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Disney renuncia a dar el paso en Frozen: por qué es una oportunidad perdida que Elsa no sea lesbiana

Elsa en 'Frozen II'

Marta Borraz / Mónica Zas Marcos

La primera princesa lesbiana de Disney tendrá que esperar. Con el aplaudido estreno de la segunda película, Frozen no solo ha revalidado su título de auténtico fenómeno de masas, sino que ha frustrado las expectativas de aquellos que esperaban que Elsa, una de las dos hermanas protagonistas, fuera lesbiana. Un guiño al colectivo LGTBI al que, tras años de especulaciones y campañas a favor y en contra, la factoría ha acabado renunciando para decepción de muchos de los que esperan que la apuesta de Disney por la diversidad llegue a la gran pantalla de forma decidida.

Las voces que reclamaban que Elsa acabara con el tradicional modelo heterosexual de sus películas se empezaron a escuchar prácticamente desde el estreno de la primera Frozen, en 2013. La idea se intensificó unos años más tarde e incluso cristalizó en forma de campaña: #GiveElsaAGirlfriend ('Dale a Elsa una novia', en inglés) acumula miles de mensajes en Twitter.

El film pertenece a ese rango de películas de Disney que consolidan una evolución con respecto a las iniciales, en las que las princesas eran sumisas, apenas hablaban y siempre dependían de un hombre. Por eso, para muchos, era el terreno perfecto.

“Imagina lo icónico que sería”, decía en mayo de 2016 Alexis Isabel, la tuitera y activista queer que creó el hashtag. Que Elsa fuera la primera princesa Disney no heterosexual no es solo algo simbólico, sino que influye más allá de la propia película.

Precisamente hace unos días, la activista estadounidense Jamie Margolin respondió en Twitter a la codirectora del film, Jennifer Lee, para explicarle que sus primos están “obsesionados” con todo lo que tenga que ver con Disney, pero cuando salió del armario, les tuvo que desmontar “muchos estereotipos” porque “nunca vieron a personas como yo en la pantalla”.

“Un arma de empoderamiento”

Frozen es un auténtico producto de éxito –solo en el primer fin de semana de estreno ha recaudado 350 millones de dólares–, seguido por niños y niñas en todo el mundo que se visten como Elsa y Ana, cantan y bailan sus canciones y llevan mochilas, carpetas, juguetes y todo tipo de utensilios con sus imágenes. “Frozen es el cántico oficial de todas las aulas. Les llega mucho y articulan con la película muchos de sus juegos”, señala Helena Martín Alonso, orientadora en varios centros escolares de Puente de Vallecas (Madrid).

La también integrante del colectivo Docentes LGTBI+ lamenta que la secuela del film haya sido “una oportunidad perdida” en este sentido porque “hubiera sido un momento perfecto para introducir otros imaginarios más diversos”. La visibilidad del colectivo LGTBI “encarnada en un personaje de una película masiva –prosigue– hubiera posibilitado que niñas y niños se imaginaran o jugaran a ser una princesa que es lesbiana y eso es muy potente desde todos los puntos de vista”.

Para Miriam Guijarro, coordinadora de Cultura de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB) es “un acierto” que Elsa no tenga pareja “y no necesite ser salvada por nadie”, pero no lo ve como algo “imprescindible” para abordar el tema de la orientación sexual.

“Los referentes LGTBI positivos son de vital importancia a todos los niveles. Para los críos que son LGTBI es un arma muy empoderante y hace más fácil su proceso de autoaceptación y de identificación”, explica mientras alude a los obstáculos que todavía dificultan la 'salida del armario'.

Guijarro apunta a que también son “fundamentales” para que el resto, aquellos que no son LGTBI, asuman la diversidad y se reduzca la homofobia y transfobia todavía presentes. Entre otras cosas, el acoso por este motivo es uno de los más presentes en los colegios: según un reciente estudio publicado por el Consejo de Europa y circunscrito a Madrid, el 60% de los estudiantes ha presenciado bullying homófobo o tránsfobo en la escuela. Frente a ello, la cultura y la educación “son probablemente las mejores armas para acabar con los prejuicios porque muchas veces llegan a donde no llegan otras cosas”, resume.

Aunque los niños, niñas y adolescentes cuentan con cada vez más referentes a los que seguir, todavía hay un largo camino por recorrer. Para Martín Alonso los referentes son “un espejo en el que mirarnos” que “ayuda a los niños y niñas a entenderse y les da permiso a vivir ciertas cosas que aún están señaladas o parecen extrañas. Una Elsa lesbiana contribuiría a acabar con el estigma de que la homosexualidad es algo malo, que no se debe hablar o que no lo quieren para ellos mismos”, reflexiona la docente.

¿Hubiera encajado en la trama?

El acobardamiento de Disney es decepcionante para algunos, pero para nada sorprendente. Elsa ha sido su gran oportunidad perdida por muchas más razones que una campaña en redes a favor de la primera protagonista LGTBI. Atendiendo simplemente al guion, una trama lésbica habría encajado tanto en esta secuela como lo hace la heteronormativa de Anna, con quien los guionistas no han escatimado en clichés.

No obstante, la codirectora de la película, Jennifer Lee, explicó antes del estreno que Elsa “no está preparada para una relación [...] Lo importante es que esta mujer lleva el peso del reino en sus hombros y lidia con sus extraordinarios poderes”. También ahondó en la idea de que la película trata sobre el amor fraternal, pero la excusa que sí servía en el filme de 2013 ahora se antoja débil porque, de nuevo, no se aplica para Anna.

Frozen II aborda el paso hacia la madurez de todos los personajes. En el caso de Elsa, comienza con la reina de Arendelle escuchando una voz de mujer que perturba su vida en palacio y le arrastra hacia lo desconocido. Aunque se siente seducida por ella, lucha por acallarla y esconderla al igual que hacía en la primera película con sus poderes. De nuevo, como ocurrió con Let It Go –convertido en una especie de himno LGTBI–, Frozen ofrece mensajes subliminales más elocuentes en sus canciones que en las líneas de guion.

“Lo siento, sirena misteriosa, pero voy a ignorar tu llamada. Ya he vivido mis aventuras y no necesito nada nuevo. Tengo miedo de lo que arriesgo si te sigo”, canta Elsa en el tema principal, Into The Unknown.

De hecho, la razón por la que los fans nombraron a Elsa como potencial representación queer fue la canción, puesto que las pistas a nivel argumental eran tan escasas como que no se declaraba abiertamente heterosexual, algo que ya ocurrió en otras películas como Brave y más tarde en Vaiana. Sin embargo, Let It Go fue un canto de libertad tras años de aislamiento y soledad que muchos identificaron con el concepto del armario.

Volviendo a Frozen II, cuando Elsa decide seguir a esa voz, conoce a una joven de una tribu escandinava llamada Honeymaren con la que fragua una rápida conexión. Es una amistad, pero la de Anna y Kristoff en la primera parte también lo era y en esta última su arco gira entorno a la típica pedida de mano accidentada. Por si fuera poco, Honeymaren se descubre como heterosexual en los últimos fotogramas de la película en los que cabalga junto a otro chico de su tribu.

Si en lugar de una charleta amistosa alrededor del fuego, hubiesen dedicado unas líneas al flirteo entre dos mujeres, la trama no se hubiese alterado en absoluto y Disney habría hecho historia en la animación occidental. Si resulta decepcionante es porque Frozen II no es cualquier película ajena a romances –como sí lo eran Vaiana y Brave– y Elsa es la outsider perfecta para representar a un colectivo oprimido en la gran pantalla.

La ofensiva ultracatólica

Sin embargo, esta marcha atrás tampoco es sorprendente. Disney es un conglomerado que apunta a un público tan amplio como el que habita este planeta. Eso no era un problema hasta hace algunos años, cuando la unión entre el entretenimiento y la inclinación política no era tan evidente como ahora.

Con la entrada del CEO actual, Robert Iger, en sustitución de Michael Eisner, la compañía ha vivido sus mejores éxitos y sus mayores controversias políticas. Aunque han intentado mantener un perfil equidistante como todo buen gigante empresarial, Iger se ha convertido en un enemigo público más de Donald Trump posicionándose a favor del derecho al aborto o cancelando programas por declaraciones racistas, como ocurrió en 2018 con Roseanne.

“Disney está caminando por la cuerda floja”, aseguró un experto en inversiones a The Washington Post. “Elegir lado, demócrata o republicano, es una doble pérdida, ya que estamos hablando de alienar potencialmente a la mitad de la audiencia”. Crear a la primera princesa lesbiana es tomar partido ideológicamente hablando, y eso es algo que Disney no se puede permitir y menos después de haber recibido medio millón de firmas de la plataforma homófoba CitizenGO instándole a que no lo haga.

En ocasiones, ocurren milagros como Black Panther, la película de superhéroes en la que la compañía lanzó un alegato progresista y antirracista, no recibió un boicot y además triunfó en taquilla. Pero Frozen II era un campo minado con el que Disney no se ha atrevido a sacrificar los impresionantes datos de este año. Quizá cuando estrenen Frozen III, si eso ocurre, mostrar una relación homosexual no se trate como un tema de ideología sino de derechos humanos.

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