Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Colombia: el país del autogol
Es maravillosa la forma alegre que tienen los colombianos, siempre con una sonrisa en la cara, su manera amable de relacionarse, su capacidad para disfrutar de la vida aún en momentos difíciles; todo esto es realmente admirable y de lo que muchas otras sociedades pueden aprender. Por eso, es que resulta tan perturbador, que cuando de fútbol se trata, afloren tantas emociones nacionalistas entre los colombianos, pero que con el dolor de sus connacionales se perciba tan poca empatía.
Algo bueno del fútbol es, sin duda, que borra las diferencias ideológicas, religiosas, étnicas o de clase dentro del grupo, o por lo menos las pone en un segundo plano para poner por delante el deseo de todos de que su selección llegue lo más lejos posible en la carrera del Mundial. Lo triste en ello, hablando del caso colombiano, es que esta preocupación por el fútbol logre más unión que el deseo de construir un país donde quepan todos y todas con la misma oportunidad de salir adelante y de triunfar.
Es comprensible que un evento como este, por supuesto sin hablar de los negocios legales e ilegales que sé que hay detrás, mueva tantas emociones positivas dentro de los hinchas. Incluso hombres, que nunca lo harían, se permiten aquí abrazarse, besarse y bailar juntos en pareja. Aquí sólo se trata de fiesta y eso permite esconder tantas vergüenzas y el peso ético y moral que lleva el país sudamericano encima.
El salario mínimo en Colombia es actualmente de aproximadamente 270 dólares. Es necesario de 11 generaciones para siquiera ascender a una renta media. Según el coeficiente de Gini, Colombia es el país más desigual de América del Sur y está entre los 10 primeros a nivel mundial, no sólo en cuanto a falta de equidad, sino también a impunidad con un 90%.
Aquí, sin embargo, no hemos visto una hinchada unida buscando ganar la lucha por una vida digna para todos. El nacionalismo o mejor patriotismo, para que no suene tan negativo, aquí no se aplica. La abstención en las recientes elecciones presidenciales fue de un 46% , a pesar de ser la más baja desde 1976. ¿Como entendemos esto? ¿Se quiere al país y nos sentimos parte de él cuando se trata de fútbol, pero hay indiferencia ante el dolor de los que viven dentro de sus fronteras?
En la misma selección de Colombia, varios jugadores son víctimas del conflicto estructural y armado colombiano. Por ejemplo, Juan Fernando Quintero, cuyo padre fue desaparecido por el Ejército colombiano en 1995. Han pasado ya 13 años y su madre Lina Paniagua sigue esperando respuestas y justicia. O Juan Guillermo Cuadrado, quien nació en Urabá, una zona abatida por el conflicto armado; su padre fue asesinado cuando tenía 4 años y él presenció todos los hechos. Fue su madre Marcela Bello apunta de empacar bananos y definitivamente no fue la ayuda del Estado la que lo sacó adelante. También Yerry Mina, el autor del gol que llevaría a Colombia a octavos de final, tiene una historia de abandono estatal e indolencia social acuestas. Mina nació en Guachené, un municipio del que nadie se acuerda, donde las calles ni siquiera están pavimentadas y la renta familiar es de una media de 100$ mensuales. Con seguridad se podría aumentar la lista, sólo dentro de los jugadores del equipo de la selección Colombia.
La ONU acaba de hacer un llamado al Estado Colombiano, por el aumento desmedido de desplazamiento forzado. En lo corrido del año van, según ACNUR, más de 3.549 personas (913 familias) desplazadas y más de 90 líderes sociales han sido asesinados. En los últimos 6 días se cuentan ya 5 ejecuciones. La guerra no sólo sigue presente, sino que, con el regreso al poder, de los amantes de la guerra, está empezando día tras día, a arder con más intensidad.
Me pregunto si dentro del país se habla más de futbol o de los asuntos y cambios a nivel político que definitivamente sí determinará la vida de todos, pero sobre todo de aquellos más vulnerables, de aquellos que definitivamente no pueden estar en los estadios de fútbol gritando gol, porque están luchando día a día por sobrevivir a la guerra, por sobrevivir a los nuevos desplazamientos a los que son forzados, por sobrevivir a la exclusión social, económica y, por supuesto, política.
Colombia es el cuarto país del mundo que más entradas ha comprado para el Mundial, algo que no deja de sorprender a nadie. Los aficionados sacan de sus bolsillos mínimo 3000 euros para poder presenciar desde los estadios rusos los partidos de futbol. ¿Como se entiende esto? ¿Escapatoria, complicidad con la barbarie, o simplemente desesperanza a un posible cambio? Quizás una impunidad aprendida en la que antes de dar la lucha ya se da por hecho que no servirá de nada; alterando así el sentido de la democracia.
¿Cómo se entiende este compromiso con el fútbol nacional, pero, en escala infinitamente inferior, con el sufrimiento de sus connacionales? ¿Cómo entender que se acepte sin reparos que los jugadores que representen a Colombia en la selección de fútbol sean afrocolombianos, pero que sea justamente esta la población más golpeada por la pobreza, la guerra y la exclusión sin que la sociedad en conjunto, incluidos aquellos que también animan a la selección, exijan un cambio y no tolere más esta injusticia?
Un colombiano se sulfuraba ante mi punto de vista, porque decía que no debo generalizar, igual que lo hacen muchos alemanes cuando se habla de post-colonialismo o racismo estructural en la sociedad alemana. Con esta actitud pretenden relativizar la gravedad de este asunto, reorientar la discusión de lo que se está hablando, negar lo que refleja cualquier estadística sobre estos temas, pero, además, no aceptar algo que salta a la vista, hasta del que menos ve.
Está claro que no se pude generalizar, pues hay muchas iniciativas dando la batalla por los derechos de todos, aunque son precisamente éstas las que nunca han sido escuchadas ni apoyadas por la gran mayoría. Pero sería cínico negar que la tolerancia y complicidad al régimen establecido ha sido la tendencia, pues de lo contrario las cosas no serían como son.
Me pregunto entonces: ¿Será una cuestión de sentimiento de culpa, lo que ciega? En cualquier caso, sería mejor ser consciente de las sociedades en las que vivimos, afrontar nuestro pasado, pero, sobre todo, ser conscientes de la responsabilidad que tenemos por delante en la construcción de un mejor país para todos y todas, también o quizás con mayor razón cuando se celebran los éxitos de la selección de fútbol.
Es maravillosa la forma alegre que tienen los colombianos, siempre con una sonrisa en la cara, su manera amable de relacionarse, su capacidad para disfrutar de la vida aún en momentos difíciles; todo esto es realmente admirable y de lo que muchas otras sociedades pueden aprender. Por eso, es que resulta tan perturbador, que cuando de fútbol se trata, afloren tantas emociones nacionalistas entre los colombianos, pero que con el dolor de sus connacionales se perciba tan poca empatía.
Algo bueno del fútbol es, sin duda, que borra las diferencias ideológicas, religiosas, étnicas o de clase dentro del grupo, o por lo menos las pone en un segundo plano para poner por delante el deseo de todos de que su selección llegue lo más lejos posible en la carrera del Mundial. Lo triste en ello, hablando del caso colombiano, es que esta preocupación por el fútbol logre más unión que el deseo de construir un país donde quepan todos y todas con la misma oportunidad de salir adelante y de triunfar.