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Paredes de cristal y hegemonía cultural: apuntes para ir más allá de una gestión decente en los ayuntamientos

La verdad, si no es entera, se convierte en aliada de lo falso.

Javier Sádaba

 

Iñigo Errejón le llama “batalla por el sentido común de época”, Gerard Pisarello, simplemente, “cambio de mentalidad”, pero nadie pone en duda que sin hegemonía cultural será difícil realizar cambios de calado desde los ayuntamientos (ganados, no lo olvidemos, por los pelos). Y eso, como apunta Sergi Picazo en elcrític.cat, no es tan sencillo como hilvanar buenos argumentos. Los valores, levantados sobre emociones primarias, pesan más que las razones, incluso más que los intereses, como vendrían a demostrar las derechizadas clases trabajadoras en Marsella, Kansas o Badalona. No basta, pues, con tener buenas ideas, ni siquiera con la valentía de aplicarlas, y si no, que se lo digan a Bildu en Donosti.

Para esta batalla harán falta relatos cooperativos capaces de estimular nuestras mejores emociones y superar el sálvese quien pueda actual, noble tarea para la que no contaremos con las corporaciones mediáticas. De hecho, solo podremos contar con aplicar medidas palpables e ir gestionando los conflictos que provocarán con relatos que las contextualicen. Relatos que no solamente denuncien la realidad, sino que anticipen nuevas realidades. Relatos populares, como los que han llevado a Manuela, Joan o Ada a la alcaldía, fraguados en las redes, en las paradas del mercado, en las pausas de la oficina, en las rendijas de la televisión. Relatos, eso sí, concretos, pues gestionar es mucho mas medible que generar ilusión electoral. Y relatos, sobre todo, creíbles, y aquí es donde entra la sinceridad.

Cantaba Manu Chao que “todo es mentira en este mundo”, pero qué pasaría si nos sinceráramos en todo momento, tal como exploraba Jim Carrey en “mentiroso compulsivo”? ¿No sería divertido ver, por ejemplo, a un ministro obligado a decir lo que realmente piensa durante 24 horas? ¿No tendría además el beneficio colateral de demoler los muros de lo políticamente correcto y facilitar los debates de fondo?

La dimisión de Guillermo Zapata como concejal de cultura en el Ayuntamiento de Madrid es un episodio casi caricaturesco de corrección política (viva los mecanismos de revocación de cargos... ¡pero no estos!), pero, sobre todo, una batalla que se ha dado por perdida antes de librarla. Dejando aparte que lo que se necesita para ser consejero de cultura es precisamente una trayectoria como la suya, iconoclasta y solidaria, lo que esta situación pone de manifiesto es nuestra fragilidad ante aquellos que construyen los relatos amplificando unos aspectos e invisibilizando otros a conveniencia. Zapata dimite aludiendo a un ejercicio de responsabilidad (¿responsabilidad con quien?), pero todas sabemos que de lo que se trata es de aflojar la presión. ¿Realmente contribuye a la re-afección política esa bajada de listón con aroma a media verdad? ¿En la lucha por los significantes, como debatir colectivamente si nos dejamos avasallar por histerias descontextualizadas?

Thomas Mann escribía que “con el tiempo es mejor una verdad dolorosa que una mentira útil”. No hay política transformadora sin riesgo. Cuando los dirigentes de Podemos rehúyen responder con transparencia a las preguntas sobre Venezuela, creen que están siendo hábiles, y puede que sea así, pero, ¿no es aún más hábil, como en el aikido, redirigir la energía del oponente para que su trampa se convierta en nuestra oportunidad? Si quieren hablar de Venezuela, desmontemos el argumentario de El Pais recordando las numerosas elecciones ganadas con aval internacional, la concentración de medios de comunicación en manos de la oposición, etc., pero, sobre todo, establezcamos paralelismos entre sus políticas de redistribución y nuestros programas, entre el acoso a Podemos y el acoso a Venezuela (o Grecia). Hablemos también de los errores del socialismo bolivariano, de sus políticas extractivistas, de sus derivas mesiánicas. Y estudiemos, por supuesto, cómo hacer todo eso en frases cortas y en tweets. Pero llevemos el tema a nuestro terreno, aprovechémoslo para batallar por el sentido común de época, lo cual no impide que simultáneamente desnudemos la intención zafia de la pregunta. Lo que sea menos transmitir cálculo, rectificación oportunista, seguridad impostada, pues todo eso huele a naftalina y se acaba pagando.

¿Y si la sinceridad fuera pues el camino más rápido hacía las soluciones estructurales? ¿Y si compartir dudas y contradicciones generase complicidad, empatía y co-responsabilización ciudadana? Cuando Ada Colau critica las condiciones laborales del Mobile World Congress pero defiende su continuidad, todas sabemos entrelineas que está a la defensiva y que de momento no se puede hacer otra cosa. De hecho, a esas alturas de la campaña electoral no se podía hacer mucho más que parar el golpe. Pero esos conflictos vendrán, cada vez más duros, y habrá que aprovecharlos para aterrizar y popularizar debates más de fondo sobre economía social, relocalización y descenso energético, sindicalismo, coltán o monocultivo turístico. Es decir, no asumir el marrón desde una soledad institucional vertical, sino horizontalizar con la gente (y con otras fuerzas políticas) la responsabilidad compartida de ver qué hacemos con cada situación en que las soluciones no sean ni evidentes ni fáciles. Las consultas ciudadanas que Barcelona en Comú ha prometido activar son un arma temible para el poder fáctico, una fuente de legitimidad poderosa, pero solo van a funcionar en tanto en cuanto debates profundos atraviesen el ecosistema social.

Y eso incluye ampliar el frame. Seguiremos instalados en cierto infantilismo político mientras no se hable en prime-time de los grandes ejes que explican el mundo ¿Habéis visto algún tertuliano estableciendo vínculos entre la guerra de Ucrania, el TTIP y la política municipal? O en los debates económicos de La Sexta, ¿cuántas voces hacen pedagogía de nuevas formas de contabilidad que incluyan la internalización de los costes ecológicos o el trabajo reproductivo?

Ada no podría haber empezado su gestión parando desahucios si no fuera por la hegemonía cultural conquistada durante años por la PAH. Así como no se puede desmontar eso de que “las deudas son sagradas y hay que devolverlas” sin hacerle una auditoria a la deuda, tampoco va a existir en la calle consenso suficiente para nuevas políticas de movilidad o de gestión de residuos sin popularizar datos cruciales sobre petróleo o tecnología. Y ello solo será posible si no dejamos que la casta imponga  debates superficiales para desviar la atención de los debates de fondo. Como escribe Olga Rodriguez, “ante los ataques con intereses partidistas (...) nada mejor que contraprogramar con melodía e iniciativa”. Sí se puede, y ahora que estamos en las instituciones, aún más.

El éxito de una política desacostumbradamente sincera, de paredes de un cristal tan transparente, es solamente una hipótesis, pero poner todos los datos sobre la mesa con humildad sigue siendo la solución menos manipuladora y también la menos paternalista. En el caso de Grecia hace ya tiempo que la única salida es una consulta popular bien planteada, profundamente democrática, con todos los datos sobre la mesa, todos los pros y contras, y donde puedan aflorar todas las emociones, desde la dignidad hasta el miedo.

Miedo que tiene que cambiar de bando, sin duda, pero también tiene que cambiar de foco. Hasta que no tengamos tanto miedo al colapso ecológico o a la escalada nuclear como a llegar justos a final de mes no apoyaremos soluciones radicales, soluciones que al haber cambiado la hegemonía cultural dejarán de ser percibidas como radicales y pasaran a ser... de sentido común. Para eso, y aunque no sea directamente extrapolable, puede inspirarnos Copenhague, donde hasta la derecha apoya un modelo consensuado de transición energética y el cambio climático es un argumento central de la política municipal.

La verdad, si no es entera, se convierte en aliada de lo falso.

Javier Sádaba