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Las eléctricas y lo posible

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Pese a la suspensión de las actividades económicas provocadas por el coronavirus, las principales eléctricas españolas ganaron el año pasado hasta un 36% más, manteniendo las astronómicas retribuciones de sus altos cargos y consejeros, entre los que se encuentran no pocos expolíticos patrios. Mientras, estos días nos levantamos con la noticia de que el precio de la luz, de la energía, está en uno de los niveles más altos de los últimos tiempos sin que las empresas que monopolizan el sector hagan nada para remediarlo. ¿Cómo es posible que la indignación ciudadana no vaya más allá de la mera resignación? 

Hace ya tiempo que se viene insistiendo en la idea de que el neoliberalismo no es sólo la defensa de una concepción económica, sino también la imposición o la asunción de un nuevo marco simbólico de referencia, de una nueva mentalidad que ha modificado nuestros patrones de conducta y nuestros márgenes de actuación en los campos económico, social y político. Para responder a la pregunta formulada, fundamentalmente nos interesan tres de los cambios que ha introducido en el imaginario colectivo e individual tras décadas de hegemonía, cambios que se producen en nuestras concepciones del pasado, del presente y del futuro.

Primero, respecto del pasado, el olvido. El neoliberalismo practica e impulsa la amnesia de las comunidades políticas, incapaces de recordar el reciente y casi finiquitado Estado social. No está tan lejos en el tiempo el “Espíritu del 45”, del que nos habla Ken Loach, y mucho menos las políticas de redistribución de la riqueza de los años 50 o 60. Muchos se asombrarían de leer hoy los programas de los partidos socialdemócratas de aquellos años, en los que abiertamente se defendía la nacionalización de las empresas estratégicas o planes tan ambiciosos como el Meidner, en Suecia. Y sin llegar a tales extremos: hace solo unos años que los sectores esenciales o estratégicos de la economía eran propiedad pública… ¡También en España! Mis estudiantes se sorprenden cuando les explico que Telefónica, Endesa o Seat eran corporaciones públicas, hasta hace nada, controladas por el Estado.

Segundo, sobre el presente, la negación. Se dan por muertos en la actualidad los instrumentos, jurídicamente válidos y operativos, que aún disponen nuestros Estados para hacer frente a la concentración ignominiosa y absurda de capital. Ni se combate eficazmente la cartelización de la economía, cada vez más concentrada en sus sectores esenciales en manos de unos pocos, ni se permite hablar siquiera de la posibilidad de una intervención contundente en los divinizados “mercados”. La Constitución española de 1978, esa tan denostada por una parte de una izquierda también amnésica, esa misma que es sacralizada por una derecha que la desconoce… esa, sí, establece en su artículo 128.2 la posibilidad de que mediante ley (mayoría simple en el parlamento) puedan reservarse para el sector público “recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio, y acordarse, asimismo, la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general”. ¿Por qué ninguno de los contertulios, de los opinadores públicos o de los influencers mediáticos del día a día habla siquiera de esta posibilidad? La hegemonía neoliberal la niega y, lo que es peor, la intenta anular gracias al entramado normativo e institucional del gobierno económico de una Unión Europea volcada y construida en torno a la “razón de mercado” y no de la democracia constitucional. 

Tercero, el cierre del futuro. El capitalismo neoliberal ha conseguido estrechar hasta lo inimaginable nuestros horizontes de acción y transformación, relegándolos a veces a la mera resistencia de las pocas conquistas sociales que permanecen, y que se mantienen más como dádiva de los de arriba que como patrimonio colectivo de los de abajo. El futuro está cargado de lo peor del presente neoliberal: el individualismo posesivo, la precariedad, la inestabilidad sin límites, la zozobra de una vida diaria sumergida en un mar estresante de redes y notificaciones y unas relaciones sociales cada vez más inhumanas, frías y ásperas. Y en lo político, la imposibilidad de un cambio verdadero, de una mudanza radical que vaya a las raíces de los problemas e injusticias que nos aquejan. 

Estos tres impactos neoliberales deben ser superados y sustituidos si queremos afrontar los retos y desafíos del presente y del mañana, entre los que destacan el cambio climático, la injusticia y la desigualdad. Sobre el pasado, y sin caer en la pura nostalgia, recuperar el recuerdo de las conquistas y de las experiencias de un Estado social que, con sus carencias y defectos de diseño, supo redistribuir parte de la riqueza y elevar socioeconómicamente a los que históricamente habían sido los (y las) desheredados de occidente. Sobre el presente, la defensa de los instrumentos que aún perduran y la afirmación de su normatividad, de su posibilidad misma de aplicación y eficacia. Sobre el futuro, ensanchar los horizontes y pensar nuevas (¿o viejas?) formas de vida y de sociabilidad que muten por completo los fetiches y las falsas apariencias del sistema neoliberal de nuestros días. Conseguir, en definitiva, que la próxima subida de la luz no la paguen quienes más trabajan y luchan día a día por su dignidad.

Pese a la suspensión de las actividades económicas provocadas por el coronavirus, las principales eléctricas españolas ganaron el año pasado hasta un 36% más, manteniendo las astronómicas retribuciones de sus altos cargos y consejeros, entre los que se encuentran no pocos expolíticos patrios. Mientras, estos días nos levantamos con la noticia de que el precio de la luz, de la energía, está en uno de los niveles más altos de los últimos tiempos sin que las empresas que monopolizan el sector hagan nada para remediarlo. ¿Cómo es posible que la indignación ciudadana no vaya más allá de la mera resignación? 

Hace ya tiempo que se viene insistiendo en la idea de que el neoliberalismo no es sólo la defensa de una concepción económica, sino también la imposición o la asunción de un nuevo marco simbólico de referencia, de una nueva mentalidad que ha modificado nuestros patrones de conducta y nuestros márgenes de actuación en los campos económico, social y político. Para responder a la pregunta formulada, fundamentalmente nos interesan tres de los cambios que ha introducido en el imaginario colectivo e individual tras décadas de hegemonía, cambios que se producen en nuestras concepciones del pasado, del presente y del futuro.