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Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Genocidio armenio, negacionismo turco, prejuicio alemán

Bartolomé Clavero

Hoy, cumpliéndose un siglo, el genocidio armenio es un hecho histórico incontrovertible aunque el Estado responsable no lo reconozca así. Desde finales de 1914, durante la primera guerra mundial, más de un millón de personas de nación armenia fueron despojadas, deportadas y masacradas por determinación del partido gobernante en el Imperio otomano, hoy reducido a Turquía. Ahora, en Alemania, precisamente en Alemania, el reconocimiento por su presidente hay un significado comentarista que lo transforma en manifestación de escepticismo pretendiendo que el genocidio no está acreditado y proponiendo una comisión de la verdad para dilucidarlo. ¿Cómo es posible a estas alturas tal forma de negacionismo?

El asunto ha venido siendo ciertamente controvertido, aun sabiéndose de la masacre desde que se produjo. En su época nadie le llamó genocidio pues este término no fue acuñado hasta 1944 para significar el delito de intentar extinguir un grupo humano como tal, no necesariamente de eliminar a todos sus individuos. Desde que la expresión existe ha ido creciendo el reconocimiento del caso armenio como genocidio para sentarse la responsabilidad de Turquía cual Estado sucesor del Imperio otomano. Estaríamos ante un genocidio de gente cristiana, los armenios, por gente musulmana, los turcos. Digámoslo en términos religiosos pues fueron decisivos.

De parte cristiana o de sectores laicos en las correspondientes latitudes ha venido la imputación de responsabilidad a Turquía. Lo propio cabe decirse de la historiografía, habiéndose basado la más documentada en fuentes latamente cristianas, como relatos de misioneros y diplomáticos estadounidenses y británicos. El asunto estuvo en manos de estudiosos sin manejo de la lengua turco-otomana, cuya documentación tachaban de manipulada y tendenciosa. Tal era el supremacismo historiográfico.

Cabía así la sospecha de que la imputación exagerase por el sesgo cristiano de agresión a otras culturas. Se formulaba desde Estados con una trayectoria histórica de presión y acoso a aquel Imperio pretérito en defensa de poblaciones cristianas tanto residentes (franceses, ingleses, alemanes, rusos…) como otomanas (serbios, búlgaros, griegos, armenios, maronitas, asirios...). ¿Cómo no iba a recelarse de la imputación en latitudes musulmanas comenzándose por Turquía? No todo era encubrimiento.

El panorama cambió desde las dos últimas décadas del siglo pasado por comenzar a desarrollarse la investigación sobre fuentes primarias, destacando la obra de Taner Akçam al poner resueltamente en juego la documentación turca, menos todavía la armenia. Hoy puede decirse que se tiene conocimiento bastante contrastado de causa. Dicha investigación no es sin embargo nueva del todo. Ya se había producido por el propio Imperio otomano, lo cual, recuperándose, ofrece además buena base a los estudios actuales. El negacionismo turco de hoy no procede de una primera hora.

Entre 1918 y 1922, tras la derrota en la guerra, por presiones exteriores y algún impulso interno, particularmente de políticos y periodistas armenios, griegos, árabes y kurdos del Imperio otomano, se pusieron en marcha indagaciones oficiales que trajeron a la vista con lujo de evidencias la magnitud, la entidad y la responsabilidad de los hechos. Concurrieron una serie de investigaciones conducidas todas ellas, por momentos, realmente en serio: parlamentarias de Congreso y Senado, de una comisión que hoy llamaríamos de la verdad (la Comisión Mazhar por el nombre de su presidente) y, sobre todo, la judicial mediante tribunales militares. Con pruebas testimoniales y documentales, se alcanzaron conclusiones ahora confirmadas por la historiografía. La justicia le precedió. Alemania no hizo por sí nada comparable tras el nazismo.

La conclusión principal fue la de planificación y dirección de la deportación, despojo y masacre de comunidades armenias por parte turca, concretamente por el partido de gobierno, el unionista, y por los ministerios de interior y, en menor medida, de defensa. Todo fue a su modo oficial. Se abrieron cárceles para formar columnas de la muerte, pero éstas actuaron bajo dirección política, igual que, por lo regular, otras milicias criminales. Quedaron evidencias por escrito con la precaución del cifrado. Hubo órdenes transmitidas oralmente y documentación hecha desaparecer, pero quedó lo suficiente para desmentir coartadas, las de que se hubiera tratado bien de operaciones bélicas por la inclinación armenia a favor de los rusos frente a los turcos, bien de excesos descontrolados, con masacres por ambas partes, debidos a animosidad mutua.

A falta todavía del término de genocidio, se habló de “asesinato de una nación”, de “crimen de desnacionalización” y, más genéricamente, de “crimen contra la humanidad”. Respecto a esta última denominación, adviértase que no se refería a la especie humana por entero, sino a una parte minoritaria que se autoidentificaba como “la civilización” en singular. Sin percibir contradicción, los Estados que acusaban a otros de crímenes contra la humanidad practicaban políticas genocidas en sus colonias o de cara a pueblos indígenas dentro de sus fronteras. Por el caso armenio se pasó definitivamente, sin cambio de significado, de expresiones como “crímenes contra la cristiandad y la civilización” a “crímenes contra la humanidad”.

Y al caso se aplicó el concepto de genocidio antes de acuñarse el término. Turquía lo reconocía. El negacionismo turco que llega hasta hoy sólo advino tras el derrocamiento del Imperio y el Califato otomanos y el establecimiento de la República turca entre 1922 y 1924. No se cuestionan las atrocidades. Se minimizan negándose que fueran programadas por instancias públicas con la intención de hacer desaparecer a una nación. Es el negacionismo que ahora, por ignorancia inexcusable o por interés irresponsable, se manifiesta en Alemania.

Interés alemán digo, pues lo hubo en el caso. Prestando apoyo político, económico, técnico y militar al Imperio otomano, Alemania se involucró militarmente en el genocidio: asistió en la organización de deportaciones y despojos, comandó algunas de las unidades turcas que los ejecutaron, emprendió ofensivas directas contra armenios… El propio presidente de Alemania ahora lo admite. La diplomacia alemana, pretendiendo actuar como defensora de cristianos, intentó encubrir esas actividades.

Hubo más. Cuando se consumó la derrota otomana, desapareció de Turquía la plana mayor genocida, encabezada por Mehmed Talaat Pashá, ministro del interior y luego primer ministro durante el periodo álgido de las masacres. La marina alemana la evacuó en secreto junto a documentación sensible. Alemania ofreció refugio a unos genocidas. Eludió la solicitud de extradición alegando que se encontraban en paradero desconocido. También se negó a la devolución de archivos. La derrotada Turquía no estaba en posición de exigir responsabilidades a Alemania por más vencida que también estuviera. Los fugitivos fueron juzgados y condenados en ausencia.

En 1921, Talaat Pashá, el Hitler turco, fue asesinado en Charlottenburg, hoy distrito de Berlín, por Soghomon Tehlirian, miembro de un grupo armenio conjurado para ejecutar las sentencias de muerte impuestas en ausencia por la justicia otomana. La alemana procesó pero no se atrevió a condenar a Tehlirian. El asunto se ha hecho más sensible en Alemania por acontecimientos posteriores, el genocidio nazi ante todo, mas también, luego, la masiva inmigración laboral turca tan maltratada por la resistencia alemana a la participación de nacionalidad incluso respecto a generaciones integradas. De diversa forma, todo ello acrecienta la mala conciencia nutriente de negacionismo.

Alemania ya tenía experiencia en la comisión de genocidio. Pocos años antes del armenio lo había perpetrado en África Sudoccidental, actualmente Namibia, haciendo desaparecer del mapa pueblos resistentes a su dominio colonial, como el herero y el nama. Alemania no lo ha reconocido como caso de genocidio. Su reconocimiento de genocidios nazis, en plural porque no sólo fue el judío, resulta singular, no sirviendo de lección para otros casos de responsabilidad directa. Imaginemos que Alemania fuera negacionista respecto al caso nazi. Turquía también tiene más de un genocidio que ocultar, como el de los asirios nestorianos.

Respecto al genocidio armenio, para que Alemania lo tenga ante la vista en casa no hace falta nueva comisión de la verdad. Taner Akçam, el historiador referido, hubo de exiliarse de Turquía tras sufrir prisión por sus posiciones políticas y recibir amenazas creíbles de muerte, encontrando de entrada asilo y trabajo en universidades alemanas. Akçam ha conseguido amparo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos frente a la persecución penal en Turquía de la consideración del caso armenio como genocidio. Hay quienes, como Hrant Dink, no pueden defenderse judicialmente pues han sido asesinados por dicha razón.

Igual que en el caso nazi, el genocidio ha tenido éxito. Demográficamente, Anatolia oriental, antes armenia, hoy es turca. Y ahora un espontáneo alemán, precisamente alemán, brinda aval al negacionismo turco. Algún interés también mediará. Hay numerosos precedentes de captación de benevolencia por parte de Turquía.

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