Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Las herencias de Boris Johnson
El pasado 7 de julio de Boris Johnson fue obligado a dejar su puesto como líder de los conservadores británicos tras una rebelión interna en su gabinete. El hecho que dio lugar al aluvión de dimisiones de ministros y secretarios de estado fue la noticia dada por la BBC, el 4 de julio, de que el primer ministro había sido informado personalmente de que el número dos de su grupo parlamentario, Chris Pincher, tenía varios antecedentes de acoso sexual a jóvenes asesores y compañeros Tories. Johnson había negado previamente saber nada de las acusaciones, pero lo cierto es que las conocía desde 2019. El caso Pincher era una mentira más en el larguísimo historial de Boris Johnson, quien también había negado que se hubieran celebrado fiestas en Downing Street durante el confinamiento, haber recibido ilegalmente miles de libras para redecorar su casa y haber otorgado a empresas dirigidas por amigos suyos varios contratos Covid por valor de cientos de millones de libras de dinero público.
La difícil relación del líder conservador con la verdad venía de lejos. Antes de llegar a primer ministro Johnson era conocido por sus promesas incumplidas, incluyendo la de dedicar 350 millones de libras extras todas las semanas a la Seguridad Social británica si el Reino Unido salía de la Unión Europea; por sus mentiras, como el anuncio de la entrada inminente de Turquía en la Unión Europea en la campaña del Brexit; y por sus insultos a mujeres musulmanas, homosexuales, madres solteras y subsaharianos. Nada de esto pareció importar a amplios sectores del electorado británico que le otorgaron una aplastante mayoría en los comicios de diciembre de 2019, por mucho que ahora algunos votantes Tories se rasguen las vestiduras con la deshonestidad de Johnson. En realidad, las mentiras de Johnson nos dicen mucho de una política contemporánea marcada por la posverdad, esto es, por el uso sistemático de información que se sabe falsa y que se propaga por redes sociales y medios convencionales a la par.
Pero también cabe tener en cuenta que este marco de posverdad viene acompañado de políticas que socavan los sistemas democráticos. Porque estas actitudes, en las cuales un dirigente considera que se puede retorcer la realidad sin mayor problema, suelen ir acompañadas de intentos por cambiar las normas cuando no se adaptan a sus deseos. En sus años de gobierno Boris Johnson ha suspendido el parlamento ilegalmente, ha restringido los derechos de manifestación y de asilo, ha suprimido ayudas sociales para los más necesitados y ha legislado para abolir el Comité de Ético de la Cámara de los Comunes, después de que un diputado conservador fuera condenado por corrupción por este organismo. Además, el gobierno Johnson creó una ‘línea VIP’ por la que se otorgaron, durante los primeros años de la pandemia del Covid, decenas de contratos millonarios a empresas de amigos del presidente y sus ministros, saltándose todo tipo de controles establecidos para los procesos de licitaciones públicas.
Todo este desprecio por la universalidad de las normas y el Estado de derecho tenemos que entenderlo dentro de un contexto histórico en el que los Tories se han ido transformando en un partido de derecha radical populista. En este aspecto Boris Johnson ha jugado un papel muy destacado, con su plan para deportar a Ruanda a solicitantes de asilo, su ataque a lo políticamente correcto y su chovinismo, si bien es cierto que el nacionalismo exacerbado y el discurso antiinmigración llevan años marcando la agenda del Partido Conservador británico.
El Brexit es, por supuesto, la materialización más dramática de este tipo de políticas y la mayor herencia que deja Boris Johnson. Hace pocos días Guy Verhofstadt, el representante de la Unión Europea en las negociaciones del Brexit, escribía en estas mismas páginas que la “política populista desacreditada, agotada y fracturada que dejan Johnson y el hombre al que tanto admiraba, el expresidente de Estados Unidos Donald Trump, nos perseguirá a todos durante años”. El destructivo legado de Johnson no solo pasa por socavar la democracia en el Reino Unido sino también por incumplir los tratados internacionales, como puso de manifiesto su pretensión de modificar unilateralmente el protocolo de Irlanda del Norte. No se trataba de solucionar algo puntual, sino que el protocolo era un elemento más de confrontación en una estrategia de larga duración por la que se intentaba convertir a la Unión Europea en un enemigo perenne al cual culpar de todo tipo de agravios.
Los dos candidatos que quedan en la carrera para sustituir a Boris Johnson, Rishi Sunak, ministro de economía, y Liz Truss, ministra de exteriores, son de corte continuista y no parece que vayan a cambiar sustancialmente las políticas del depuesto líder conservador. Pero tampoco los laboristas han mostrado interés en romper con los marcos nacionalistas establecidos por Johnson. Su líder Keir Starmer quiere lo que a todas luces es un imposible: que el Brexit sea provechoso económicamente para el pueblo británico, pero acepta sin problemas los términos ‘duros’ de la salida de la Unión Europea negociada por Johnson.
Tres años después de haber llegado al liderazgo del Partido Conservador Boris Johnson ha sido defenestrado por sus propios compañeros, pero su legado de mentiras, erosión de la democracia y nacionalismo exacerbado han constituido un marco de referencia de actuación política que nos va a acompañar durante mucho más tiempo.
El pasado 7 de julio de Boris Johnson fue obligado a dejar su puesto como líder de los conservadores británicos tras una rebelión interna en su gabinete. El hecho que dio lugar al aluvión de dimisiones de ministros y secretarios de estado fue la noticia dada por la BBC, el 4 de julio, de que el primer ministro había sido informado personalmente de que el número dos de su grupo parlamentario, Chris Pincher, tenía varios antecedentes de acoso sexual a jóvenes asesores y compañeros Tories. Johnson había negado previamente saber nada de las acusaciones, pero lo cierto es que las conocía desde 2019. El caso Pincher era una mentira más en el larguísimo historial de Boris Johnson, quien también había negado que se hubieran celebrado fiestas en Downing Street durante el confinamiento, haber recibido ilegalmente miles de libras para redecorar su casa y haber otorgado a empresas dirigidas por amigos suyos varios contratos Covid por valor de cientos de millones de libras de dinero público.
La difícil relación del líder conservador con la verdad venía de lejos. Antes de llegar a primer ministro Johnson era conocido por sus promesas incumplidas, incluyendo la de dedicar 350 millones de libras extras todas las semanas a la Seguridad Social británica si el Reino Unido salía de la Unión Europea; por sus mentiras, como el anuncio de la entrada inminente de Turquía en la Unión Europea en la campaña del Brexit; y por sus insultos a mujeres musulmanas, homosexuales, madres solteras y subsaharianos. Nada de esto pareció importar a amplios sectores del electorado británico que le otorgaron una aplastante mayoría en los comicios de diciembre de 2019, por mucho que ahora algunos votantes Tories se rasguen las vestiduras con la deshonestidad de Johnson. En realidad, las mentiras de Johnson nos dicen mucho de una política contemporánea marcada por la posverdad, esto es, por el uso sistemático de información que se sabe falsa y que se propaga por redes sociales y medios convencionales a la par.