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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Tiempo de utopías

“Las utopías, felizmente, son más fuertes

que aquellos que pretenden sepultarlas“

Frei Betto

Ellos viven como en un escenario, actuando por todos, pero para ellos. Nosotros, como espectadores de nuestras propias vidas. Ellos son los actores y nosotros tenemos que aplaudirlos y decir siempre que sí. Ellos, de tanto en tanto, montan un gran espectáculo para que volvamos a elegir a los que ellos ya eligieron y así poder continuar tomando las decisiones más importantes y las otras también. Si la apuesta les sale bien, tal vez tengamos suerte y nos den trabajo y nos permitan vivir en la ilusión de cierta dignidad. Si la cosa no les funciona, nos piden que entendamos que estamos en crisis y que debemos trabajar más y cobrar menos, y que esa aspiración de vivir por encima de nuestras posibilidades debemos pagarla. Nos dicen que estábamos equivocados, que todo lo que creíamos que eran nuestros derechos no eran más que excesos de la bondad que los caracteriza, pero que ahora hay que volver a la realidad. Y si la realidad, algo tan natural como la ley de la gravedad, nos dejó sin trabajo y sin vivienda pero con la deuda para siempre, tenemos que aceptarla, resignados y sumisos, con la promesa de que ya vendrán tiempos mejores.

No

Pero resulta que apretaron tanto las tuercas de la injusticia que tuvimos que decir que no. Los desafiamos por primera vez en muchos años y entonces resolvieron asustarnos, acosarnos, amenazarnos, intimidarnos. Nos dijeron radicales, populistas, demagogos, bolivarianos, extremistas, antisistemas y hasta marxistas-leninistas, fórmula que parecía agotada pero que reactualizaron. Se ofendieron gravemente ante semejante subversión y utilizaron todos los medios para imponernos -democráticamente, se entiende- sus ideas y sus opciones. Inclusive las que usan para comunicarnos lo que piensan que debemos pensar. Pero no pudieron convencernos. Esta vez, a pesar de la pobreza, de no tener trabajo, de habernos quitado la sanidad y la educación públicas, de habernos aplicado con tijeras impiadosas los recortes que la razón financiera les obligaba, nos dimos cuenta -codo con codo en la calle- que éramos más, que teníamos razones más razonables, que no era justo tanta austeridad para nosotros y tanta riqueza para ellos.

No nos importaron las intimidaciones ni las amenazas. No nos asustaron con la llegada del lobo comunista si nos portábamos mal y reclamábamos lo nuestro, y fuimos a las urnas dispuestos a echarlos de los lugares que no les corresponde. Había que enseñarles quién manda y quién es el mandado, como dice una canción de Serrat.

Señores olvidadizos

Ellos se habían olvidado de que la democracia es el gobierno del pueblo para el pueblo y por el pueblo, y estaban convencidos de que en realidad el pueblo vota para que la troika (a quien nadie vota) decida y casualmente decide siempre a favor de las élites olvidadizas. Y de tanto olvidarse hasta se olvidaron de quién son los bienes comunes y los privatizaron; y se olvidaron de quién es el dinero común y se lo quedaron; y la corrupción fue tan gigantesca que no pudieron esconderla debajo de la alfombra de mentiras que tejen para estos casos; y hasta se les borraron los gestos amables que suelen usar para el disimulo. Los corruptos perdieron el pudor y se daban codazos para recoger las monedas sobrantes del botín, con lo que quedaron retratados para siempre en la memoria de los estafados. Son los señores del poder, tan perfumados y distantes, tan correctos y educados, tan soberbios y arrogantes. Los mismos que nos aconsejaban por las noches, antes de taparnos amorosamente, que nos portáramos bien, fuéramos obedientes y cumpliéramos las leyes. Eran vulgares ladrones, aunque no tan vulgares porque se llevaban lo de todos para después recomendarnos austeridad, si es que queríamos salir de la crisis.

Otra historia

Y en las urnas, no todavía con la contundencia que merecen, pero con claridad, les dijimos que queremos otra manera de convivir; otra manera de hacer política donde estemos presentes siempre; otra economía que hable de nuestras necesidades; otra democracia donde de verdad todos seamos iguales.

Y entonces comprobamos:

1. Que solo respetan las decisiones democráticas si son ellos los que ganan.

2. Que les molesta mucho verse desplazados de los privilegios.

3. Que les molesta aún más la gente en las calles y en las plazas participando de la alegría colectiva que generó el haberlos desplazado.

4. Que ya empezaron las campañas de desprestigio y derribo, que continuarán implacablemente haciendo todo lo que haga falta. Y todo significa todo. Especialmente embustes, trampas e infamias.

5. Que nos sentimos aliviados, felices, ilusionados y esperanzados con esta nueva posibilidad que tenemos para empezar a construir una sociedad mejor y mas justa.

Ellos, que un día celebraron alborozados lo que creían que era el fin de la utopía, se encuentran ahora rodeados de gente utópica que quiere vivir la paz desde la justicia, la democracia desde la igualdad y que ve la realidad como la única verdad que hay que modificar.

Son tiempos de utopías, son tiempos de alegría, son tiempos de lucha para que se vayan del todo y no vuelvan nunca más.

“Las utopías, felizmente, son más fuertes

que aquellos que pretenden sepultarlas“