Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
La urna y la mariposa
La teoría del caos suele explicarse con la metáfora del efecto mariposa: grandes consecuencias generadas por movimientos aparentemente inconexos y pequeños, un tornado en Texas que no se habría producido sin el aleteo de una mariposa en Brasil. Esto sucede en los sistemas dinámicos o caóticos: no podemos predecir qué tiempo hará el 15 de marzo de 2018, como no podemos predecir la población de mosquitos del año que viene o las cotizaciones en bolsa porque cualquier mínima alteración no medible en las condiciones iniciales desvía radicalmente el resultado de cualquier predicción.
De alguna forma la política electoral española está viviendo algo parecido: la crisis económica y política ha convertido la España del 78 en un sistema dinámico (caótico) cuyo desenlace es imposible predecir porque la volatilidad es inmensa y cualquier circunstancia aparentemente irrelevante puede llevar a una restauración y consolidación de los poderes en descomposición, a una ruptura democrática, a una sustitución de élites (incluso de partidos) lampedusiana, etc.
Solemos mirar las elecciones europeas como un trámite irrelevante políticamente que apenas sirve para promocionar alguna nueva figura política y, sobre todo, para jubilar con estupendas condiciones a viejos rockeros de la política partidista. Sin embargo, las elecciones europeas de 2014, como esa mariposa irrelevante, sacudieron el imaginario electoral español; para rizar el rizo el terremoto no venía por la primera ni por la segunda ni siquiera por la tercera fuerza electoral. El partido que quedó cuarto en unas irrelevantes elecciones europeas, un partido que tuvo que presentarse con la cara del candidato en la papeleta para que la gente supiera qué era ese partido, rompió los moldes del bipartidismo y llevó a lo electoral la crisis de régimen que llevaba tres años recorriendo también las calles.
En aquellas mismas elecciones, por cierto, era octava fuerza política Ciudadanos: un partido aparentemente irrelevante limitado al nacionalismo español en Cataluña que pocos meses después se ha convertido en la primera operación inteligente de supervivencia de los poderes (especialmente los económicos: Ciudadanos lleva a la política el programa neoliberal de FEDEA) del régimen del 78. A ello le seguiría otro movimiento muy habilidoso de los agentes restauradores: el reemplazo de las candidaturas madrileñas, recuperando para Prisa una tutela sobre la política española que parecía definitivamente perdida.
2015 es el año en el que electoralmente termina la partida que en la calle se abrió el 15 de mayo de 2011. La situación es de una volatilidad extrema. En 2014 se pegaron un tiro quienes decidieron pasar de puntillas por las elecciones europeas. Este año tenemos antes de las generales las elecciones andaluzas, las municipales, las autonómicas en casi toda España y las catalanas. Cada uno de estos procesos electorales es determinante para los siguientes: que de las elecciones andaluzas saliera un pacto PSOE-PP o que saliera una investidura del PSOE con el voto a favor de Podemos e IU o incluso un gobierno del PSOE apoyado por Ciudadanos, por poner tres hipótesis nada fantasiosas, condicionarían la mirada de la ciudadanía hacia los partidos que dos meses después van a elecciones municipales en toda España. El resultado que se produzca en mayo y la gestión del mismo también será determinante y pondrá el primer mapa real de la situación electoral tras cientos de encuestas que nadie sabe cómo cocinar honestamente ante lo inédito del mapa político y sus drásticos cambios. No hace falta explicar la importancia de las elecciones catalanas en el desarrollo de la crisis territorial de España y por tanto su impacto en las generales.
Además de todo ello, nadie que pretenda un cambio real en España puede intentar ningunear los procesos que repartan el poder local y regional. En primer lugar, porque son ámbitos en los que se toman decisiones que inciden en los aspectos esenciales de la vida de la gente (la sanidad, la educación, el urbanismo...). Pero también porque un deseable gobierno de cambio contará con todas las resistencias para intentar tumbarlo cuanto antes y los poderes autonómicos y locales serán espacios privilegiados para esa reacción. Sirva como ejemplo que esos poderes fueron la principal herramienta desestabilizadora del gobierno boliviano, por ejemplo, y lo mismo harían aquí si de las elecciones de noviembre surgiera un gobierno de cambio emancipador.
En buena forma los movimientos en Madrid a uno y otro lado de la trinchera (el lado de la ruptura democrática y el de la restauración) evidencian que la batalla de Madrid es asumida como la mariposa mayor cuyo aleteo pueda tener las consecuencias más imparables. Históricamente los cambios en Madrid han anticipado los cambios en España. En Madrid está en juego para el lado mafioso de la trinchera mucho dinero y mucha cárcel: de ahí el ruido que brota en Madrid de sus alcantarillas políticas, mediáticas, judiciales y financieras donde se libra la peor batalla de cocodrilos en varias décadas. Para el lado ciudadano y popular está en juego la recuperación de la sanidad, la educación, el agua... y el desmontaje de la estructura corrupta y caciquil tejida al menos desde el tamayazo.
Para quienes queremos que éste sea el año del cambio es difícil afrontar el ciclo electoral sin constatar dos hechos evidentes. Que Podemos ha emergido como el actor sobre el que pivotará el cambio: la virulencia de los ataques de todos los aparatos del poder evidencian que éste lo reconoce como un instrumento emancipador y, por tanto, enemigo. Pero también que ni Podemos está sólo en esa lucha, ni es deseable que lo esté, ni (esto es muy importante) a Podemos le conviene a medio plazo que se diluyan en Podemos todos esos actores del cambio.
Seríamos unos irresponsables (y unos suicidas) si respondiéramos a la realidad cambiante con planos diseñados en abstracto mientras el campo de batalla realmente existente varía y mucho. Y variará mucho más ante cada movimiento de otros agentes, ante cada cambio internacional (¿alguien cree que la hostilidad del gobierno español contra Syriza se debe a su preocupación por Grecia?), ante cada dificultad (por ataques externos o por debilidades internas) de quienes estamos en la trinchera del cambio, ante cada proceso electoral... Más allá de los legítimos y necesarios planes abstractos hay una crisis de régimen real y la bestia se defiende y de qué manera. Ni esto es un juego ni hay una biblia que nos dicte qué es preceptivo y qué está prohibido ante una realidad material cambiante.
En esa situación apelar a la generosidad y a la flexibilidad de los actores de cambio (de todos, también lo digo -quizás especialmente- en primera persona) no es una cuestión moral, sino mera inteligencia táctica. Pagaremos durísimamente cada error, cada rigidez. Quien más lo pagará será nuestro pueblo y, sin duda, nos pasará la factura.
La teoría del caos suele explicarse con la metáfora del efecto mariposa: grandes consecuencias generadas por movimientos aparentemente inconexos y pequeños, un tornado en Texas que no se habría producido sin el aleteo de una mariposa en Brasil. Esto sucede en los sistemas dinámicos o caóticos: no podemos predecir qué tiempo hará el 15 de marzo de 2018, como no podemos predecir la población de mosquitos del año que viene o las cotizaciones en bolsa porque cualquier mínima alteración no medible en las condiciones iniciales desvía radicalmente el resultado de cualquier predicción.
De alguna forma la política electoral española está viviendo algo parecido: la crisis económica y política ha convertido la España del 78 en un sistema dinámico (caótico) cuyo desenlace es imposible predecir porque la volatilidad es inmensa y cualquier circunstancia aparentemente irrelevante puede llevar a una restauración y consolidación de los poderes en descomposición, a una ruptura democrática, a una sustitución de élites (incluso de partidos) lampedusiana, etc.