discrepancia como bandera- no es sino otro logro más que sumar a los méritos de su brillantísima carrera.
Y vino a morirse Don Carlos Gaviria, muy recordado presidente de la primera Corte Constitucional colombiana, justo en el momento en que el contemporáneo presidente, Jorge Ignacio Pretelt Chaljub, anda investigado por (presunto bastante) sinvergüenza multidisciplinar pero en condiciones -(presunto bastante) parece- de abrirle los cajones de la porquería a compañeros igualmente inescrupulosos.
Parece que el cuerpo de Don Carlos, a fuerza de convivir con su mente, igualmente se volvió sabio y apagó el interruptor en el momento justo para ahorrarle la vergüenza ajena de una Corte Constitucional arrastrada por el fango, pero también para volver a encender en la memoria de los colombianos el recuerdo de un tiempo en el que el país fue capaz de generar esperanza y de colocar personas prudentes y capaces en, al menos, la Corte Constitucional. La jurisprudencia de la Corte presidida por Carlos Gaviria sigue siendo ejemplo y objeto de estudio para los constitucionalistas. Es una lástima que su ejemplo no se mantuviera en las Cortes posteriores.
Pero es que se muere Carlos también el mismo año en que se cumplen los 30 años de la masacre del Palacio de Justicia, o la forma en que el establishment colombiano manejó el desarrollo de un poder judicial independiente: con la destrucción de los expedientes que involucraban a militares en la violación de derechos humanos, la muerte de varios de los magistrados y la represión de los testigos. ¿Cómo gestionará el poder colombiano ahora la progresiva descomposición de un poder judicial cada vez más genuflexo? Que el ejemplo rebelde de la Corte de Gaviria alcance a ser un faro para cualquier propuesta de reforma del poder judicial en Colombia.
Muere también el político, el candidato presidencial alternativo que logró una votación histórica para la izquierda en Colombia, desbancando del segundo lugar al candidato del tradicional Partido Liberal y abriendo el imaginario de la posibilidad de una derrota electoral del establishment colombiano. Las divisiones de la izquierda colombiana y el ataque continuado de la casta periodística convirtió esa posibilidad en un montón de fragmentos. Y merece observarse con detenimiento el hecho de que el hombre que consiguió la mayor concentración de voto alternativo al sistema político tradicional en Colombia fuera un liberal y un hombre ajeno a ese compadreo familiar que es la política en Colombia. Un liberal radicalmente consecuente, claro está.
Pero muere sobre todo la principal voz crítica de Colombia. El hombre que era capaz de defender sus ideas contra cualquier tipo de presión; de repetir sus principios frente a los improperios de la marea de opinadores indocumentados; de dimitir ante un presidente de la República por contradecirle los postulados; de dictar sentencias no solo contra la politiquería, sino contra la mayoría de la opinión pública de su tiempo. Los periodistas ramplones que dirigen medios o tienen programas en el prime time, los fascistas de alma, los comunistas cacrecos, los politicastros de vocación y los fabricantes de juguetes de plástico no están hoy de luto.
El resto, hagan sonar hoy sus cucharillas con un poco más de fuerza contra las paredes de la taza del café con leche. Pongan pañuelos de colores en los cuellos de sus camisas sin corbata. Lean algo de Tomás Gómez, de Evelio Rosero o quizá “Avicena y la izquierda aristotélica”. Hagan hoy tortilla de yuca en vez de patatas. Beban whisky del bueno aunque el médico se lo haya prohibido. Coman o cenen en “La catedral de Zamora”, junto a la Plaza de Chamberí. Todo ello -y otras muchas cosas que no llegué a saber- harían sonreír a un hombre extraordinario que se nos fue, como siempre, quedando pendiente una visita.
Queda sin embargo su obra escrita, sus conferencias en internet, la asociación de constitucionalistas críticos que presidía y su ejemplo indeleble de compromiso. Así como todas esas fotos que el cariño colgará en las redes sociales. El cariño que a Carlos Gaviria Díaz le dejó la política.
Descuide maestro, que ya le cuido yo esa mesa donde el francés.
Serán muchas las personas que estos días, como homenaje, podrán subir a las redes sociales su foto con Carlos Gaviria. Hace unos meses volvía con él de un seminario en Bucaramanga y me sorprendió la franca cordialidad con la que accedía a tomarse una foto con todo aquel que se lo solicitara. “El cariño de la gente”, me dijo, “el cariño de la gente es lo mejor que me ha dejado la política”, con esa forma tan paisa de agudizar la voz que conseguía darle importancia a cualquier cosa que dijera. Con la cantidad de aeropuertos que visitaba a lo largo del año, deben de ser miles las personas que tienen una foto con Carlos. Y no me cabe duda que ese cariño se hará notar ahora que falta y que tan necesario es para hacernos compañía.
Yo no tengo foto. Uno siempre cree que ya habrá tiempo para eso. Pero luego no lo hay. Así que ya ves, mi querido Carlos: me toca homenajearte por lo tradicional, pegando una palabrita tras otra con el garrotazo a cuestas y la culpa dolida de una visita que dejé debiendo. Siempre queda faltando una visita.