'La Máscara' de Franquin: Spirou, al fin anotado
Los aficionados al cómic franco-belga tienen una paciencia infinita. Y en nuestro país son legión debido al calado en la educación visual de los lectores que tuvo la línea clara hace unas décadas y a la popularidad que aún conservan personajes como Tintín, Astérix o Lucky Luke. Dejando aparte las superestrellas mencionadas o booms puntuales (¿alguien recuerda la -comprensible- saturación de álbums de Titeuf que vivimos hace unos años?), personajes del cómic francófono tan conocidos a nivel internacional como Blake y Mortimer, Bill y Bolita o Blueberry se han publicado aquí de forma muy espaciada. Editoriales muy específicas han retenido derechos de publicación durante décadas y hemos sufrido años de sequía en la llegada de aventuras de personajes que en sus países de origen se publican de forma regular y continua.
Por suerte, las cosas están cambiando. La pequeña fiebre por el cómic clásico europeo está permitiendo iniciativas como la editorial Trilita, que está lanzando integrales de personajes como Aquiles Talón o Iznogud. O la colección Fuera Borda de Dolmen, que -con un título que homenajea a la legendaria publicación de los ochenta- publica cuidadas ediciones de personajes ausentes de nuestras librerías durante años, como Los Hombrecitos, Johan y Pirluit, Quena y el Sacramus, Natacha, Los casacas azules o Bermudillo. O Dibbuks, en fin, que ha adquirido los derechos del inimitable Spirou para publicar en español tanto nuevas aventuras (el reciente La amenaza de los zorketes) como integrales con historias clásicas. Su último lanzamiento es una auténtica delicia en un formato poco habitual: La máscara, una de las historias clásicas del personaje, escrita y dibujada por el autor que dio forma al personaje, Franquin.
Se trata de una aventura en la que Fantasio, el inseparable compañero de tropelías del botones, es acusado de un delito que no ha cometido. Tras unas comprensibles dudas iniciales, ya que todas las pruebas apuntan en contra de su amigo, Spirou descubre la singular trama que convierte a Fantasio en centro de un thriller de falso culpable al más puro estilo Hitchcock. Persecuciones, humor y gloria visual cien por cien escuela franco-belga clásica para un álbum que Dibbuks ha editado en un formato de casi 25 centímetros cuadrados, en tapa dura y con sobrecubierta. Un tratamiento que habitualmente solo se reserva a las novelas gráficas o a cómic europeo, pero de otro tipo (como la reciente y lujosísima edición de la mítica aventura de Blake y Mortimer, La marca amarilla).
Además, La máscara de Franquin (por ningún sitio vemos en portada el eterno subtítulo 'Una aventura de Spirou y Fantasio', como si Dibbuks quisiera distanciarse de las clásicas y coloristas ediciones en álbum) viene anotada. El experto belga en cultura popular Hugues Dayez apostilla absolutamente todas las páginas del cómic, con detalles que van desde pertinentes apuntes biográficos sobre Franquin a la contextualización de las aventuras de Spirou, dentro tanto de la cronología del propio personaje como de la propia situación editorial del tebeo franco-belga en 1954. Dayez aporta con sus profundos conocimientos sobre el personaje y su contexto una lección muy valiosa a los lectores y editores españoles: no existen las obras intrascendentes, sino las ediciones indignas.
La máscara es una avetura de Spirou relativamente atípica: el Marsupilami, aunque ya se había presentado en la aventura anterior del personaje, no acompaña al dúo. Posiblemente, Franquin aún no tenía claro qué quería hacer con el delirante animal de rabo interminable. Además, el botones y Fantasio permanecen separados casi toda la aventura, cuya cima es la hilarante incursión de Fantasio en el Tour de Francia a toda velocidad y en sentido inverso. En esas viñetas, el pincel de Franquin adquiere un dinamismo enloquecido, y el equilibrio entre humor y emoción está a la altura de los mejores momentos de un personaje con más de 75 años a sus espaldas. Aunque Franquin aún tendría que volverse más personal y su humor más sofisticado, en La máscara ya está todo lo que le convirtió en un maestro del cómic franco-belga. La edición de Dibbuks, además, está reproducida en un cuidado blanco y negro que, aunque difiere de la colorista edición original de 1954, permite apreciar mucho mejor el delicado trabajo del maestro, su dominio de la caricatura y el movimiento y su excelente trabajo de documentación en escenarios, ropa y vehículos.
Spirou: un aventurero de uniforme inesperado
En valón, Spirou quiere decir tanto ardilla como pícaro o travieso. Lo primero está justificado argumentalmente: sobre todo en las primeras aventuras del personaje, y antes de que el Marsupilami se convirtiera en su mascota por excelencia en los álbumes más memorables de Franquin, la ardilla Spip acompaña a Spirou a todas partes. De hecho, La máscara es una de las aventuras del botones en la que el roedor tiene más presencia y es más humano, hasta el punto de que en la portada original podía leerse 'Una aventura de Spirou, Fantasio y Spip'. El segundo significado del nombre del héroe hace pensar en el eterno conflicto entre los amantes del cómic francobelga de aventuras: ¿Tintín o Spirou?
La aplicada responsabilidad y pulcritud gráfica del mítico reportero creado por Hergé contrasta a menudo con el delirante caos, lleno de gags físicos, de las aventuras de Spirou, más sencillas, ligeras y fantasiosas que las de Tintín. Ambos, sin embargo, proceden de una misma variante del aventurero típico de los cómics franco-belgas: el del aventurero sin conflictos morales, casi un lienzo en blanco en cuanto a personalidad y manías, que los convierte a la vez en contenedores de energía aventurera pura y en potenciadores de los secundarios que les rodean. Por eso Fantasio, el Marsupilami, Zorglub o, en el caso de Tintín, Haddock o Silvestre Tornasol son más carismáticos y tan conocidos como los héroes a quienes hacen compañía.
Creado por Rob-Vel, Spirou nació en Le journal de Spirou en el primer número de la revista, en 1938. Era el botones y ascensorista de un hotel, pero acabó dejando el trabajo para convertirse más adelante en periodista. Nunca ha abandonado, eso sí, su icónico uniforme de faena original, tan característico e identificable y que inspiró a personajes muy conocidos dentro de nuestras fronteras, como el botones Sacarino de Ibáñez (cuyo comportamiento y aventuras, por cierto, estaban mucho más que inspiradas en otro personaje de Franquin, el sensacional Gastón el Gafe). Sus primeras aventuras eran costumbristas y humorísticas, pero comenzaron a disparatarse a gran velocidad hasta el punto de que en esta primera fase del personaje, llegó a viajar al espacio exterior. Su personalidad inicial era más adolescente, más picaresca, en consonancia con su primer nombre. Durante la guerra apareció el personaje de Fantasio (aún sin ese toque gruñón y poco práctico que luego matizaría Franquin) y se sucedieron distintos autores, como Luc Lafnet o Jijé, ya definitivamente enfocando los álbumes hacia los viajes y las aventuras intergalácticas.
Con la llegada de Franquin las peripecias pasaron a ser más largas (se publicaban en entregas en la revista Spirou y, un par de años después, en un álbum recopilatorio). Llega el Marsupilami, el delirante y entrañable conde de Champignac y dos némesis emblemáticas: el primo de Fantasio, Zantafio, así como el demencial supervillano Zorglub. Franquin trabajó durante dos décadas en la serie y realizó una veintena de álbums, dotando al botones y Fantasio de una personalidad y aspecto muy claros y definidos.
Franquin es uno de los grandes del cómic franco-belga, y en este La máscara que publica Dibbuks es fácil apreciar por qué: su versatilidad, demoledor dinamismo, variedad de registros y empleo de la planificación de página, perspectivas y puntos de vista es aún embrionario, pero apunta muy alto. Sin embargo, y aunque Franquin es especialmente recordado por las aventuras del botones, creó otros personajes de gran calado en la cultura popular francófona. Uno de ellos es Gaston Lagaffe, que aquí se ha llegado a conocer como Gastón El Gafe o Tomás El Gafe. El protagonista de esta serie de humor puro y muy personal y visual es un empleado de la propia revista Spirou, capacitado para generar los desastres más inverosímiles en plena redacción. Su otra obra maestra llegaría en el último tramo de su carrera, ya embebido en un dibujo muy personal y un humor devastador: ideas negras, publicado primero en Spirou y luego en la mítica publicación para adultos Fluide Glacial.
Mientras tanto, Spirou seguía su propio camino: en 1969 se hizo cargo de la serie durante nueve álbumes Jean-Claude Fournier, que introdujo elementos de actualidad en las tramas hasta la arrolladora llegada de Tome y Janry en 1984. Herederos del espíritu visual y argumental de Franquin, modernizaron los argumentos (incluyendo hasta viajes en el tiempo) e introdujeron nuevos personajes, intereses amorosos para Spirou y un nuevo villano antológico, el mafioso Vito Cortisone. De su mano, Spirou se ha hecho tanto adulto (pasando por depresiones, peripecias sentimentales y una asunción de sus icónicas obligaciones como héroe, alcanzando un tono más serio y adulto que despertó cierta controversia en su día) como niño, con el lanzamiento del desternillante spin-off El pequeño Spirou, que ha llegado a superar en popularidad y ventas a su hermano mayor.
Actualmente la serie se encuentra en un momento un poco errático: el cambio de siglo coincidió con un lapso de seis años sin publicaciones del personaje, y los sucesivos equipos de Morvan & Munuera (de 2004 a 2008) y Yoann & Vehlmann (de 2010 a la actualidad) han alcanzado y superado las ventas pero no siempre la aceptación de los clásicos. Se suceden también los experimentos en los que autores de un marcado estilo personal, como Émile Bravo, Yann o Lewis Trondheim han ido ofreciendo su visión del personaje. Una visión que no ha cambiado en esencia en 75 años: un botones intemporal al que ahora, al fin, se le empieza a dar el tratamiento editorial que merece.