México es, según la lista negra elaborada por la Federación Internacional de Periodistas (FIP), el país más peligroso del mundo para los periodistas. En 2019 fueron asesinados 10 profesionales y, como recoge Reporteros Sin Fronteras, este año la cifra ya asciende a siete a pesar de que no se trata del escenario de un conflicto armado, sino de uno en el que las autoridades, los políticos y el crimen organizado luchan por proteger su estatus a toda costa. Especialmente, si una información puede afectarles.
El país es un punto rojo en el mapa para ejercer la información de prensa, pero dentro de este existen zonas incluso más problemáticas. Una de ellas es Tepito, conocido como el “Barrio Bravo” de Ciudad de México. Es un lugar que tanto los taxistas como la policía evitan pisar porque, entre otras cosas, está vinculado a la venta ilegal de todo tipo: se puede comprar desde una bolsa de cocaína hasta un AK-47. En él los asaltos y la violencia son tan comunes que pasan desapercibidos, pero detrás de todo ello también existe otra realidad: la de una comunidad marginal que lucha por sobrevivir.
Ese microcosmos, alejado del sensacionalismo y de los titulares morbosos, es justo el que quiso documentar Adriana Zehbrauskas en una exposición que se puede ver hasta el 22 de noviembre en el Centro Internacional de Fotografía y Cine (EFTI) de Madrid. La fotógrafa brasileña estuvo durante años inmortalizando la vida en Tepito como si fuera una residente más del lugar, ganándose la confianza de familias a las que acompañaba mientras rendían culto a creencias tradicionales como la Santa Muerte. El proceso para pasar desapercibida con la cámara, sin embargo, no fue fácil.
“Fue muy complicado. Muchísimo. Quizás por eso fue un proyecto tan largo (y que todavía no lo doy por terminado). Lo pude hacer porque un gran amigo, el artista mexicano Felipe Ehrenberg, me puso en contacto con su comadre, Carmen, y su familia. La familia de Carmen lleva generaciones en el barrio, y gracias a ella y a su hijo Armando pude tener acceso”, explica Zehbrauskas a elDiario.es.
Pero con entrar en el lugar y tener contactos no bastaba. La fotógrafa cuenta que la propia Carmen era alguien muy respetada por todos y que precisamente eso lo hacía más difícil, pero hubo algo que ayudó: “Prometí que el trabajo siempre seria mostrado de forma integral, sea en forma de libro, exposición o audiovisual, sin utilizar las imágenes sin contexto”.
Es de esta forma como se nos dan a conocer historias como la de Marco, de 22 años, que trabaja grabando discos de pornografía pirata en su viejo ordenador. Consigue el número de 50 películas por hora y más de mil por noche, algo que realiza con la ayuda de su madre. Ella empaqueta los DVDs mientras él duerme, ya que es una industria casera y un negocio familiar.
También está la importancia de la fe. Eventos como la misa de la Santa Muerte o las comuniones son de gran importancia para la comunidad de Tepito, algo que también motivó a Zehbrauskas para su reportaje: “Como uno de mis proyectos y temas de interés es la religión, me pareció fascinante. Poco a poco fui escuchando más y más sobre el barrio y al final me pareció casi un reto”.
A pesar de todo, la reportera también tuvo que enfrentarse a las consecuencias de estar en una zona hostil para su profesión. Fue asaltada en dos ocasiones: la primera vez le pegaron un tirón de una pequeña cadena que llevaba colgada del cuello; en la segunda, iba con una amiga a la que apuntaron con una pistola para robar su cámara. La Leica que Zehbrauskas llevaba colgada de la cintura, sin embargo, no la vieron.
“Sabía que eso pasaría, tarde o temprano. Por eso siempre iba con muy pocas cosas, solo mi carnet de identidad, un poco de dinero, una cámara y el teléfono. Pero las dos veces que pasaron fue porque bajé la guardia. Uno se confía y ahí está el problema. Seguí haciendo las mismas cosas, pero poniendo más atención en mi intuición. Hay que escuchar esa vocecita que traemos adentro y que esta de nuestro lado, siempre”, advierte la fotógrafa.
Al riesgo de ser periodista había que sumar otro: el de ser mujer y tener que lidiar con situaciones machistas. “Estamos siempre en una posición de vulnerabilidad. Muchas veces me preguntaron porque no estaba en mi casa cuidando de mi familia. Pero nunca dejé que fuera un obstáculo. Así como varias compañeras, que lo hacen todos los días. Son increíbles”, considera Zehbrauskas.
Esta desigualdad no solo se refleja a la hora de tomar imágenes, sino también en los concursos de fotografía: desde la inauguración del World Press Photo en 1955 solo cuatro autoras han conseguido el premio de Foto del año. Por fortuna, según Zehbrauskas, la situación está cambiando: “Desde hace unos dos años unas compañeras empezaron un grupo, Women Photograph, una base de datos de mujeres fotógrafas en todo el mundo. Los editores empezaron a cambiar su manera de ver y asignar trabajos. También el World Press Photo fue cambiando, diversificó su cuerpo de jurados y con eso los tipos de historias que pueden ganar premios”. Porque, como añade la reportera, a veces “no necesitas estar en el ojo del huracán o en un frente de guerra para contar historias importantes y necesarias”.