Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Cuba: la dignidad gana batallas
Resulta un contrasentido. Quienes hasta hoy señalaban que el bloqueo económico, el embargo y el boicot político serían la manera de acabar con la revolución cubana, hoy señalan que ha resultado un fracaso. Sin embargo, sus mismos impulsores hablan del daño causado, dejando sin argumentos a quienes continuamente proclaman su inexistencia o ser una mera excusa para convencidos. Informes del departamento de Estado, la CIA y el Pentágono desglosan las maniobras de sabotaje para causar daño a la población cubana. Pero el embargo se mantuvo, aunque en la última Asamblea General de Naciones Unidas Estados Unidos e Israel se quedaron solos. Los 188 votos de los países asistentes solicitaron su levantamiento. Quien mejor sintetiza este sinsentido es el exfiscal adjunto de Nueva York, Robert. F. Kennedy Jr, sobrino del expresidente Kennedy, en un artículo publicado en el periódico La Jornada de México: “Parece una tontería que EEUU mantenga una política exterior mediante la repetición de una estrategia que demostró ser un fracaso monumental durante seis décadas (...) El embargo es una locura (...), desacredita claramente la política exterior estadounidense, no sólo en América latina, sino también en Europa y otras regiones”.
Son muchos quienes durante décadas han vaticinado el fin de la revolución cubana. No han faltado argumentos. En tiempos de guerra fría se tildó al régimen de ser un títere de la Unión Soviética. Tras la caída del muro de Berlín, y la desarticulación del bloque del Este, Cuba se consideró un anacronismo histórico. No tenía cabida en la nueva era de la globalización. Sin apoyos exteriores, la revolución llegaría, sin pena ni gloria, a un callejón sin salida. Moriría y con ello su ideario. Su existencia sería un mal recuerdo en medio de un caos económico, social y político. Cuba entraría a la comunidad internacional con la cabeza gacha y reconociendo su fracaso. Los agoreros intuían un proceso similar al seguido por Rumanía, Polonia, Hungría, Bulgaria o la desarticulada URRS. El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos pone en evidencia lo estrecho de un planteamiento como el descrito, mantenido durante medio siglo articulando la política exterior de Estados Unidos.
Sin embargo, nada de ello ocurrió a pesar de no tener Cuba el viento a favor. El producto interno bruto descendió en un 70% a principios de los años noventa. El período especial fue un balde de agua fría. El racionamiento, la dificultad de combustible, los precios internacionales del azúcar y el tabaco, amén de un comercio internacional que exigía el pago en efectivo, dejaban poco lugar a la esperanza. El diagnóstico era pesimista. El enfermo se moriría irremediablemente. Desde Estados Unidos, el lobby anticubano se frotaba las manos. Nuevas leyes se unieron al embargo y al bloqueo existente desde 1964. Primero, en 1992, durante el gobierno de Bush padre, se aprueba la ley Torricelli, que intentó dar el golpe de gracia a la economía cubana, prohibiendo el comercio de subsidiarias norteamericanas afincadas en terceros países y prohibiendo tocar puertos estadounidenses a barcos que previamente, con fines comerciales, lo hubiesen hecho en puertos cubanos. Y en segundo lugar, durante el mandato del demócrata Bill Clinton, en 1996, dando vía libre a la ley Helms-Burton, conocida como “ley para la libertad y solidaridad cubana”. Dicha ley, como la anterior, aún vigentes, contempla la negativa de créditos y ayuda financiera a países y organizaciones que favorezcan o promuevan la cooperación con Cuba. Sus efectos se hacen sentir en sectores como la sanidad, dado las patentes en manos de las farmacéuticas estadounidenses, el alimentario, el financiero o el tecnológico. Son múltiples los medicamentos pediátricos y cardiovasculares que no están a disposición de los centros médicos, condenando a la muerte a niños con enfermedades que requieren dichos fármacos para su tratamiento.
Ningún otro proyecto político en América latina, democrático, antiimperialista, nacionalista y socialista, ha sido atacado con tanta virulencia por Estados Unidos y sus aliados regionales. En este sentido, Cuba tiene el mérito de haber sobrevivido a una invasión, al sabotaje interno y al bloqueo económico y comercial, amén del aislamiento político regional. En el resto de países, los proyectos democráticos fueron aniquilados. Desde Arbenz en Guatemala en 1954, pasando por Joao Goulart en Brasil en 1964, la invasión a República Dominicana en 1965, el golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile en 1973, la invasión a la isla de Granada en 1983 y a Panamá en 1989, el imperialismo norteamericano, con el apoyo de las burguesías locales, impuso en su lugar dictaduras militares.
Sin embargo, Cuba se levanta victoriosa frente a sus enemigos. Combativa, ha sabido responder a los ataques exteriores. Las razones son múltiples y no es el caso analizarlas en esta ocasión. Sólo destacar el grado de legitimación del proceso revolucionario. Desde los primeros años, son muchos los cambios introducidos a medida que se profundiza la revolución. Nadie que hubiese visitado Cuba en los años ochenta o noventa puede sustraerse a las transformaciones del país en este siglo XXI. Desde las políticas sociales, las culturales, pasando por las nuevas leyes en la esfera económica, las actividades privadas o el turismo. El dinamismo forma parte de un proyecto cuya pervivencia se fundamenta en el alto grado de compromiso político en la defensa de la soberanía nacional y el socialismo.
Es un logro para la revolución cubana que, tras medio siglo de enfrentamiento, Estados Unidos reconozca, primero, el fracaso del bloqueo y, de manera implícita, la dignidad de un pueblo que ha sabido permanecer firme a sus principios y convicciones.
En estos momentos el dialogo y la negociación entre Cuba y Estados Unidos se realiza en un contexto diferente al que imperase en el siglo XX. América latina y el Caribe han logrado articular un conjunto de instituciones como UNASUR, CELAC, MERCOSUR y ALBA que suponen un reequilibrio de fuerzas ante el viejo sistema hegemonizado por Estados Unidos, OEA y TIAR. La dignidad gana batallas. Cuba es el ejemplo.
Resulta un contrasentido. Quienes hasta hoy señalaban que el bloqueo económico, el embargo y el boicot político serían la manera de acabar con la revolución cubana, hoy señalan que ha resultado un fracaso. Sin embargo, sus mismos impulsores hablan del daño causado, dejando sin argumentos a quienes continuamente proclaman su inexistencia o ser una mera excusa para convencidos. Informes del departamento de Estado, la CIA y el Pentágono desglosan las maniobras de sabotaje para causar daño a la población cubana. Pero el embargo se mantuvo, aunque en la última Asamblea General de Naciones Unidas Estados Unidos e Israel se quedaron solos. Los 188 votos de los países asistentes solicitaron su levantamiento. Quien mejor sintetiza este sinsentido es el exfiscal adjunto de Nueva York, Robert. F. Kennedy Jr, sobrino del expresidente Kennedy, en un artículo publicado en el periódico La Jornada de México: “Parece una tontería que EEUU mantenga una política exterior mediante la repetición de una estrategia que demostró ser un fracaso monumental durante seis décadas (...) El embargo es una locura (...), desacredita claramente la política exterior estadounidense, no sólo en América latina, sino también en Europa y otras regiones”.
Son muchos quienes durante décadas han vaticinado el fin de la revolución cubana. No han faltado argumentos. En tiempos de guerra fría se tildó al régimen de ser un títere de la Unión Soviética. Tras la caída del muro de Berlín, y la desarticulación del bloque del Este, Cuba se consideró un anacronismo histórico. No tenía cabida en la nueva era de la globalización. Sin apoyos exteriores, la revolución llegaría, sin pena ni gloria, a un callejón sin salida. Moriría y con ello su ideario. Su existencia sería un mal recuerdo en medio de un caos económico, social y político. Cuba entraría a la comunidad internacional con la cabeza gacha y reconociendo su fracaso. Los agoreros intuían un proceso similar al seguido por Rumanía, Polonia, Hungría, Bulgaria o la desarticulada URRS. El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos pone en evidencia lo estrecho de un planteamiento como el descrito, mantenido durante medio siglo articulando la política exterior de Estados Unidos.