LAS GUERRAS CULTURALES / 3

1991: contra la ‘Conquista’ y el capitalismo

Peio H. Riaño

31 de julio de 2022 21:43 h

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La Historia siempre está al otro lado de la puerta, en el lugar prohibido. Para llegar a la Historia hay que empujar el lienzo entreabierto y colarse en lo proscrito, donde la Policía Nacional ha negado el acceso. El 12 de octubre de 1991 Carlos de Urabá empujó una de las nueve puertas de la Catedral de Sevilla y tras él entraron unos 300 manifestantes. Asaltaron el templo un año antes de la celebración de la Expo'92 para reclamar la suspensión del evento. “Queríamos ir hasta la mismísima tumba de Colón a escupir su memoria y, si se terciaba, profanarla”, ha escrito Carlos sobre lo que sucedió el día en que la Policía Nacional entró tras los manifestantes y cargó sin clemencia en el interior del edificio sagrado.

En 1992 el país brillaba y estaba borracho de juancarlismo. El monarca era bienvenido incluso en Barcelona. El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) preguntó a los españoles ese mismo año por la monarquía y los españoles le pusieron a la familia real un 7,5. Notable. Era la mejor nota de los Borbones en la serie histórica, que acabó en 2014 con un suspenso rotundo: 4,3 sobre 10. El CIS no ha vuelto a preguntar por esta familia tras la abdicación del cabeza de familia. En 1992 la Corona era intocable, España atendía al nacimiento de “campechano”, el rey del pueblo.

No cabían las críticas ni los reproches a ese país que triunfaba en el mundo. Y si te negabas a adorarlo eras un aguafiestas, tal y como contó Antonio Muñoz Molina en Todo lo que era sólido (Seix barral), ensayo en el que entonó el mea culpa por no haber estado a la altura de las circunstancias y ver “lo que estaba pasando delante de mis narices”. “No era consciente de la escala de corrupción. Sí vi el delirio político, pero no cómo los ayuntamientos se convertían en máquinas de corrupción y negocio sucio”, escribió entonces. “La ruina en la que nos ahogamos hoy empezó entonces”, concluye en su repaso por la hemeroteca del pasado español y de los orígenes de la cultura del pelotazo. La Marca España.

El brillo cegador

Es muy difícil llevar la contraria en España. Es muy fácil ser señalado como aguafiestas. “Nadie se oponía a la visión intachable de España, nadie criticó la celebración del quinto centenario”, recuerda por teléfono Carlos de Urabá, desde la frontera entre Navarra y Francia. Ha venido a España a pasar unos días con su familia. Es colombiano y reside en México, donde trabaja como periodista. Cuando tenía 31 años, hace tres décadas, estudiaba ingeniería industrial en Madrid. A esa edad asaltó la Catedral de Sevilla.

Quince minutos antes de interrumpir los oficios de la catedral estaba gritando contra la celebración del quinto centenario del “descubrimiento” en la Torre del Oro, con un amplio grupo compuesto por anarquistas, insumisos, okupas, anticapitalistas, migrantes, indígenas y otros tantos estudiantes universitarios latinoamericanos como él. Ahí empezaron los actos y movilizaciones contra las celebraciones de 1992 (la Expo en Sevilla, las Olimpiadas en Barcelona, la capitalidad cultural de Madrid y el AVE), coordinados desde la plataforma Desenmascaremos el 92.

El movimiento fue una oleada ciudadana de reivindicaciones múltiples, protagonizadas por muchas organizaciones y colectivos, que abarcó la crítica al despilfarro de las grandes industrias y a la neocolonización de Latinoamérica.

En el manifiesto de Desenmascaremos el 92 se apuntó que el quinto centenario del “descubrimiento” celebra, “además del sometimiento y genocidio de los pueblos y culturas que la habitaban”, el “expolio de sus recursos, la primera gran operación de conquista de los países de ultramar por el naciente capitalismo europeo”. “Esta conjunción de hechos históricos representa la partida de nacimiento del capitalismo y de las relaciones de explotación del Norte sobre el Sur”, añadían los firmantes.

Los primeros indignados

Las protestas se anticiparon un año a los fastos y a la movilización policial que iba a generar la Expo’92. Aun así, la campaña se encontró con una fuerza represora que no vaciló. El Gobierno mandó a Sevilla 10.000 agentes de la Policía Nacional, Guardia Civil y Policía Local. Las fuerzas del orden estaban alerta desde que el 2 de abril de 1990 la Guardia Civil detuvo al terrorista Henri Parot, en un control rutinario en las cercanías de Sevilla. Circulaba en un coche cargado con 300 kilos de explosivos, que pensaba detonar en el centro de la ciudad, poco antes de la Expo. Fue condenado a 4.800 años de prisión por 39 asesinatos cometidos durante 12 años, entre 1978 y 1990.

Desenmascaremos el 92 fue un movimiento de impacto social muy limitado, pero se convirtió en el germen del futuro movimiento antiglobalización español. Las redes que se tejieron en torno a los encuentros de más de 60 grupos y a las manifestaciones fueron básicas en las protestas de los años sucesivos. Y en ellas fue una pieza clave Ramón Fernández Durán (1947-2011), impulsor y fundador de la confederación estatal de Ecologistas en Acción en 1998.

El ingeniero y urbanista, referente en el movimiento antiglobalización y antiOTAN en la Asociación Ecologista de Defensa de la Naturaleza (AEDENAT), denunció que las celebraciones de 1992 convertirían a España en “el escaparate mundial del nuevo modelo de capitalismo avanzado”. El autor de La Explosión del Desorden. La Metrópoli como Espacio de la Crisis Global (1993), entre otros muchos otros ensayos, reconoció que fue una oportunidad única que sirvió para que los colectivos, hasta ese momento sin contacto, se conocieran y plantearan acciones en común. “El 92 no es solo una fecha de encuentro contra el poder, no un fin en sí mismo, ni un final de trayecto”, escribió Fernández Durán. Concibió las movilizaciones como el inicio de un nuevo proceso, en el que emergió una voz soberana contra el relato oficial, insumisa y desobediente. Eran los orígenes de la narración que desmitificó una década más tarde la ejemplaridad de la Transición española.

Una protesta monumental

La primera reunión de estos grupos de ciudadanos indignados de todo el país sucedió en Madrid, diciembre de 1990. De allí salió la Comisión contra el V Centenario, que organizó además de manifestaciones, conferencias, debates y propició el encuentro entre el alcalde de Puerto Real (Cádiz), José Antonio Baena (Izquierda Unida), y el artista ecuatoriano Oswaldo Guayasamín (1919-1999) para colocar un monumento A las víctimas de la invasión europea de 1492. Un hecho inédito en España.

Pepe Barroso, único cargo público condenado por llamar “corrupto” al rey emérito, prometió levantar el monumento en la Plaza del Mar de Puerto Real. El día de la presentación del proyecto, en 1991, en el aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras de Cádiz, no acudió ningún medio de comunicación. Sí estaban una productora de televisión independiente y Radio Marinaleda. Las actuaciones en contra del quinto centenario fueron menospreciadas en los medios de comunicación, que trataron a los manifestantes y sus reivindicaciones como elementos marginales sin interés. No existían y no podían existir.

Barroso presentó la maqueta del monumento a las víctimas de 1492 y anunció un coste estimado de 250 millones de pesetas. Pretendía que fuera financiado por suscripción popular en toda Europa y quería inaugurarlo el 12 de octubre de 1992. En la presentación estuvo Guayasamín, que manifestó que tenía la sensación de haber vivido “para diseñar el monumento”. Barroso había viajado a Latinoamérica el verano anterior para conocer las maquetas del proyecto, en el que ya aparecía un “hombre pájaro herido” como símbolo de la “tragedia india”. En uno de los murales del monumento se desarrollaría “la matanza de 70 millones de seres humanos, desde México a la Patagonia”. En otro aparecería Fidel Castro. La escultura nunca llegó a hacerse.

El enemigo es la izquierda

A los pies de la Torre del Oro tomó la palabra la indígena quechua Adela Príncipe, perteneciente a la comunidad de Pampa de la Quinua (Ayacucho, Perú). Condenó la celebración de la Expo'92 por ser “una locura que el Gobierno español pretenda convertir en fiesta el genocidio y la barbarie”. Tras guardar un minuto de silencio por las víctimas del holocausto y antes de que la reivindicación se disolviera, Carlos propuso bajar en formación hasta la catedral, por la Avenida de la Constitución.

El activista cuenta treinta años después de los hechos que el PSOE “de González y Guerra” fue el mayor enemigo de las críticas anticapitalistas, anticoloniales, antirracistas y republicanas. No quiere que olvidemos que en ese momento el ministro del Interior fue el polémico José Luis Corcuera. “Nuestros planteamientos descolocaron a la izquierda institucional, que los reprimieron como si fueran la derecha más regresiva”, comenta Carlos de Urabá, su seudónimo. Fue en 1992 cuando se aprobó la ley que pretendía luchar contra el tráfico de drogas permitiendo a la policía entrar en las casas sin autorización de un juez. Corcuera mandó hasta barcos de la Armada con cámaras submarinas para registrar el fondo del Guadalquivir.

En Sevilla no se podía hacer nada sin que las fuerzas del orden lo supieran: un par de turistas subieron al tejado del teatro de la Maestranza para tomar una foto de la plaza de toros y fueron detectados al momento por el helicóptero. En segundos fueron obligados a abandonar el lugar. Corcuera reconoció al final del evento que en seis meses no había ocurrido “nada reseñable”: “Hemos conseguido no ser noticia”, dijo. El delegado del Gobierno socialista en Sevilla era Alfonso Garrido y había prohibido manifestarse en contra de la Exposición Universal.

El 19 de abril de 1992 la Policía Nacional disparó con balas para disolver una manifestación de menos de 500 personas e hirieron de gravedad a tres personas. A uno lo dejaron en coma, a Ulises. Así estuvo varias semanas. Otra joven recibió un disparo cerca del corazón cuando salía de misa.

“Los agentes sacaron sus armas de fuego y efectuaron un mínimo de 15 disparos. Algunos al aire y otros contra las personas. Esta acción desesperada, incontrolada y criminal de la policía podía haber costado la vida de alguna persona”, explicó José Manuel Cortizo, miembro de la coordinadora Desenmascaremos el 92. Fue la acción más grave cometida por las fuerzas del orden. Detuvieron a 84 personas y 42 fueron expulsadas del país por aplicación de la Ley de Extranjería. La mayoría eran de nacionalidad europea. El País tituló días más tarde: “Varios heridos al dispersar la policía una manifestación de punkis en Sevilla”. Agustín Torazo, testigo y participante de las manifestaciones, confirmó que allí no hubo barras de hierro, ni cadenas, ni bates de béisbol, que solo eran pacifistas, ecologistas y ciudadanos solidarios. Corcuera logró silenciarlo todo. Las noticias estaban para celebrar.

Diccionario franquista

En las pancartas se leía: “Descubrimiento de América, acto de piratería”. Se habían levantado. Aquello era un “contradesembarco” que denunciaba la versión nacionalista de la conquista de América que había montado el PSOE, en un relato sobre la hispanidad, defendido por la dictadura franquista. La España fascista se consideraba autoproclamada para volver a ser la guía espiritual de la comunidad latinoamericana. Con el proyecto ideológico de Franco todo se volvió “hispanidad”, “Hispanoamérica” y “mundo hispánico”. En el diccionario franquista no existía “América”.

Y en un giro inesperado de los acontecimientos, en 1992 los académicos españoles de la lengua celebraron el Quinto Centenario de una curiosa manera: acordaron recomendar a la población española “reinstalar” la nomenclatura oficial de los términos “Hispanoamérica” e “hispanoamericano”, para referirse al mundo americano que habla, piensa y siente en español. También entraban en juego “Iberoamérica” e “iberoamericano”. Y sacaron del tablero lingüístico “las voces ajenas y equívocas” como “Latinoamérica” y “latinoamericano”. La RAE demostró que a pesar de celebrar diecisiete años libres de Franco, España no se había librado del franquismo. No estaban dispuestos, en su combate por la propiedad lingüística de América, a que la ciudadanía dejara de creer en el mito de la preeminencia española en la identidad americana.

Porrazos en la catedral

El pasacalles multicolor, como lo llama Carlos de Urabá, compuesto por los indígenas de Perú, Colombia, Chile y Argentina, que adornaron sus rostros con pinturas ceremoniales y se vistieron a la usanza tradicional, llegaron hasta la Catedral de Sevilla entonando cánticos y exhibiendo sus pancartas. La Policía Nacional les cerró el acceso a la catedral y les prohibió el paso al interior. Pero la puerta a la Historia estaba un poco más allá, junto a la cabecera de la catedral, al otro lado de La Giralda, en la conocida como Puerta de Campanillas (en ella había una campanilla que llamaba al trabajo a los obreros que construyeron la catedral). Las calesas tiradas por los caballos paraban delante, aprovechando un hilillo de sombra. Y era la entrada habitual de las bodas. La que se celebraba en el interior ese 12 de octubre había dejado entornada la puerta y por ella se colaron los manifestantes.

Accedieron al templo. “Estábamos en las entrañas del monstruo, el bastión inexpugnable del nacional-catolicismo”, recuerda Carlos. “Se armó tal escándalo que una boda de la alta sociedad sevillana se fue al carajo. Los invitados huyeron despavoridos”. Ellos se atrincheraron sobre el sepulcro de Cristóbal Colón, donde descansan desde 1899 los restos del marino. Y donde la madre del rey, María de las Mercedes de Borbón, había depositado una ofrenda floral. No tardaron en pisotearla. Extendieron las pancartas, gritaron las proclamas: “¡Colón, cabrón, de culo al paredón!”. Y los brujos realizaron un vudú para maldecir su memoria bajo las 68 bóvedas, 43 capillas... en el tercer templo más grande del catolicismo, en el lugar donde todo empezó cinco siglos antes. Hicieron sonar sus tambores, los silbatos y chillaron hasta que el órgano catedralicio trató de acallar las voces de la protesta.

“Ustedes destruyeron nuestros pueblos, nuestros hermanos indígenas fueron exterminados, nos quitaron la lengua, expoliaron nuestros recursos, nos robaron nuestras tierras y no conformes nos esclavizaron. Hoy hemos venido aquí a demostrar que los símbolos de los conquistadores significan la muerte y no la vida como decía Jesucristo”, volvió a hablar Adela Príncipe, esta vez delante de la tumba de Cristóbal Colón.

Hasta que la Policía Nacional irrumpió en el templo y empezó la carga. Arremetieron a porrazos contra los manifestantes. Algunos se escondían tras el altar, en los confesionarios. Hasta que los expulsaron de la iglesia. A una docena se los llevaron a la comisaría y puestos en libertad horas después. No hay en los periódicos reseña alguna. El día después no hay referencia a los acontecimientos. Aunque sí anunciaban que la segunda cadena de RTVE retransmitiría en directo, desde el muelle de Levante de Huelva, la salida de las naves del V Centenario, que reproducían las utilizadas por Colón. Carlos de Urabá no olvida a un vigilante de seguridad “ninja”, dice y ríe, que sacó unos nunchakus y se sumó a la carga.

En la Catedral de Santiago de Compostela tuvieron más suerte. Carlos de Urabá y Tupak Raúl Tinoco se presentaron ante el santo matamoros en taparrabos, en julio de 1992, tras un mes de caminata. Se colocaron bajo la cúpula donde colgaba el botafumeiro y encendieron una antorcha. Después subieron a ver la figura y dejaron en los hombros del santo unas hojas de coca y mazorcas de maíz. Antes de abandonar el templo leyeron un manifiesto contra los fastos del centenario, “luctuosa efeméride que merece toda nuestra repulsa”. Y lo hicieron en nombre de “esos millones de condenados por el capitalismo a la exclusión social y económica, aquellos a los que jamás se les ha otorgado la palabra, y que han sido una y mil veces acallados a sangre y fuego”.