Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
El dilema de Podemos (y la unidad popular)
Desde su nacimiento, Podemos ha prestado mucha atención a las sucesivas encuestas que se han ido publicando sobre sus posibles resultados electorales. No en vano, una buena parte de las personas que componen su núcleo dirigente están formadas con solvencia, rigor y profesionalidad en ese ámbito del conocimiento. Pues bien, dadas estas premisas, no es de extrañar que entre dicho núcleo haya cundido una cierta preocupación, pues la última encuesta del CIS coloca a Podemos frente a un complicado dilema.
Si algo parecen dejar claro los resultados de esta encuesta es el fin de la estrategia del deseado “asalto a los cielos”. Según el CIS, en las próximas elecciones generales Podemos obtendría un 15,7% de votos; un resultado manifiestamente insuficiente -aun añadiendo lo que la “cocina” del CIS podría haber manipulado- para tomar democráticamente el poder e iniciar ese proceso constituyente con el que Podemos ilusionó a muchas personas en sus comienzos. Quizá no se haya explicado lo suficiente la necesidad de tal proceso, o quizá se desistiera de él demasiado pronto. Sea lo que fuere, falta todavía mucha pedagogía y trabajo colectivo para alcanzar esa hegemonía que, llegado el caso, permitiría abrir los candados del régimen del 78.
Descartado, pues, el escenario de victoria electoral, a Podemos le toca otear el panorama. Allí aparece la perturbadora posibilidad de un nuevo gobierno del Partido Popular: no en solitario, pero sí sostenido -al igual que en la Comunidad de Madrid- por Ciudadanos (y sin descartar de plano, dada la experiencia histórica, a sus viejos amigos nacionalistas). De alcanzarse esta posibilidad, apaga y vámonos, como diría un castizo. Un nuevo gobierno del PP supondría, además del remate de sus políticas liberales en lo económico y fascistas en lo social, un golpe muy fuerte para esa parte de la ciudadanía que aspira a construir una democracia más participativa, igualitaria y justa. Un golpe del que sin duda costará recuperarse en términos anímicos, ideológicos y organizativos.
La segunda posibilidad pasa por un elevado número de votos del PSOE que, sumados al apoyo de Podemos, le permitiera gobernar. Este resultado sitúa a la joven formación en un dilema de difícil solución, sin duda el más complicado con el que se ha enfrentado hasta ahora y que irremediablemente marcará su futuro. A menos de dos años desde su fundación, Podemos -un partido nacido no solo con vocación de ganar, sino de “patear el tablero” e incluso provocar un movimiento de las capas tectónicas- tiene que decidir sobre la gobernabilidad del país y, así, permitir o impedir el gobierno de una de las fuerzas del régimen, del bipartidismo, de la restauración posfranquista: el ambivalente y ambiguo PSOE.
Los inicios ideológicos de Podemos se caracterizaron por una exitosa estrategia de equiparación entre PSOE y PP. Tal estrategia se basó en la extensión de pocos pero potentes mensajes: uno, que sus respectivos dirigentes cumplieron un papel decisivo en la conformación del régimen del 78 y, por ende, de la casta que ha copado los puestos de poder en este país desde entonces; dos, que este régimen se ha consolidado gracias a acuerdos y políticas comunes firmadas por los dos grandes partidos; y tres, que tal entramado institucional es causante directo de la crisis que nos invade. Ambos partidos son, pues, cómplices de un estado de cosas que solo Podemos estaría en condiciones de revertir.
No obstante, ante estas elecciones generales, la estrategia ha cambiado. Así, ahora los mensajes que se lanzan son otros: dirigentes de Podemos se muestran abiertos a pactos con el PSOE; personas cercanas a este partido aparecen en las listas de Podemos; o su número uno alaba públicamente la Transición desde un lugar tan emblemático para los seguidores del régimen del 78 como es la tribuna dominical del diario El País. Todos estos guiños hacen pensar que Podemos apoyaría con su voto -o permitiría con su abstención, que a estos efectos es lo mismo- el gobierno socialista de Pedro Sánchez.
Con estas coordenadas y sin entrar en el Gobierno, ¿tendrá Podemos suficiente capacidad de influencia como para que el PSOE mire a su izquierda a la hora de hacer política? Pocos argumentos hay para avalar una respuesta positiva, mientras que sí hay unos cuantos para pensar todo lo contrario. La experiencia nos enseña que, una vez en el gobierno, el PSOE muestra siempre su cara más liberal y menos republicana. Tenemos muchos ejemplos al respecto: desde el “OTAN, de entrada no” hasta la reforma exprés del art. 135 de la Constitución, pasando por sus políticas fiscales, territoriales o universitarias y sus prácticas institucionales en el nombramiento de cargos -un mero reparto de puestos- en el Tribunal Constitucional, CGPJ, Defensor del Pueblo, etc.
Además, todavía no ha pasado el tiempo suficiente para valorar la situación creada tras las últimas elecciones autonómicas, donde Podemos ha permitido la formación de gobiernos como el del socialista (e hijo político de Bono) Emiliano García-Page en Castilla-La Mancha. Una lástima, porque ello nos impide tener un panorama más certero sobre si este apoyo puntual sirve para hacer políticas de izquierda o, como le ha sucedido tantas veces a Izquierda Unida, se queda en nada. En este sentido, Podemos corre el riesgo de ser una especie de nueva IU, liberada, quizá, de los lastres que caracterizan fuertemente a esta organización, pero limitada a ser muleta del PSOE con escasos réditos tanto políticos como electorales. No serán pocos los votantes de Podemos a quienes desagrade profundamente este papel. ¿Será de aplicación, entonces, el clásico dicho sobre viajes y alforjas?
Pero las dudas no terminan aquí. ¿Permitiría una hipotética candidatura de unidad popular -que haga posible algo tan de sentido común como que a la izquierda del PSOE solo haya una papeleta- salir de este escenario? Ante la falta de indicios claros que lleven a una respuesta positiva, Podemos esgrime su potencial electoral y se resiste a favorecer tal candidatura mientras esta no se articule a su imagen y semejanza, desde la denominación de la “marca” hasta la composición de las listas y del futuro grupo parlamentario. A día de hoy, lo máximo que se ha escuchado desde sus filas son ofrecimientos de carácter individual a tal o cual persona para que se incorpore a sus listas, o bien pactos provinciales o autonómicos.
Por cierto, resulta un tanto incoherente, por un lado, abogar por estos pactos de carácter territorial y no por uno de carácter estatal debido a la necesidad de reconocer las diferencias y particularidades regionales o nacionales, y, por otro, articular un modelo de primarias -como ha hecho Podemos- a partir de una lista al Congreso única y centralizada. Una lista que, dicho sea de paso, parece un homenaje a la figura del “cunero” propia de la política de la Restauración y utilizada hasta hoy mismo por PP y PSOE; esa vieja política contra la que precisamente se dice luchar.
En suma, y de confirmarse esta política de alianzas, parece un tanto temerario despreciar todo el potencial que daría la suma de tantas personas que, sintiéndose de izquierdas -con todo el sentido y la carga que tiene esa palabra-, no se referencian en el modelo organizativo de Podemos. Las pasadas elecciones locales y autonómicas han mostrado el acierto de estas candidaturas de confluencia. Aun cuando este éxito no sea previsible en las generales, un argumento en favor de la candidatura de unidad popular radica en que permitiría, pensando en el futuro próximo, ir generando complicidades, confianza y trabajo colectivo entre todas aquellas personas que sienten la necesidad de cambiar de raíz las estructuras jurídicas, políticas y sociales del país. Además, mediante la conformación de esta candidatura se trasladaría un potente mensaje a la ciudadanía en términos de alianzas contra la casta y los partidos del régimen del 78; partidos que son -no conviene perder nunca esta perspectiva- causa y no solución de la actual crisis institucional y moral.
No obstante, y aun cuando la apuesta sea muy arriesgada, Podemos tiene todo el derecho a intentarlo en solitario -máxime tras haber visto el histórico fracaso de la estrategia electoral de IU- y desarrollar su propia estrategia ante las próximas elecciones generales. Pero recordemos que el ejercicio de derechos conlleva la asunción de responsabilidades. Quizá sea este el verdadero dilema de Podemos.
Desde su nacimiento, Podemos ha prestado mucha atención a las sucesivas encuestas que se han ido publicando sobre sus posibles resultados electorales. No en vano, una buena parte de las personas que componen su núcleo dirigente están formadas con solvencia, rigor y profesionalidad en ese ámbito del conocimiento. Pues bien, dadas estas premisas, no es de extrañar que entre dicho núcleo haya cundido una cierta preocupación, pues la última encuesta del CIS coloca a Podemos frente a un complicado dilema.
Si algo parecen dejar claro los resultados de esta encuesta es el fin de la estrategia del deseado “asalto a los cielos”. Según el CIS, en las próximas elecciones generales Podemos obtendría un 15,7% de votos; un resultado manifiestamente insuficiente -aun añadiendo lo que la “cocina” del CIS podría haber manipulado- para tomar democráticamente el poder e iniciar ese proceso constituyente con el que Podemos ilusionó a muchas personas en sus comienzos. Quizá no se haya explicado lo suficiente la necesidad de tal proceso, o quizá se desistiera de él demasiado pronto. Sea lo que fuere, falta todavía mucha pedagogía y trabajo colectivo para alcanzar esa hegemonía que, llegado el caso, permitiría abrir los candados del régimen del 78.