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Los fracasos del independentismo

1641, 1873, 1931, 1934 y 2017. Cinco fechas separadas por 376 años. Cinco fechas donde Catalunya intentó separarse de España y donde, en cada una de ellas, fracasó. Algunas sangrientas y esta última, aún en desarrollo, sin muertos y con encarcelamientos. Los tiempos han cambiado en Europa y ya no se admiten hechos violentos en el corazón de la misma. Ahora, por suerte, se trata de conseguirlo e impedirlo en democracia y con democracia.

Esto implica un sistema legal instituido en España, el statu quo, compuesto por los diferentes poderes -ejecutivo, legislativo y judicial- que se va a defender de cualquier subversión con todas las armas que el Estado de derecho le permite, incluso retorciéndolo un poco y forzándolo, como apreciamos, con encarcelamientos de cuestionable legalidad, dado que las leyes tienen un aspecto interpretativo que queda al arbitrio de los jueces. Así vemos cómo el Tribunal Supremo da tiempo a la defensa allí donde la Audiencia Nacional encarcela inmediatamente. En el mejor de los casos, existen instancias superiores que están habilitadas para corregir las desviaciones de jueces que puedan dejarse llevar por afanes alejados de la justicia. A su vez, el Gobierno de España en manos del PP, apoyado por dos partidos políticos PSOE y Ciudadanos, se vale del artículo 155 de la Constitución que le permite intervenir la autonomía de Catalunya para rechazar la declaración ilegal de independencia. Situación inédita desde la instauración de la democracia.

Por parte del bando independentista constatamos cómo han sabido aprovechar los resquicios de dicho Estado de derecho y encontrar la manera de forzarlo, aun cuando las fuerzas no eran las suficientes, ya que si bien contaban con una mayoría parlamentaria -algo exigua por otro lado-, no lo era en número de votos ni podían aducir un consenso social claramente mayoritario, requisitos imprescindibles para una decisión de este calibre. El mejor ejemplo de dicho forzamiento de la legalidad lo vivimos los días 6 y 7 de septiembre en el parlamento de Catalunya con una votación que no respetó el propio reglamento de la cámara, seguido de la imposición y realización de un referéndum declarado ilegal por el Tribunal Constitucional. Y también en las posteriores dos declaraciones de independencia, la del 10 de octubre -que sí que no- y la del 27 de octubre con la declaración unilateral de la independencia –previa consideración por parte del Govern de renunciar a ella y convocar elecciones- y el nacimiento de la nueva República Catalana. Es decir, que se hizo nacer a la República de un modo claramente precario y sin contar con la mayoría del pueblo catalán. El entusiasmo que provocaba este ideal les hizo confundirse con respecto a la realidad en la que vivían. ¿Solo una confusión o un error político?

Lo que sucedió a continuación es conocido. La sabida respuesta del Gobierno con el 155, el descabezamiento del Govern y el Parlament, la convocatoria de elecciones autonómicas, el viaje inmediato a Bruselas de Puigdemont y el silencio del sector independentista. No ha habido silencio inmediato más atronador que esa falta de festejos, de manifestaciones, de algarabía, de emoción, de los dos millones de catalanes que, ilusionados desde hace años con la idea de una República independiente, habían puesto todo su empeño en conseguirla. Cuando la consiguen no lo celebran. El sábado 28 de octubre no salieron todos a la calle a decirle al mundo, y entre ellos mismos, la alegría que sentían. ¿Por qué se quedaron en sus casas? ¿Por qué los dirigentes no los convocaron a celebrar y defender la conquista? Ahora se están organizando manifestaciones. Tardes ya, quizás. Con los dirigentes presos, se perdió la oportunidad. Estas manifestaciones ya serán otra cosa, serán defensivas. Incluso aunque fueran muy numerosas ¿qué conseguirían?

Es necesario explicar esta falta de alegría y de respuesta de los catalanes que se quieren separar de España ante la consecución de la tan anhelada independencia. Podemos inferir, y es muy probable que así sea, que los dirigentes ya supieran que su lucha no iba a tener éxito por la inminente y radical respuesta del gobierno de España, por la fuga de empresas, por el no de Europa, y no supieron cómo frenar a tiempo. Sin embargo, esto no alcanza a explicarlo. Se percibe la adopción de una posición sacrificial en todo este movimiento final. Han preferido perder todo antes que parar a tiempo, reflexionar y acumular nuevas fuerzas. Eligieron desatar al nacionalismo español -y al catalanismo que no quiere la independencia- a cuya fuerza no tienen realmente con qué oponerse -salvo la apelación a la desobediencia civil, de difícil realización, a las manifestaciones callejeras y al anhelado apoyo del Otro europeo que nunca llega- entregando Catalunya en una sola pieza, en vez de proteger lo conquistado y buscar caminos quizás más lentos pero más seguros. La lógica de “cuanto peor, mejor” no tiene salida ya que en realidad es “cuanto peor, peor.” Esta lógica mortífera es, a mi entender, lo que ha llevado al fracaso actual de la pretensión independentista. Esto es lo que no ha permitido celebrar nada.

Este intento fallido es de enormes consecuencias para la subjetividad de millones de catalanes que han hecho una apuesta de vida con la idea de conseguir una independencia que los conduciría a un país diferente y también para millones de españoles que no llegan a comprender esta deriva separatista, unidos como están a Catalunya por lazos inmemoriales. Se olvidaron, a su vez, del abismo que se ha tejido entre los propios catalanes, consecuencia de una sociedad dividida entre los que se quieren ir y los que se quieren quedar. Por otra parte, su mal cálculo histórico ha conducido a reforzar lo que querían hacer desaparecer.

Después del quinto fracaso ¿no es hora de terminar con los sacrificios personales y políticos y encontrar otras vías donde las ansias de independencia y república puedan expresarse? ¿No es necesario interrogar a fondo la palabra independencia y lo que esta vela? ¿No es el momento de pensar un modo diferente de relación con España dentro de España? ¿No ha llegado la oportunidad de sumar todas las fuerzas para conseguir una España mejor, una República donde todas las particularidades puedan expresarse, tal como lo quieren muchos movimientos políticos? ¿No será la ocasión de que Catalunya encabece una apuesta más grande y generosa, menos excluyente e insolidaria, donde en vez de construir fronteras diseñe puentes?

1641, 1873, 1931, 1934 y 2017. Cinco fechas separadas por 376 años. Cinco fechas donde Catalunya intentó separarse de España y donde, en cada una de ellas, fracasó. Algunas sangrientas y esta última, aún en desarrollo, sin muertos y con encarcelamientos. Los tiempos han cambiado en Europa y ya no se admiten hechos violentos en el corazón de la misma. Ahora, por suerte, se trata de conseguirlo e impedirlo en democracia y con democracia.

Esto implica un sistema legal instituido en España, el statu quo, compuesto por los diferentes poderes -ejecutivo, legislativo y judicial- que se va a defender de cualquier subversión con todas las armas que el Estado de derecho le permite, incluso retorciéndolo un poco y forzándolo, como apreciamos, con encarcelamientos de cuestionable legalidad, dado que las leyes tienen un aspecto interpretativo que queda al arbitrio de los jueces. Así vemos cómo el Tribunal Supremo da tiempo a la defensa allí donde la Audiencia Nacional encarcela inmediatamente. En el mejor de los casos, existen instancias superiores que están habilitadas para corregir las desviaciones de jueces que puedan dejarse llevar por afanes alejados de la justicia. A su vez, el Gobierno de España en manos del PP, apoyado por dos partidos políticos PSOE y Ciudadanos, se vale del artículo 155 de la Constitución que le permite intervenir la autonomía de Catalunya para rechazar la declaración ilegal de independencia. Situación inédita desde la instauración de la democracia.