Alvise, el presunto corrupto a su pesar

2 de octubre de 2024 21:39 h

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Si te llamas Luis Pérez Fernández y quieres dedicarte a alguna actividad con repercusión pública, harás bien en buscarte un nombre más singular, menos frecuente, más recordable. Si no lo haces, corres el riesgo de pasar inadvertido: según el Instituto Nacional de Estadística (INE), en España hay 179.088 personas que se llaman Luis, 775.938 que tienen Pérez por su primer apellido y 912.224 que tienen por segundo apellido el de Fernández.

Quizás fue todo eso lo que movió a Luis Pérez Fernández, nacido en Sevilla en febrero de 1990, a adoptar un nombre singular, infrecuente y recordable: Alvise. Lo tomó, según parece, de un personaje del filósofo italiano del siglo XV Agostino Nifo. Y ya llamándose Alvise a secas, sin siquiera apellido, logró convertirse hace ya unos años en “polemista” ―así lo califica Wikipedia― y presunto azote de corruptos, hace unos meses en eurodiputado y hace unos días en presunto corrupto investigado por la Fiscalía del Tribunal Supremo.

Algún experto en semántica, o en naming, o en reputación, estudiará algún día como un caso de escuela de negocios el del auge y caída de los atributos del apelativo Alvise o de Alvise mismo.

Lo mejor del 'caso Alvise' son las explicaciones que ha dado el cazador cuando se ha visto cazado. Dice él mismo que aceptó que un empresario de criptomonedas le pagara 100.000 euros contantes y sonantes en negro “para poder tener más ahorros con la finalidad de no enriquecerme con mi actividad política” y que para ello ha tenido que hacer “un sacrificio de moral”. ¡Pobre! Vive sin vivir en sí y muere porque no muere, es un místico metido en una contradicción barroca. Es un presunto corrupto a su pesar, como el médico a su pesar de Molière.

Alvise llama ardillas a sus votantes, y a sí mismo se considera una especie de ardilla mayor, de ardilla reina del enjambre. “Yo soy viva, / soy activa, / me meneo, / me paseo, / yo trabajo, / subo y bajo, / no me estoy quieta jamás”, le dice en verso una ardilla a un alazán en una fábula de Tomás de Iriarte. “Tantas idas y venidas, / tantas vueltas y revueltas / (quiero, amiga, / que me diga), / ¿son de alguna utilidad?”, le replica el alazán.

Pues sí, a Alvise le habían sido hasta ahora de gran utilidad sus muchas idas y venidas, sus tantas vueltas y revueltas, como difusor de bulos que disfrazaba de azote de corruptos: 803.545 votos y tres escaños para su formación en las elecciones al Parlamento Europeo del pasado junio. Pero la noticia cierta de su financiación ilegal o de su irregularidad fiscal ―o de las dos cosas― a quien le va a ser ahora de gran utilidad es al Supremo, ese probo tribunal en el que el PP ―uno de los principales perjudicados por la eclosión política de Alvise― apenas tiene ninguna influencia.

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