Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Esquilo y la tragedia de Gaza
La actual situación que vive Gaza, escenario de los más atroces crímenes que uno pueda imaginar, me lleva a recordar a Esquilo, quien para muchos es el primer gran representante de la tragedia griega. Para él, el sufrimiento humano tendría causa, directa o indirectamente, en el actuar malvado o insensato, que conduce siempre a la desgracia de los protagonistas.
Parafraseando a Esquilo, dicha actuación bien podría haber sido heredada por esos protagonistas jugando en ello un papel fundamental la fuerza del genos, es decir la herencia de la culpa y de los lazos de sangre, que provoca que las faltas de los antepasados sean heredadas por los protagonistas actuales, tratándose de víctimas indirectas que, a veces, incurren ellas mismas en una culpa mayor o menor, pero de las que muchas son completamente inocentes.
Volviendo a Gaza, y al conjunto de la tragedia palestina, qué duda cabe que Esquilo fue premonitorio al decir frases como “la voz de un pueblo es peligrosa cuando está cargada de ira”, porque de estas tierras arrasadas vendrán lodos aún peores o ¿es que alguien se plantea que tanta muerte servirá para algo más que para traspasar el odio a las generaciones futuras?
También dijo: “Es una gran felicidad ver a nuestros hijos alrededor de nosotros; pero de esta buena fortuna nacen las mayores amarguras del hombre.” ¿Qué pueden pensar unos padres que ven morir a sus hijos, que los ven heridos y sin medicamentos o destinados a morir en el próximo bombardeo israelí?
Viendo la maquinaria propagandística de Israel, se me viene a la cabeza otra de las brillantes y certeras ideas de Esquilo: “La verdad es la primera víctima de la guerra” y esta masacre, que no guerra, no iba a ser distinta.
Llevamos semanas en las cuales Israel difunde insidias y rumores, que no informes, sobre los cuales, posteriormente, justifica sus acciones militares. Buen ejemplo de ello lo constituye un variopinto grupo de apologetas del crimen, como @CapitanKaplan o @Portavoz_Israel, difundiendo que desde escuelas de la UNWRA algún soldado israelí habría recibido mortales disparos; en realidad, no están relatando un hecho sino sembrando la base para luego justificar lo injustificable: la comisión de un crimen de guerra al atacar edificios especialmente protegidos en caso de conflicto armado.
O también el hecho de culpabilizar a Hamas de todo lo que está sucediendo, con sus corifeos occidentales jaleándoles y aplaudiéndoles, vaya uno a saber a cambio de qué. Hamas tiene una clara responsabilidad, es la autoridad efectiva en Gaza y, como tal y por ese solo hecho ya tiene una responsabilidad, cosa distinta es atribuirle los crímenes que comete el propio Ejército israelí o los actos de diversos grupos que operan desde Gaza en legítimo uso del derecho de defensa.
La propaganda, enemiga irredenta de la verdad, es un instrumento que Israel ha perfeccionado, desde aquellos años en que el propio pueblo judío fue su principal víctima, y utiliza hasta la extenuación pero cada vez con menor éxito porque es insostenible mantener un sistema propagandístico vitalicio y, mucho más, cuando cada vez la información fluye de forma más ágil y directa a través de las redes sociales.
Sin duda que esta masacre pudo y debió evitarse, sin embargo lo que muchos prefieren olvidar es el cómo hemos llegado hasta aquí y que para muchos, con mayor o menor razón, sigue siendo válida la idea de Esquilo de que en determinados casos “la muerte vale más que la sumisión a la tiranía”, pero sobre la muerte, el dolor infinito y la injusticia interminable no puede construirse ningún futuro y ya es hora de que se busque un futuro para Palestina y, también, para Israel.
A estas alturas, es imposible reconducir la tragedia hacia un escenario humanamente asumible sin pasar antes por el cauce de una exigencia real de responsabilidades sobre lo ocurrido.
Zanjar definitivamente el conflicto, al menos desde el plano de la responsabilidad jurídica, es posible y existe el lugar donde hacerlo: la Corte Penal Internacional. Obviamente, en los actuales parámetros de esa Corte es difícil que eso suceda pero nada impediría que se transforme en el sitio común en que se exijan las responsabilidades penales a unos y otros, pues solo ese sería el camino que permitiría avanzar en otra esfera del conflicto: la política.
Aquellos que, en aras de la propaganda, simplifican el conflicto planteándolo en términos de que todo es culpa de Hamás, olvidan algo esencial: muchos somos los que sostenemos que Hamás tiene culpa pero Israel también, es decir, aquí no cabe proyectar las culpas propias para sostener que unos son víctimas y otros victimarios. Los únicos que son cien por cien víctimas son los civiles que sufren las consecuencias de estas atrocidades.
Ya en 2009, con ocasión de la operación Plomo Fundido, sostuve que Israel era responsable de crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y, posiblemente, algunos de sus políticos y soldados también lo serían de genocidio. Igualmente, y por mucho que se pretenda ocultar, afirmé que Hamás era, como mínimo, responsable de crímenes de guerra, tanto por sus actos como por su posición como autoridad efectiva en Gaza, ya que tiene el deber de prevenir la comisión de actos delictivos y fallar en eso implica tener que asumir la responsabilidad por los mismos.
Partiendo de esta premisa, que en esto hay responsabilidades en ambos bandos, qué mejor para solucionar la disputa sobre la intensidad de las mismas, y avanzar en la construcción de un futuro que pasa por la existencia de dos estados en el marco de las fronteras de 1967 o de un Estado binacional igualitario como sostienen algunos, que llevar a todos y cada uno de los responsables de estos brutales e injustificados crímenes ante una autoridad internacional que les enjuicie y, al mismo tiempo, justifique su propia existente: el Tribunal Penal Internacional.
Seguir discutiendo cuánta culpa radica en cada bando es un error y, al mismo tiempo, un claro ejercicio propagandístico que sólo sirve para retrasar el desenlace de la tragedia y que los muertos sigan acumulándose en las maltrechas morgues de Gaza, porque como dijo Esquilo “ni aún permaneciendo sentado junto al fuego de su hogar puede el hombre escapar a la sentencia de su destino”, y el destino de quienes están cometiendo estos atroces crímenes ya está escrito y pasará, más temprano que tarde, por un Tribunal.
La actual situación que vive Gaza, escenario de los más atroces crímenes que uno pueda imaginar, me lleva a recordar a Esquilo, quien para muchos es el primer gran representante de la tragedia griega. Para él, el sufrimiento humano tendría causa, directa o indirectamente, en el actuar malvado o insensato, que conduce siempre a la desgracia de los protagonistas.
Parafraseando a Esquilo, dicha actuación bien podría haber sido heredada por esos protagonistas jugando en ello un papel fundamental la fuerza del genos, es decir la herencia de la culpa y de los lazos de sangre, que provoca que las faltas de los antepasados sean heredadas por los protagonistas actuales, tratándose de víctimas indirectas que, a veces, incurren ellas mismas en una culpa mayor o menor, pero de las que muchas son completamente inocentes.