Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Sin principios no hay dignidad y sin dignidad no hay ética política
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, aludiendo a Izquierda Unida sentenció: “Se vive muy cómodo en el 12%, siendo un partido bisagra del PSOE, siendo fiel a tus principios y sabiendo que vas a ser minoritario”. Que un político argumente la necesidad de renunciar a los principios y valores bajo el paraguas de ganar a toda costa es inquietante. En este caso, da igual si el secretario general aludía a un partido, a su dirigencia o al comportamiento de personas en su vida privada. La moraleja es la misma: no vale la pena mantener principios si con ello pierdes. En la vida es mejor ganar que perder.
Me parece que tal opinión -muy extendida en el ámbito deportivo: no importa jugar mal y ganar, mejor que hacerlo bien y perder- nos sitúa en el mundo donde el quehacer político se reduce a gozar del poder por el poder. El EZLN lo aclara magistralmente: “En la historieta del poder, el problema de la relación entre la moral y la política es ocultado (o desplazado) por el de la relación entre política y éxito, y entre política y eficacia. Maquiavelo resucita en el argumento de que, en política, la moral superior es la eficacia y la eficacia se mide en cuotas de poder, es decir, en el acceso al poder (...) En consecuencia, ahora hay una ética de la 'eficacia política' que justifica los medios que sean necesarios para obtener resultados”.
Los principios y los valores nos hacen fuertes y marcan la diferencia. En lenguaje cotidiano no todo puede adscribirse a lógica del poder, ni medir por éxitos electorales. Los ejemplos no son pocos. Albert Einstein, por principios, renunció a la presidencia de Israel ofrecida por los sionistas. Emile Zola -ese genio de la literatura- no claudicó y, a pesar de las presiones, escribió Yo acuso, dirigido al entonces presidente de Francia, desenmascarando el amaño de juicio contra el teniente Dreyfus, acusado de traición a la patria. Su actitud le valió el exilio. Sin embargo, descartó vender más libros y gozar de la fama a cambio de su silencio.
Salvador Allende tampoco renunció a sus principios, ni aceptó chantajes a cambio de seguir en el gobierno. Fue fiel a la Unidad Popular, formación heterogénea donde coexistían partidos políticos y movimientos sociales cristianos, laicos, marxistas, independientes, socialdemócratas, comunistas y socialistas. Mantuvo sus principios y defendió su programa político, muchas veces en contra de su partido, el socialista. Hoy la izquierda mundial lo reconoce como un patrimonio universal. Una vida ejemplar.
Sócrates, Giordano Bruno, Simón Bolivar, Condorcet, Juan Negrín, García Lorca o Antonio Gramsci, entre otros, configuran la saga de hombres dignos. Sin olvidarnos de la gente que lucha contra la injusticia social desde el anonimato, poniendo como aval sus principios y dignidad. Ellos son un valor agregado de la izquierda. No se puede renunciar a los principios ni menos a la política, izando la bandera del pragmatismo electoral, soslayando la memoria histórica, renegando de la conciencia política y abandonando los principios éticos en la lucha emancipadora de los pueblos por la democracia.
Max Weber -sociólogo maldito- ejemplarizó dicha renuncia bajo la dualidad de la ética del compromiso, fundada en valores del bien común, la justicia social y los derechos humanos, versus la ética de la responsabilidad, apoyada en la razón de Estado. Para un político pragmático es más cómodo enarbolar el argumento de la responsabilidad con el poder, nadar a favor de la corriente que defender principios.
Los principios, como los valores éticos del bien común, la justicia social y la dignidad, son irrenunciables. Sirva un ejemplo. En América latina, durante las dictaduras hubo militares que no aceptaron la ordenanza de ley debida como fundamento para violar los derechos humanos. Su actitud les llevó al enfrentamiento con sus compañeros de armas. Fueron repudiados, expulsados, perseguidos, torturados o asesinados. Pudieron guardar silencio, mirar hacia otro lado y conseguir un ascenso. Sin embargo, prefirieron mantener la dignidad y no traicionar su conciencia. Seguro que tenían miedo, pero no fueron cobardes, actuaron en consonancia. Sabían a lo que se enfrentaban. Vivir acorde a los principios no es fácil. Supone una crítica diaria de lo hecho.
Si el objetivo del secretario general de Podemos era referirse a la izquierda como categoría y a Izquierda Unida como partido con valores anquilosados, inamovibles y fracasados electoralmente, tildándola de estéril, ello supone faltar a la verdad. Desde su creación en 1986, IU ha gobernado cientos de ayuntamientos y ha coadyuvado a la apertura de espacios democráticos, fortaleciendo derechos políticos y sociales nada desdeñables. En el parlamento ha levantado la voz denunciando los recortes, las privatizaciones, la ley mordaza, la ley de partidos, etc. Igualmente, ha participado siempre en las luchas sociales y, en estos años de crisis, en las marchas por la dignidad, las mareas y los movimientos vecinales contra los desahucios. Sus abogados han prestado servicios a inmigrantes y han denunciado el racismo y al gobierno del Partido Popular como antes al del PSOE en el Parlamento Europeo.
Durante décadas, más allá de sus triunfos y fracasos electorales, IU ha participado en las luchas contra el machismo y en la defensa de los derechos de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales. No es de extrañar que Syriza tenga en Izquierda Unida su organización hermana y sea un ejemplo desde sus orígenes para su proyecto, pese a quien le pese.
¿Dónde situar pues la afirmación “vivir en la comodidad de la oposición y los principios”? El sitio adecuado es la mentira política. Federico II, rey de Prusia, convocó en 1778 un concurso de ensayos bajo el título “¿Es conveniente engañar al pueblo?”. Sostenía que era necesario hacerlo en beneficio de la propia gente. Condorcet, rechazando tal afirmación, aunque sin ánimo de presentarse al concurso, respondió a tal felonía: “Es imposible concluir un error a partir de una verdad sin haber razonado en falso; o bien que todo razonamiento falso presupone una proposición falsa. No será pues la verdad la que habrá conducido a un error funesto, sino una opinión falsa la que habrá conducido a una falsa conclusión”. Por tanto, en política es mejor decir la verdad que mentir y engañar.
La política no se construye desde la mentira, el engaño o las verdades a medias. Resulta peligroso y contraproducente, aunque se obtengan réditos inmediatos. La democracia se fundamenta en conceptos éticos del bien común, de justicia social y responsabilidad. Existe una relación directa entre lo que se dice y lo que se hace. ¿Acaso no demandamos a los partidos políticos que cumplan su programa? Les criticamos cuando no se ciñen a sus proyectos. El ciudadano -hoy la gente, para algunos- demanda coherencia en el quehacer político. Sea votante, militante o simpatizante del Partido Popular, Convergencia i Unió, Partido Nacionalista Vasco, Izquierda Unida, Ciudadanos o Unión Progreso y Democracia. La crítica debe preceder la acción. Acomodarse supone justificar todo en nombre del partido. Vivir con principios, mantener la dignidad y no perderla por un puñado de votos, no es tarea fácil. En eso consiste tener conciencia y levantar un programa emancipador. Otra cosa es justificar lo injustificable a cambio de un puñado de votos.
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, aludiendo a Izquierda Unida sentenció: “Se vive muy cómodo en el 12%, siendo un partido bisagra del PSOE, siendo fiel a tus principios y sabiendo que vas a ser minoritario”. Que un político argumente la necesidad de renunciar a los principios y valores bajo el paraguas de ganar a toda costa es inquietante. En este caso, da igual si el secretario general aludía a un partido, a su dirigencia o al comportamiento de personas en su vida privada. La moraleja es la misma: no vale la pena mantener principios si con ello pierdes. En la vida es mejor ganar que perder.
Me parece que tal opinión -muy extendida en el ámbito deportivo: no importa jugar mal y ganar, mejor que hacerlo bien y perder- nos sitúa en el mundo donde el quehacer político se reduce a gozar del poder por el poder. El EZLN lo aclara magistralmente: “En la historieta del poder, el problema de la relación entre la moral y la política es ocultado (o desplazado) por el de la relación entre política y éxito, y entre política y eficacia. Maquiavelo resucita en el argumento de que, en política, la moral superior es la eficacia y la eficacia se mide en cuotas de poder, es decir, en el acceso al poder (...) En consecuencia, ahora hay una ética de la 'eficacia política' que justifica los medios que sean necesarios para obtener resultados”.