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Ángel Guinda, la poesía como conducta y resistencia

El pasado sábado 29 de enero falleció el poeta zaragozano Ángel Guinda, poeta zaragozano. Recibió el Premio Nacional de Poesía en 2012, el Premio de las Letras Aragonesas en 2010 y fue coautor del himno de su Comunidad aunque es, desde hace tiempo, madrileño de adopción del mejor de los Madriles. El artista, nacido en 1948, ha sido una de las voces imprescindibles de la poesía española de los últimos cuarenta años.

Desde su primer poemario, Vida ávida, de 1981, hasta Los deslumbramientos y Recapitulaciones, de 2020, y la que aún está inédita, en imprenta, su obra y su figura se han convertido en referencia de dos generaciones de poetas, para los que la poesía ha sido algo más que exhibición y autorreferencia narcisistas o vacío juego esteticista. No en vano su primer manifiesto poético, en 1978, de los varios que nos dio a lo largo de su vida, se tituló Poesía y subversión. Luego vendrían Poesía útil (1994), El Mundo del Poeta. El Poeta en el Mundo (2007) y Poesía violenta (2012).

Entre sus poemarios, se puede destacar El almendro amargo (1989), Lo terrible: expedición a las tinieblas (1990), Después de todo (1994), Conocimiento del medio (1996), La llegada del mal tiempo (1998), Biografía de la muerte (2001), Toda la luz del mundo. Minimal love poems (2002), Poemas perimentales (2005) Claro interior (2007), Poemas para los demás (2009), Espectral (2011), Caja de lava (2012), Rigor vitae (2013), Materia del amor (2013), Catedral de la Noche (2015), junto con tres libros de aforismos: Breviario (1992), Huellas (1998) y Libro de huellas (2014); así como un ensayo fundamental sobre otro poeta y ser humano clave también en su propia vida y obra, con el que mantuvo unas 'exigentes', pero siempre tiernas relaciones, durante un tiempo, Leopoldo María Panero: El peligro de vivir de nuevo (2015).

Guinda cuenta con una inmensa obra poética publicada en parte en Argentina, Cuba o Italia. En España, buena parte de ella por su querida editorial aragonesa Olifante, con la que ha mantenido unas especiales relaciones toda su vida. Pero además, el poeta era uno de compañero fiel, amable y solidario para sus amigos, tanto en la trinchera de la vida como en la escritura con sentido. Nunca dijo no a un compromiso justificado o a una invitación, fuese quien fuese el anfitrión, por humilde que este fuese.

Durante años, su tertulia de El Alambique, junto con otros entrañables compañeros, ha sido referencia obligada de la vida poética de Madrid y punto de encuentro y fuente de energía, inspiración y ánimos para incontables poetas que por ella han pasado. 

La poesía para Ángel Guinda debía ser respuesta al mundo, conducta ética, o no era poesía; pues, incluso cuando nos respondemos o nos indagamos a nosotros mismos, si somos honestos, respondemos al mundo que nos ha constituido. Sin embargo, esa respuesta debe sujetarse al reino de la metáfora y del ritmo, los constituyentes esenciales del hecho poético; en esa respuesta no se debe perder el respeto a las reglas que rigen el arte que practicamos; no todo vale, por justificadas que sean las razones que nos mueven, como no todo vale en el torno del alfarero, o en la forja del herrero. La búsqueda del sentido poético tiene un coste, el compromiso con el mundo real, pero también con lo esencialmente poético.

Desde un determinado momento, la muerte justamente, como negadora de lo vivo, pero también como reveladora del valor de existir y de vivir, se convirtió en materia poética esencial de su obra, junto con el amor, en cuanto experiencia arrebatadora, poliédrica y peligrosa…

Ya no me falta el aire.

(Ahora respiro tu respiración.)

A tu lado

tengo más sed de fuego que de agua.

A tu lado

todo desaparece menos tú.

(Salgo del mundo cuando entro en ti.)

Finalmente, la poesía de Ángel Guinda está encuadrada en gran medida en lo que Alberto García-Teresa ha denominado Poesía de la Conciencia Crítica. Como toda su vida, ha sido resistencia; resistencia al desánimo y a la desesperanza, resistencia contra las injusticias que provocan el dolor de los humildes y contra el dominio de la muerte, hasta el final. Hasta que, tras tres años de lucha contra la enfermedad y de resistencia digna y entregada, fue vencido, pero no derrotado, por el único enemigo invencible.

… Morir es estar quietos, sordos,

ciegos, mudos, desaparecidos,

desconectados de todos y de todo,

de nosotros también;

no regresar a casa nunca más.

No emitir ya señales,

recibirlas tampoco.

Morir es no volver.

De hecho, su última entrevista publicada (en Casa Bukowski, Chile, y en Odisea cultural, España) es una conversación en la que da un repaso esencial al sentido de su obra y en la que se trata también de la enfermedad y de la muerte; para aquellos lectores que deseen adentrarse en el Ángel Guinda consciente y digno ante el final previsible y ante el sentido de lo vivido y de lo testimoniado.