Alfonso Sastre: réquiem por un hombre íntegro
Se cierra la última página de la literatura dramática del siglo XX. Ha muerto uno de los grandes autores dramáticos de este país, quizá el último grande de un siglo especialmente convulso, a la vez que rico. Cierto es que todavía quedan algunos autores teatrales vivos, como es el caso de Antonio Gala, pero, o bien no son autores exclusivamente dramáticos, o el corpus de su obra no alcanza ni de lejos la contundencia de la obra teatral de Sastre.
Alfonso Sastre (1926-2021) fue siempre un personaje incómodo y denostado por su posicionamiento ideológico. Fue simple y llanamente un hombre íntegro, algo completamente normal e incluso exigible en un artista pero, por desgracia, muy poco habitual.
Se le acusó de coquetear ideológicamente con la izquierda abertzale, algo que, hecho desde el terreno de las ideas, no presupone ningún tipo de delito, ni sombra de él.
Al conocer la triste noticia de su muerte, he pensado que se va un personaje de una talla y de una integridad como seguramente ya no queda otro.
Esta idea me recuerda la vieja y consabida rivalidad entre Alfonso Sastre y Antonio Buero Vallejo (1916-2000) a cuenta de su posicionamiento político hacia la dictadura. Si bien Alfonso se opuso frontal y radicalmente a ella, negándose a negociar con la censura, Buero Vallejo, en una actitud más posibilista (él mismo usó este término), no reparó en sortear la censura con mayor o menor fortuna, adaptando aquí y allá, recortando aquí y allá, para poder estrenar en los teatros públicos del momento.
Al recibir la noticia de su muerte, un periodista me ha recordado que yo he sido el último director de escena en montar un texto suyo. Se trató de Escuadra hacia la muerte, en 2016 en una producción del Centro Dramático Nacional que entonces dirigía Ernesto Caballero.
En los últimos cinco años, nadie, ningún director o directora, ningún centro de producción público o privado ha intentado montar un texto suyo. ¿Por qué? ¿Tiene vigencia el teatro de Alfonso Sastre hoy?
Es sorprendente cómo, aún hoy, la obra de Alfonso Sastre está tan poco visitada y estrenada. En los últimos cinco años, nadie, ningún director o directora, ningún centro de producción público o privado ha intentado montar un texto suyo. ¿Por qué? ¿Tiene vigencia el teatro de Alfonso Sastre hoy? ¿Le ha pasado el tiempo y quedará como un autor teatral para leer en las bibliotecas? Mi opinión es muy clara al respecto: por supuesto que no. Lo que ocurre con el teatro de nuestro autor es que es teatro político en mayúsculas y todavía hoy levanta ampollas. Pero amigos, el teatro o será político o no será. O interpelamos al espectador para hacerle reflexionar sobre los temas importantes que incumben a la polis o el teatro estará destinado a convertirse en entretenimiento. Y merece la pena recordar que el teatro no puede competir en terreno del entretenimiento con la inmensa cantidad de oferta audiovisual. Tampoco es ese su lugar. Su lugar es el de la confrontación de ideas, el de la reflexión, el de la provocación, el del encuentro y reencuentro. Y en eso Alfonso Sastre era un maestro.
Cuando allá por 2014 le propuse a Ernesto Caballero que quería montar Escuadra hacia la muerte, tuve claro que la obra tenía actualidad, podía interpelar al espectador de hoy, pero necesitaba de una adaptación. Esta pieza, estrenada en 1953, es hija de su tiempo, de la posguerra, de un siglo que, aún no llegado a su ecuador, ya había sufrido dos contiendas mundiales. ¿Qué futuro tenía el ser humano? ¿Qué sentido podía tener la existencia individual y colectiva ante unas guerras que habían asolado el planeta? El ser humano estaba vacío.
Alfonso Sastre presenta en escena las últimas horas de vida de seis soldados, un escuadrón militar, a las órdenes de un cabo tirano, delante de un enemigo desconocido e invencible, delante del cual –y por diversos motivos– acabarán todos pereciendo.
Como director de escena quise alterar ligeramente el final, en el que mueren todos los soldados según la pieza original de Sastre. Quise hacer entrar en escena ese rayo de esperanza que necesita la tragedia para que pueda definirse como tal.
Debo confesar que tuve miedo de la posible respuesta de Alfonso. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me dijo “haz lo que quieras con la obra. Sé libre”.
El trabajo del director de escena con los autores vivos es casi siempre complejo. Mis colegas de profesión lo pueden corroborar. A veces quieren imponer en la puesta en escena sus criterios estéticos o formales que ya están contenidos en el texto, obviando que un director de escena es un intérprete, un lector que tiene que coger ese texto y, como decía Lorca, levantarlo del libro para hacerlo humano.
Como director de escena quise alterar el final, en el que mueren todos los soldados según la pieza original de Sastre. Tuve miedo de la posible respuesta de Alfonso. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me dijo “haz lo que quieras con la obra. Sé libre”.
La reacción generosa y cálida de Alfonso fue una prueba más de que estábamos delante de un ser excepcional, un autor que lanza al mundo su teatro, para que éste lo interprete libremente.
El día del estreno, allá por octubre de 2016, levantábamos el telón del mismo escenario en el que la obra se estrenó 63 años antes, por la compañía del Teatro Popular Universitario. Insisto, 63 años sin que esta obra fuese llevada a escena en un teatro público de nuestro país… Alfonso no pudo acompañarnos en un día tan señalado puesto que su estado de salud era delicado. Pero sí nos acompañaron muchos amigos suyos y parte de su familia.
Donde sí pudo ver la función fue algunos meses más tarde, ya en gira, en Hondarribia. Alfonso se mostró cercano, entusiasmado con el trabajo del elenco y de todo el equipo y fascinado por una puesta en escena que calificó como “sorprendente”, asumiendo que nunca se le habría ocurrido que ese texto se podría montar así.
Lo realmente sorprendente de nuestra gira, para gran tristeza de todos, fue que algunos teatros municipales de ciudades españolas no quisieron representar la función precisamente por la posición incómoda que Alfonso Sastre les producía –¡aún a día de hoy!– por sus ideas.
Para gran tristeza de todos, algunos teatros municipales no quisieron representar la función precisamente por la posición incómoda que Alfonso Sastre les producía, aún a día de hoy, por sus ideas
Creo que el teatro de Alfonso Sastre está ahora más vivo que nunca y que tiene mucho que decir a los ciudadanos de este siglo XXI y a los de los siglos venideros. Eso, a fin de cuentas, es lo que califica a un autor como “clásico”.
Recuerdo que, con motivo de dicha representación en Hondarribia, le regalé un libro con poemas de Marguerite Yourcenar, mi autora de cabecera. Recuerdo, también que el pequeño libro le sorprendió tanto (por lo inusual) como la puesta en escena de su obra.
Acaso nuestra labor como directores de escena no sea más que esa (o una de ellas), traer a los autores pasados al presente a través de una mirada nueva, sorprendente.
Alfonso Sastre, hombre íntegro, consecuente consigo mismo y con su tiempo ¡Que la tierra te sea leve!
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