Muchos ni se lo plantean. Pero hubo un tiempo, antes de que existiera Internet o plataformas como Instagram, Twitter o Tiktok, en el que uno no había estado de vacaciones si no enviaba postales a familiares y amigos con las que dar cuenta de su viaje. Esta tradición, ahora en apariencia en vías de extinción, comenzó hace 150 años en Alemania.
“La postal como nueva forma de comunicación escrita es una invención alemana”, recordaba en un reciente artículo del diario Frankfurter Allgemeine Zeitung el investigador y profesor de la Universidad de Viena Walter Hömberg. Su artículo aludía mayormente a la entrada en vigor, el 1 de julio de 1870, del decreto que firmara en su día Otto von Bismarck, “el Canciller de Hierro” y padre de la reunificación alemana.
El responsable de correos del Imperio Alemán, Heinrich Wilhelm von Stephan, además de ser recordado por introducir el teléfono en Alemania y reformar el servicio postal de su país, ya había propuesto en 1865 la Postblatt –algo así como “Hoja de correo abierto”– como modo de comunicación alternativo a las cartas convencionales. Se supone que mandando al destinatario solo una hoja escrita sin sobre la comunicación sería más práctica y barata.
Según recordaba la reciente exposición Más que palabras: 150 años de la postal del Museo de la Comunicación de Berlín, desarrollada desde agosto del año pasado hasta febrero, en la idea de Von Stephan está el origen de la firma del decreto que firmara el “Canciller de Hierro” en 1870.
Aquella decisión fue, por poco, posterior a la introducción el 1º de octubre de 1869 en suelo austro-húngaro de la “carta de correspondencia”. Por eso la primera postal se firmó en la pequeña población de Perg, en el norte austriaco. Las autoridades austro-húngaras pudieron ser más rápidas que las alemanas en aprobar su legislación sobre las postales. Sin embargo, fue entre los alemanes que esta forma de comunicación echó más raíces.
De hecho, según recordaba Hömberg en las páginas del Frankfurter Allgemeine Zeitung, el estereotipo del alemán a finales del siglo XIX era la de alguien que, viajando, lo primero que hacía era buscar un lugar donde comprar y mandar una postal. “El viajero alemán parece que está en la solemne obligación de enviar una postal en cada estación de tren” que pisaba, se leía en el diario británico The Standart en 1899, de acuerdo con las investigaciones del profesor de la universidad de Viena.
A finales del siglo XIX, las postales ya dedicaban espacio a las imágenes, alejándose de sus primeras versiones en la que solo había texto. Es más, en los tiempos del cambio de siglo las primeras cartas postales ya presentaban color. En 1900 se celebraba el cambio de siglo en lo que parecía el pleno apogeo tecnológico de la segunda revolución industrial y el inicio de la industria moderna.
Por aquel entonces, no había tema que no trataran las postales. “En las primeras décadas del siglo XX, las postales eran Twitter, E-mail, Flickr y Facebook todo junto en una sola cosa. Eran una moda que barría el mundo. Miles de millones de postales eran compradas, enviadas y pegadas en álbumes”, según Benjamin Weiss y Lynda Klich, autores del libro The Post Card Age, un volumen publicado en 2012 por el Museo de Bellas Artes de Boston.
Para darse cuenta de la dimensión que alcanzó el uso de las cartas postales basta recordar, como hacía la exposición del Museo de la Comunicación de Berlín, que, en tiempos de la Primera Guerra Mundial, solo en Alemania se estima que se enviaron de forma gratuita 10.000 millones de postales a cargo de personal militar.
Posteriormente, el III Reich, “una dictadura mediática” según la definición del historiador Gerhard Paul de la Universidad de Flensburgo, se sirvió de las postales para popularizar el imaginario y los valores de aquel funesto estado totalitario. También Otto y Elisse Hampel, los dos célebres resistentes al nazismo que inspiraran la obra Solo en Berlín, utilizaron postales para difundir mensajes contra el régimen del Führer.
Las postales también son ahora uno de los reflejos que todavía dan cuenta de la extinta República Democrática de Alemania (RDA), la Alemania comunista. Las firmas responsables de la producción de postales generaban allí entre 25 y 30 millones de unidades al año. “Las postales son testimonios del plan socialista y de sus carencias económicas”, pues su “calidad y variedad de la Alemania Occidental fueron mayores”, según recuerdan en Museo de la Comunicación de Berlín.
De las postales expuestas en la muestra sobre la historia de esta forma de comunicación destaca que, en las de las creadas sobre Berlín en la RDA, no se mostraba el muro que dividía a la capital. Esta traumática infraestructura desmantelada en 1989 sí ocupaba un lugar en las postales de la República Federal de Alemania (RFA).
Con la caída del comunismo y el auge de otras formas de comunicación, el uso de las postales parece haber entrado en crisis. Así, siguiendo el caso alemán, en 1998 se enviaron 400 millones de postales, según las cuentas del Museo de la Comunicación de Berlín. En 2017 el número de postales enviadas se había reducido a la mitad. Se mandaron entonces 195 millones.
Estos tiempos de pandemia, en los que según datos oficiales sólo un 17% de los alemanes quiere viajar este verano de vacaciones fuera de su país y sólo un 35% está dispuesto a hacerlo dentro de sus fronteras, no parecen ser los más propicios para enviar postales. Sin embargo, eso no quiere que las postales hayan perdido valor. Es más, las antiguas se pagan ahora a precio de oro.
Así, en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, Hömberg citaba cómo en noviembre de 2017 se llegaron a pagar en una subasta 925.000 euros por tres postales. Iban con fecha de 1913 y estaban firmadas por el pintor expresionista alemán Franz Marc.
A principios de este siglo, el portugués Paulo Magalhães daba otra dimensión a las postales creando el Postcrossing, una plataforma hecha para mantener en contacto a sus usuarios a través de cartas postales. Sus números indican que, en 2019, algo más de 750.000 personas de más de 200 países están utilizado este sistema de intercambio de postales entre usuarios. Ellos son, sin duda, parte del último reducto de quienes todavía disfrutan de una forma de comunicación que resiste al paso del tiempo.