Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Los símbolos también importan
En ausencia de un país independiente, el pueblo palestino se ha llenado de símbolos para mantener, generación por generación, la esperanza viva. Por ejemplo, miles de refugiados mantienen las llaves de sus casas, muchas de ellas hoy demolidas por Israel, como un símbolo de su derecho a retornar y de apego a la tierra. Una de las frases más retenidas en esa diáspora es la de “todos tienen un país donde vivir, pero los palestinos tenemos un país que vive en nosotros”.
Desde 1948 Israel se ha encargado de destruir los símbolos de Palestina para transformar el país en un “estado judío”. Hoy, por ejemplo, poco queda de los naranjales de Jaffa que hicieron de ese puerto, otrora conocido como la “novia del mar”, uno de los principales productores de cítricos a nivel mundial. Pero sin lugar a dudas, que en Palestina ocupada, el símbolo más preciado por los palestinos es el olivo, que ha podido ser testigo de generaciones que han cuidado y se han alimentado de ellos. Ese árbol se encuentra prácticamente en toda la Palestina histórica y su fruto, como en la mayoría de los países mediterráneos, se refleja en la mesa palestina durante todo el año, ya sea a través de su aceite o ya sea a través de las conservas de aceitunas.
Los pragmáticos líderes del movimiento sionista en 1948 decidieron que para construir un estado encima de otro se debería borrar la existencia de otro pueblo. Es así como eslóganes de comunicación política tales como “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” o “hicimos florecer el desierto” fueron inventados para consumo tanto interno como exterior, algo que llevo a la destrucción de al menos 418 aldeas palestinas.
Basados en los mismos principios, luego de la ocupación de Gaza y Cisjordania en 1967, el 22% de Palestina no ocupado en 1948, Israel llevo a cabo una serie de acciones para cambiar la identidad de Jerusalén y más últimamente para hacer algo similar en Hebrón, el Valle del Jordán y vastas zonas de los distritos de Belén y Nablus. Basados en la construcción de colonias, y su infraestructura asociada, Israel ha intentado construir dos geografías paralelas en Cisjordania ocupada, una para judíos y otra para palestinos cristianos y musulmanes. Una forma elegante de reconocer a un régimen de Apartheid.
Aquel proceso va desde el uso de nombres hebreos en las señales de tráfico para referirse a ciudades palestinas (algo visto en 1948 con ejemplos tales como Beisan como Beit Shean y Akka como Akko, así como desde 1967 con ejemplos notables tales como Nablus como Shkhem, Al Quds como Yarushalaim) hasta el querer eliminar el sustento de familias de agricultores palestinos que han vivido de su tierra por generaciones. Ese arraigo a la tierra probablemente aun provoca dolor a quienes creyeron que Palestina era una “tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” y que sobre el terreno se han dado cuenta de lo contrario.
Desde la ocupación de 1967 Israel ha arrasado prácticamente con 1 millón de olivos palestinos. Muchos de ellos fueron plantados en tiempos bíblicos, y en su lugar se han emplazado colonias ilegales, carreteras que les sirvan, bases militares y últimamente el Muro de Anexión. Arrancar esos árboles, que no dan fruto sino que décadas luego de décadas de ser plantados, no es solo un crimen contra la familia que come de ellos, sino que también lo es contra el patrimonio histórico y cultural de Palestina.
Mi familia guardaba como tesoro una pequeña plantación de 20 olivos en un espacio de mil metros cuadrados. El más joven de esos olivos probablemente tenía no menos de ocho siglos. Mi familia ha tenido esos olivos por generaciones, ubicados en el valle de Bir Onah, a la entrada de Cremisan, y a unos pocos metros de un pozo de agua donde la tradición por siglos ha señalado que la Virgen Maria se detuvo a tomar agua en su camino a Belén. Hace unos días fuerzas de ocupación israelíes se encargaron de reducir nuestro verde tesoro en una aplanada extensión de tierra. Los olivos (con excepción de uno) fueron cortados y sacados de raíz, para luego ser robados. Hasta el momento fuerzas de ocupación han hecho lo mismo con aproximadamente 100 olivos milenarios en el lapso de 10 días.
Israel tomo la decisión de llevar a cabo esa acción en un área predominantemente cristiana solo una semana luego de firmado el acuerdo entre la Santa Sede y el Estado de Palestina, tan resistido por Israel debido a que el Vaticano ha formalizado su reconocimiento del Estado de Palestina con Jerusalén Oriental como su capital. Probablemente atacar el sustento de decenas de familias cristianas en Palestina fue la respuesta con que la autodenominada “única democracia de Oriente Medio” a través de su auto catalogado “ejercito más moral del mundo”, se vengó por la posición de El Vaticano de apoyar dos estados y no solo a uno. Han intentado arrasar otro símbolo.
En ausencia de un país independiente, el pueblo palestino se ha llenado de símbolos para mantener, generación por generación, la esperanza viva. Por ejemplo, miles de refugiados mantienen las llaves de sus casas, muchas de ellas hoy demolidas por Israel, como un símbolo de su derecho a retornar y de apego a la tierra. Una de las frases más retenidas en esa diáspora es la de “todos tienen un país donde vivir, pero los palestinos tenemos un país que vive en nosotros”.
Desde 1948 Israel se ha encargado de destruir los símbolos de Palestina para transformar el país en un “estado judío”. Hoy, por ejemplo, poco queda de los naranjales de Jaffa que hicieron de ese puerto, otrora conocido como la “novia del mar”, uno de los principales productores de cítricos a nivel mundial. Pero sin lugar a dudas, que en Palestina ocupada, el símbolo más preciado por los palestinos es el olivo, que ha podido ser testigo de generaciones que han cuidado y se han alimentado de ellos. Ese árbol se encuentra prácticamente en toda la Palestina histórica y su fruto, como en la mayoría de los países mediterráneos, se refleja en la mesa palestina durante todo el año, ya sea a través de su aceite o ya sea a través de las conservas de aceitunas.