Catedrático de Medicina en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma y Jefe Clínico de Medicina Interna en el Hospital Universitario La Paz.
¿Están protegidas las personas que han superado la COVID-19?
Cuando uno tiene dudas sobre un tema, lejos de su propio campo, ¿cómo aclararlas? No hay una respuesta sencilla. Yo siempre me he guiado por la frase, genial, como muchas suyas, del grupo musical argentino Les Luthiers: “Lo importante no es saber, sino tener el teléfono de quien sabe”. Resumiendo, he estado preguntando a profesionales con criterio.
De acuerdo, 'profesional' y 'buen criterio', desgraciadamente, no son siempre sinónimos. Véanse declaraciones del Dr. B. Clotet: “Bonaventura Clotet acusa a Madrid de mentir sobre los datos de contagios. El jefe del Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Germans Trias i Pujol pone en duda que la capital apenas esté registrando brotes”.
¿Cuál es el grado de protección que confiere haber pasado la enfermedad? Habrán leído opiniones encontradas, que sí, que no, que mediopensionista. ¿Certezas? Ninguna, para certezas esperen diez años. ¿Mientras tanto? Lo que hacemos siempre en Medicina: analogías y deducciones. Funciona, les aseguro.
Hecho: el coronavirus no ha mutado sustancialmente en estos seis meses. Esto es incuestionable. Ergo no se comporta como el virus de la gripe que, por su enorme capacidad de mutación, cada año es nuevo, diferente y por ello no es posible buena inmunidad duradera. Otro hecho: no se ha publicado en estos meses ni un solo caso confirmado de reinfección. Y no por falta de ganas de algunos. Seis meses es más que suficiente para descartar la posibilidad de reinfección. Los virus más próximos al que nos atañe han dejado perfecta inmunidad durante al menos 10 -12 años. Esta cifra de más de diez años años refleja simplemente que el periodo de seguimiento no ha podido ser más prolongado.
De acuerdo, muchos trabajos muestran que los niveles de anticuerpos en las personas convalecientes disminuyen con el tiempo. ¡Claro! Tras la curación de cualquier enfermedad infecciosa, desaparece el antígeno, el bicho, para entendernos. Ya no hay señales de estimulación para seguir fabricando moléculas inmunes y el sistema inmune respira aliviado, deja de fabricar cosas específicas frente a ese microorganismo, descansa y se prepara para lo siguiente. Durante la fase aguda de las infecciones víricas más del 70% de los anticuerpos que se encuentran en la sangre van dirigidos contra el agente agresor. Cuando se cura la enfermedad estos anticuerpos caen en picado. Ya no son necesarios. Pero nuestro sistema inmune, que es muy sabio, deja preparadas las células de memoria. Si ese bicho entrara de nuevo, la respuesta (inmune secundaria) sería ¡fulminante! Y abortaría, sin síntomas, el nuevo episodio. Esto es un axioma válido en la gran mayoría de las enfermedades infecciosas. Por supuesto que hay excepciones. La sífilis, sin ir más lejos. Si no tienen cuidado con sus conductas de riesgo sexual pueden contraer ‘n’ episodios de sífilis. Frente al treponema no hay inmunidad persistente. Pero esto es otra guerra…
Analicemos la cuestión de 'inmunidad ¿sí o no?' desde otra perspectiva. Habrán leído que hay unos 140 grupos de investigación trabajando en vacunas. De hecho, a 23 Julio 2020 al menos dos grupos diferentes (Oxford y NIH USA) han publicado resultados alentadores. ¿Son tontos? ¿Están perdiendo el tiempo? ¿Sus esperanzadores resultados son inventados?
A mi juicio, tajantemente, no. Una vacuna para este coronavirus es perfectamente factible y viable. ¿En qué se basa mi afirmación de viabilidad de la vacuna? Discúlpenme, tengo que hacer un inciso para que se comprenda bien la base de lo que les comento. La mejor y más sólida base de inmunidad persistente es pasar la infección natural. (Perogrullo añade: solo en aquellas infecciones en las que se genera inmunidad permanente, excluir VIH, hepatitis C, sífilis, herpes y otras similares, pero esto no aplica a nuestro SARS-2). Si la mejor inmunidad la proporciona el haber enfermado, ¿por qué vacunar? Porque todas las enfermedades tienen un riesgo de mortalidad, es verdad que en las víricas infantiles este riesgo es muy bajo (pero no es cero). La otra razón son las complicaciones, mucho más probables en la enfermedad natural que en la vacunación. Por ejemplo, la incidencia de encefalomielitis aguda diseminada post sarampión es de 0,4 a 3 por cada 100.000 habitantes por año, la incidencia de la misma grave complicación tras la vacuna es de 1-2 por millón. Es decir, mil veces menor.
Si haber pasado una infección natural no induce inmunidad duradera, ninguna vacuna lo conseguirá. Este axioma es de primero de Inmunología, indiscutible. El Arte puede imitar la Naturaleza, pero no sustituirla. No entro en detalles técnicos para justificar esta afirmación. Solo apunto que las vacunas se desarrollan, en general, frente a un solo antígeno, una única diana, mientras que en la infección natural el sistema inmune responde frente a múltiples antígenos del agresor. Si la infección natural no genera inmunidad, ninguna vacuna lo conseguirá.
En resumen: no queda ninguna duda de que las personas que han pasado la infección Covid-19 están protegidas durante muchos años y que las vacunas conseguirán lo mismo en las personas que no se han infectado. Aunque me parece claro que no estará universalmente disponible con la rapidez que a todos nos gustaría.
Sobre este blog
Catedrático de Medicina en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma y Jefe Clínico de Medicina Interna en el Hospital Universitario La Paz.
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