Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
La izquierda y los símbolos nacionales en España
Diversos analistas han señalado que la reacción ultranacionalista de parte de los españoles ante el procés catalán, la llamada “revolución de los balcones”, es uno de los varios factores que ha favorecido el auge electoral de la derecha. Esta vinculación entre auge del ultranacionalismo español y auge de la derecha, afirman algunos, se debe a que la relación acomplejada de la izquierda respecto los símbolos nacionales, ha dejado campo libre para que la derecha se apropie de los mismos. Frente a ello, afirman, la izquierda debe disputar los símbolos nacionales para apropiárselos en favor de su proyecto. Pero, ¿esto es posible?
Creo, incuestionable, afirmar que cualquier proyecto político con voluntad transformadora que pretenda convertir a cientos de miles de ciudadanos en un sujeto colectivo de cambio, necesita de símbolos capaces de fortalecer un vínculo de identidad y unidad de la población en torno a él. Los símbolos nacionales han servido, históricamente, a la izquierda de muchos países para este fin. Ahora bien, ¿son todos los símbolos nacionales instrumentalizables siempre por todo proyecto político? ¿Puede la izquierda transformadora española disputar los símbolos nacionales a la derecha y usarlos para un fin democratizador?
Creo que no. En concreto, defenderé: 1. Que los actuales símbolos nacionales españoles (bandera, himno, etc.) no son disputables a la derecha ni instrumentalizables al servicio de un proyecto democratizador. Y, 2. Sólo podrá haber un nuevo proyecto político de izquierdas con potencial hegemónico si es capaz de recuperar y/o crear otros símbolos socialmente compartidos a su servicio.
¿Por qué los símbolos nacionales españoles no son disputables por la izquierda? Los símbolos nacionales son una forma de unificación social a partir del culto al momento fundacional de la nación y los valores asociados a él. Cuando hablo del momento fundacional no me refiero, necesariamente, al momento histórico casuístico remoto en el que aparece, por primera vez, una nación y sus símbolos. A diferencia de Estados Unidos donde existe, desde su momento fundacional, un continuidad de más de dos siglos de historia constitucional seguida. En Europa, la historia de muchos países está llena de rupturas y nuevos comienzos. Y aunque determinados símbolos tengan su origen en un pasado remoto desconocido por una amplia parte de ciudadanos, éstos se asocian, en el imaginario colectivo, al último comienzo identificado como fundación del régimen presente. España es ejemplo de ello. La mayoría de los españoles no asocian la actual bandera e himno al s. XVIII cuando aparecieron por primera vez, incluso desconocen estos hechos, sino que la asocian como símbolos propios del régimen presente que surge con la transición de 1975-1978. La bandera e himno nacional conforman hoy, en España, instrumentos de agregación colectiva construidos alrededor del culto al momento fundacional de la Transición.
Aclarado esto, ¿por qué digo que estos símbolos no son disputables? A grandes rasgos, creo necesario distinguir entre dos tipos de momentos fundacionales: abiertos o populares y cerrados u oligárquicos. La diferencia entre ellos es el tipo de Historia de la que surgen y los valores que llevan asociados.
Los momentos fundacionales abiertos o populares surgen de una Historia social y llevan asociados valores de autodeterminación social. Las múltiples imágenes cinematográficas de la toma de la Bastilla en 1789 o la del cuadro “La libertad guiando al pueblo” en 1830, de Delacroix, son un ejemplo-visualización de momentos fundacionales asociados a valores abiertos de resistencia, libertad, etc. Por el contrario, los momentos fundacionales cerrados u oligárquicos surgen de la Historia de Estado y llevan asociados valores de sobredeterminación. La imagen del acto de 22 de noviembre de 1975 en el que Juan Carlos I presta juramento, por Dios y sobre los santos evangelios, y es proclamado nuevo Jefe de Estado por las Cortes españolas, rodeado de obispos y militares franquistas que al grito de “Viva el Rey y viva España” se cuadran ante el himno, es una ejemplo-visualización de estos otros momentos asociados a valores cerrados conservadores.
Sólo los símbolos de culto a momentos fundacionales abiertos o populares son disputables e instrumentalizables en beneficio de los objetivos de la izquierda. Ya que, a pesar de ser usados también por la derecha, los valores de autodeterminación social que el imaginario colectivo asocia a ellos (rebeldía, resistencia, libertad, igualdad etc.) los convierte en una herramienta discursivamente poderosa para mostrar que es el Poder y no los dominados quienes los está vulnerando y políticamente eficaz para la acción y movilización. Nada de esto ocurre con los símbolos de culto a momentos fundacionales cerrados u oligárquicos, como los españoles vigentes. En tanto que estos constituyen formas de unificación alrededor de valores sobredeterminados y cerrados de adhesión al régimen del 78 (Monarquía, unidad nacional, etc.), nunca de autodeterminación ni rebeldía, su utilización re-afirma la lógica de unificación social en torno a valores pro-regimen y re-asegura el rechazo social a todo discurso que problematice con el statu quo (República, Estado confederal, etc.).
Ello hace que los símbolos nacionales españoles sean tan instrumentalizables por la derecha ultranacionalista y tan poco instrumentalizables por la izquierda transformadora. Sería absurdo pretender usar como propios símbolos que actúan como elemento de unificación subjetiva de la sociedad alrededor de aquellos valores y proyecto político al que pretendes combatir.
La necesidad de recuperar y/o crear otros símbolos socialmente compartidos al servicio de la izquierda. Ante la imposibilidad de usar los símbolos nacionales existentes y ante la necesidad de disponer de elementos de intermediación simbólica capaces de crear un vínculo de identidad y unidad de la población alrededor de su proyecto político, la izquierda transformadora estatal necesita construir contra-símbolos sociales propios y compartidos socialmente.
Los símbolos y las identidades vinculadas a ellos no son más que construcciones sociales. Sin duda, la construcción de nuevos contra-símbolos sociales no es una tarea fácil pero tampoco imposible. Tenemos ejemplos recientes de que sí es posible. El 1-O y el 3-O de 2017 en Catalunya suponen acontecimientos históricos de aprehensión compartida y transversal de un “nosotros” que actúa como contra-construcción identitaria en el seno de la sociedad catalana. La urna o el lazo amarillo como símbolos de unificación social a partir del culto al 1-O y 3-O se conforman como mediadores simbólicos de unificación de gran parte de la sociedad catalana en torno a un proyecto plural de enfrentamiento contra el régimen del 78.
Sólo podrá haber un nuevo proyecto político de izquierdas con potencial hegemónico si es capaz de recuperar y/o crear sus contra-símbolos. Pero para ello, hay que tener clara una cosa. Éstos no se construyen desde la moqueta de los parlamentos, los personalismos, ni la Historia de Estado, sino desde el polvo de la calle, los acontecimientos colectivos y la Historia social. Sin volver a desplazar el centro de acción política de la institución a la calle, aunque ello implique que muchos deban renunciar a su silla, difícilmente se podrán construir nuevos símbolos.
Diversos analistas han señalado que la reacción ultranacionalista de parte de los españoles ante el procés catalán, la llamada “revolución de los balcones”, es uno de los varios factores que ha favorecido el auge electoral de la derecha. Esta vinculación entre auge del ultranacionalismo español y auge de la derecha, afirman algunos, se debe a que la relación acomplejada de la izquierda respecto los símbolos nacionales, ha dejado campo libre para que la derecha se apropie de los mismos. Frente a ello, afirman, la izquierda debe disputar los símbolos nacionales para apropiárselos en favor de su proyecto. Pero, ¿esto es posible?
Creo, incuestionable, afirmar que cualquier proyecto político con voluntad transformadora que pretenda convertir a cientos de miles de ciudadanos en un sujeto colectivo de cambio, necesita de símbolos capaces de fortalecer un vínculo de identidad y unidad de la población en torno a él. Los símbolos nacionales han servido, históricamente, a la izquierda de muchos países para este fin. Ahora bien, ¿son todos los símbolos nacionales instrumentalizables siempre por todo proyecto político? ¿Puede la izquierda transformadora española disputar los símbolos nacionales a la derecha y usarlos para un fin democratizador?