Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.
Sisi, el dictador 'bueno' de los 40.000 presos políticos
A Abdelfatá Al Sisi, el mariscal golpista convertido en presidente de Egipto, ya solo le falta Londres en su ramillete de grandes capitales europeas a las que ha acudido en busca de legitimidad. La semana pasada visitó Berlín, y en los últimos seis meses ha estado en Roma, París y Madrid. En Alemania, a diferencia de lo ocurrido en las otras capitales, la visita ha estado rodeada de polémica, si bien ello no ha evitado la fotografía conjunta de Angela Merkel y el nuevo dictador. Esta foto quedará más en la memoria que las que se ha hecho con Rajoy, Hollande o Tsipras, porque a nadie se le escapa que Merkel es la presidenta de facto de Europa. Y dentro de unos años será tan sonrojante como lo es hoy la de los tres de las Azores, o la de Aznar, Gadafi y El Rayo del Líder, el caballo que el presidente libio regaló al español. Así son las relaciones de Europa con el mundo árabe: a espaldas de los pueblos de ambas orillas, con el viento siempre a favor de las grandes empresas, que viajan en los séquitos de uno y otro lado.
Es bien conocido el patrón de lo acontecido en Berlín: si en Madrid se trataba de los contratos del AVE y en París de los aviones de combate Rafale, en Berlín Siemens ha firmado con sus contrapartes egipcias Orascom y Elsewedy Electric el que se dice que es el mayor contrato único de su historia: 8.000 millones de euros para construir tres plantas de gas y energía eólica. Pero en esta ocasión, en el cortejo que ha acompañado a Sisi viajaba además una curiosa delegación de la actual élite egipcia contrarrevolucionaria: 150 actores, periodistas y personajes de la televisión que “representan todo el espectro del pueblo egipcio”, según declaraciones de la actriz Ilham Chahine, convertida en un icono de la sisimanía. Volaron desde El Cairo en un jet fletado por la Cámara de la Industria Audiovisual, un organismo fundado y presidido por Mohamed Al Amin, dueño del grupo audiovisual CBC, que se hizo con gran parte de los medios tras la revolución de 2011 y es el mayor vocero del régimen de Sisi. A esta claque dirigió el exmariscal sus primeras palabras de agradecimiento en la rueda de prensa conjunta que dio con Angela Merkel. No es para menos la deferencia, pues junto con los jueces y las fuerzas de seguridad los medios de comunicación son los grandes valedores de su dictadura, jaleada a diario como la “revolución del 30 de junio”. Uno de estos diarios, Al-Watan, corría precisamente a titular así: “Alemania reconoce la revolución del 30 de junio”. Ese día de 2013 ha sido elegido por los contrarrevolucionarios como icono de su revolución correctiva, la que derrocó al presidente Mohamed Morsi, elegido democráticamente, y devolvió a los militares el poder que habían ido perdiendo desde la revolución popular del 25 de enero de 2011.
A Merkel es evidente que le ha pesado más la presión de las empresas alemanas que sus propias palabras. El año pasado afirmó que no recibiría a Sisi mientras no se celebraran las elecciones legislativas anunciadas en la llamada por John Kerry “hoja de ruta a la democracia en Egipto”. No es que celebrarlas sea garantía de mucho, pero algo sería. Sin embargo, las elecciones se han ido retrasando y siguen en el aire. La canciller alemana, que le expresó en público a Sisi su preocupación por las condenas a muerte masivas (sin mencionar específicamente la que pesa sobre el expresidente Morsi), dijo también que “a pesar de acuerdos y desacuerdos, nos hemos escuchado uno a otro”. Curiosa relación de una demócrata con un dictador.
Pero no toda la clase política alemana estaba dispuesta a tratar de igual a igual a Sisi. O quizá sí, pero a efectos de imagen venía bien dar una de cal y otra de arena. Norbert Lammert, presidente del Parlamento alemán, declinó reunirse con el dictador alegando su preocupación “por la situación de los derechos humanos en Egipto”. De ella han hecho recuento cinco organizaciones de derechos humanos (Amnistía Internacional, Front Line Defender, Human Rights Watch, la Organización Mundial Contra la Tortura y la Red Euromediterránea de Derechos Humanos) en una carta a Merkel solicitándole que intervenga ante Sisi. El panorama es pavoroso: 41.000 presos políticos, juicios en masa faltos de toda garantía procesal, recurso indiscriminado a tribunales militares, torturas y violaciones de los detenidos, uso de violencia sexual por las fuerzas de seguridad, condiciones infrahumanas en prisiones y comisarías... No han trascendido las conversaciones privadas, pero en la rueda de prensa Sisi despachó todo ello amparándose en la “lucha contra el fascismo religioso”.
Las conclusiones del orden internacional son claras: Sisi, el dictador bueno, asegura la estabilidad y los negocios de Occidente; es un aliado en la lucha contra el yihadismo; y si los egipcios no tienen democracia hay una justificación subliminal, de rancio fondo orientalista: es porque no están preparados para ella, o porque la quieren a su manera, a la manera de Sisi, como se encargan de pregonar los corifeos que le han acompañado a Berlín (en Madrid todo fue menos chispeante, se nota que los egipcios saben bien quién es quién). En cuanto a los derechos humanos, la Unión Europea tiene una larga experiencia en mirar y señalar solo lo que le conviene. El dedo de Bruselas raramente apunta a Arabia Saudí, menos aún a los Emiratos Árabes Unidos, los dos grandes valedores de la contrarrevolución árabe, tanto en Egipto (el monto de la ayuda económica en estos dos últimos años asciende a 30.000 millones de euros; y los que están por venir, para pagar a Siemens y demás) como en Siria.
Porque no hay que olvidar que Sisi es un peón en la estrategia regional que lidera Arabia Saudí y secundan los Estados del Golfo. Su “reinado” es una variante de las guerras por delegación con que se está dirimiendo el futuro de la zona. En Siria e Irak se optó por subarrendar la guerra a los yihadistas, de lo que nació un hijo díscolo, el ISIS, al que cada vez es más difícil controlar. La última aventura consiste en lavarle la cara al Frente Al-Nusra para que se encargue del ISIS. Su líder, Abu Mohamed Al-Golani, ha asegurado en una entrevista en exclusiva a Al-Jazeera que su grupo en absoluto tiene intención de actuar contra Occidente. Las grandes empresas pueden estar tranquilas: en Egipto, tenemos un dictador bueno; en Siria, estamos testando a unos yihadistas buenos; y en el Golfo todos los tiranos son buenos.
A Abdelfatá Al Sisi, el mariscal golpista convertido en presidente de Egipto, ya solo le falta Londres en su ramillete de grandes capitales europeas a las que ha acudido en busca de legitimidad. La semana pasada visitó Berlín, y en los últimos seis meses ha estado en Roma, París y Madrid. En Alemania, a diferencia de lo ocurrido en las otras capitales, la visita ha estado rodeada de polémica, si bien ello no ha evitado la fotografía conjunta de Angela Merkel y el nuevo dictador. Esta foto quedará más en la memoria que las que se ha hecho con Rajoy, Hollande o Tsipras, porque a nadie se le escapa que Merkel es la presidenta de facto de Europa. Y dentro de unos años será tan sonrojante como lo es hoy la de los tres de las Azores, o la de Aznar, Gadafi y El Rayo del Líder, el caballo que el presidente libio regaló al español. Así son las relaciones de Europa con el mundo árabe: a espaldas de los pueblos de ambas orillas, con el viento siempre a favor de las grandes empresas, que viajan en los séquitos de uno y otro lado.
Es bien conocido el patrón de lo acontecido en Berlín: si en Madrid se trataba de los contratos del AVE y en París de los aviones de combate Rafale, en Berlín Siemens ha firmado con sus contrapartes egipcias Orascom y Elsewedy Electric el que se dice que es el mayor contrato único de su historia: 8.000 millones de euros para construir tres plantas de gas y energía eólica. Pero en esta ocasión, en el cortejo que ha acompañado a Sisi viajaba además una curiosa delegación de la actual élite egipcia contrarrevolucionaria: 150 actores, periodistas y personajes de la televisión que “representan todo el espectro del pueblo egipcio”, según declaraciones de la actriz Ilham Chahine, convertida en un icono de la sisimanía. Volaron desde El Cairo en un jet fletado por la Cámara de la Industria Audiovisual, un organismo fundado y presidido por Mohamed Al Amin, dueño del grupo audiovisual CBC, que se hizo con gran parte de los medios tras la revolución de 2011 y es el mayor vocero del régimen de Sisi. A esta claque dirigió el exmariscal sus primeras palabras de agradecimiento en la rueda de prensa conjunta que dio con Angela Merkel. No es para menos la deferencia, pues junto con los jueces y las fuerzas de seguridad los medios de comunicación son los grandes valedores de su dictadura, jaleada a diario como la “revolución del 30 de junio”. Uno de estos diarios, Al-Watan, corría precisamente a titular así: “Alemania reconoce la revolución del 30 de junio”. Ese día de 2013 ha sido elegido por los contrarrevolucionarios como icono de su revolución correctiva, la que derrocó al presidente Mohamed Morsi, elegido democráticamente, y devolvió a los militares el poder que habían ido perdiendo desde la revolución popular del 25 de enero de 2011.