Alfredo González Ruibal: “La arqueología no es solo tocar las cosas, sino ser tocado por las cosas”
Lo difícil es leer el pasado en un montón de tierra, no ver el futuro en los posos de café de una taza sucia. La cuestión se complica cuando además de reconstruir los hechos que acabaron con la vida de los antepasados, la ciencia es comprendida como un acontecimiento ético que no pone límites temporales ni espaciales. “Para mí la arqueología es, sobre todo, un ejercicio de compasión”. Con esta frase Alfredo González Ruibal acaba de ponerse en contra de esa mayoría académica de su oficio, que está convencida de mantener envasada al vacío la objetividad. “¿Por el hecho de que me conmueva con los restos de una mujer violada en una guerra voy a ser menos científico? ¡No!”, sostiene.
“La arqueología es una forma de sentir con el otro, aquel a quien nunca hemos conocido, de quien nos separan décadas, siglos o milenios. ¿Es tan extraño emocionarse con quienes tuvieron que sepultar a los suyos masacrados en Koszyce hace 5.000 años? ¿Acaso es tan difícil ponerse en el lugar de quienes se encontraron asesinadas a sus mujeres, sus hermanas o sus hijas?”. Ruibal declara la guerra a la muerte cada vez que excava un yacimiento y, ahora, en el libro que acaba de publicar: Tierra arrasada. Un viaje por la violencia del paleolítico al siglo XXI (Crítica). “Para que los muertos sigan vivos en nuestra memoria”, escribe el científico para dar una razón por la que se dedica a la arqueología de la violencia.
Este libro es un antídoto infalible contra la romantización de la guerra y la épica de la batalla que plantean ilustradores como Ferrer Dalmau, escultores como Salvador Amaya, novelistas como Arturo Pérez-Reverte o ensayistas como Elvira Roca Barea. Cuenta que la intimidad que revela la arqueología es también la de la violencia más sórdida. A los pies de una fosa no suenan fanfarrias ni los cómodos tambores de la ficción. “La guerra es, ante todo, un despilfarro de vida y de materia, y por eso su huella arqueológica es siempre la desmesura: las fosas, los montones de huesos, las fortificaciones monumentales, las armas”, dice. Por eso le dedica el libro a su hija, para que nunca tenga que ver la tierra arrasada. También por eso carga el final de estas crónicas arqueológicas con 45 páginas de bibliografía, para no perder el tiempo con chamanes del pasado.
El horror antibelicista
¿Se dedica a investigar el horror del ser humano? “El libro es terrible por todos los casos que cuento, pero es optimista aunque parezca extraño. Desmonta el mito de que el hombre ha sido excesivamente violento. La arqueología demuestra que siempre hubo violencia extrema, pero de manera excepcional. No nos hemos dedicado a matarnos constantemente”, subraya. Desvelar el horror para demostrar que el horror no es la norma. “Sí y gracias al horror no hay más horror. Lo vemos en Ucrania: ¿por qué no se ha convertido en la Tercera Guerra Mundial? Porque la memoria del horror es muy efectiva. La arqueología del horror es muy efectiva en esto”, añade Alfredo González Ruibal.
Es un libro sobre la violencia que trata la memoria, que intenta ser borrada para no dejar rastro de la culpa. Borrar para librar a los culpables y para crear una memoria limpia del pasado. El orgullo del pasado pasa por un blanqueamiento del horror. Y la arqueología contrarresta: “Expone los crímenes y muestra cómo detrás de toda historia gloriosa y épica hay un lado oscuro”. Un arqueólogo es el aguafiestas de los patriotas. “Uno de los motivos para escribir este libro fue una reacción contra esta neoépica reaccionaria, con las glorias imperiales de Hernán Cortés o de Blas de Lezo. Siempre una violencia muy nacionalista, sublimada y muy camuflada. Los valores tradicionales encajan muy bien con las hazañas bélicas tradicionales, con el hombre protagonista, vencedor y héroe”, dice el autor.
En el índice onomástico encontramos un dato inquietante: el término con más citas es “niños”. Un libro dedicado a levantar los rastros de la violencia y lo más reseñado es la infancia. Cuenta que la arqueología no discrimina, es el testimonio de lo que ha sucedido. “Y lo que sucede en las guerras es que se mata a los niños. Que la masacre de no combatientes es habitual. Y en algunos casos llega a ser normativo, hay que matar a los niños. Es tan horroroso para cualquier cultura que tendemos a olvidarlo y a no hablar de ello. No estamos hablando de civiles, hablamos de niños de cuatro años”, explica.
“Hacer arqueología de la violencia te afecta”, resume. “A algunos les afecta más y a otros, menos. Es imposible no sentirse tocado. La arqueología no es solo tocar las cosas, sino ser tocado por las cosas”, dice. Por eso cree que es imposible salir de esto como entraste. “Es posible que te deje un poso pesimista por ser testigo de tanto horror”, cuenta.
Empatizar para comprender
En el libro también desmonta otro falso debate de nuestros días: el presentismo. El arqueólogo se compromete con los restos del pasado, según González Ruibal. “En el libro insisto en que tenemos que establecer un vínculo de empatía con la gente del pasado. No entiendo hacer historia sin sentir a esas personas del pasado como personas, sin preocuparme por ellas. Si no me preocupo por ellas, ¿para qué las estudio durante ocho horas diarias? Necesito empatizar con la gente del pasado. Porque merecen ser recordadas como personas, no como datos históricos”. Es colocándose en el lugar de aquellas gentes como puede entender su pasado, por ejemplo cómo era la sociedad egipcia hace 5.000 años, cuál era el concepto que tenían del cuerpo o de la violencia. Empatizar es comprender.
Alfredo González Ruibal es incómodo para los académicos más conservadores, pero también es molesto con quienes prefieren ignorar las leyes de la convivencia democrática, como la Ley de Memoria Histórica. Planta cara a las fundaciones de los fantasmas franquistas y a quienes dejaban flores en la tumba de Franco, en el Valle de los Caídos. En Tierra arrasada demuestra que no es posible revisar el pasado sin un posicionamiento moral.
Tampoco es posible escribir la arqueología de la violencia sin revisar el diccionario de los términos que usamos para hablar del pasado. “Mi labor como investigador es clarificar los términos y tratar de entender si a una violencia podemos llamarla guerra o genocidio o etnocidio... Qué conceptos explican mejor lo que está sucediendo. El hecho de que diga que en América no hubo un genocidio, porque no hubo un asesinato sistemático y organizado de todos los pueblos indígenas de América, no quiere decir que yo no entienda esa violencia como una violencia colonial abyecta, que causó un sufrimiento extremo a millones de seres humanos. El posicionamiento ético y el rigor científico van de la mano”, sostiene el arqueólogo.
Y el optimismo
El cambio radical en la historia de la violencia sucede cando las sociedades deciden que la violencia excesiva no se puede perpetrar y hay que perseguirla. Los cuerpos de las víctimas de la guerra empiezan a ocultarse y no dejar rastro después de la I y la II Guerra Mundial. Es entonces cuando la arqueología entra a actuar para recuperar la verdad de las víctimas y descubrir la responsabilidad de los verdugos.
González Ruibal señala la capacidad de la arqueología de hacernos conectar con el pasado, de sentirnos cercanos a personas que llevan muertas miles de años. A él le pasó cuando visitó el museo del Tirol donde se encuentra Otzi, el hombre de las nieves de finales del Neolítico, que apareció congelado en un glaciar de los Alpes hace casi 30 años. Al salir de la visita, su pareja le dijo que había sentido tristeza por Otzi. “Sentimos compasión por un hombre que no conocemos y lleva 5.000 años muerto. Eso es un poder tremendo de la arqueología. No sé si somos conscientes de esto”, indica.
“Con la guerra pasa como con el capitalismo, que parece un fenómeno natural. Pero durante miles de años hemos vivido sin capitalismo y volveremos a vivir sin capitalismo”, sostiene. De esta manera se pregunta por qué no va a pasar lo mismo con la guerra. “En Europa no hubo guerra hasta el cuarto milenio antes de Cristo. Esa forma de violencia extrema que es la guerra no tiene por qué ser nuestro futuro. Lo peor que podemos hacer es pensar es que todo es inevitable”, apunta Alfredo González Ruibal, el arqueólogo que persigue el pasado para construir un futuro mejor.
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