Notre-Dame no resurge gracias a los millonarios, sino al pueblo y a los 'best sellers'
Ocurre en todas las catástrofes. Antes de desvanecerse, las muestras de solidaridad aparecen en cascada los primeros días y estimuladas por las imágenes que difunden los medios. No en vano, las del incendio de Notre-Dame fueron especialmente sobrecogedoras. Pocas veces la destrucción de un edificio despierta una reacción parecida a la de la catedral parisina, cuyo techo en llamas hizo palidecer al mundo entero hace dos meses.
Pasado el impacto inicial y sofocado el fuego, las buenas intenciones se han perdido entre las cenizas. Las primeras, las de los millonarios franceses y las empresas que se comprometieron a aportar grandes cantidades de dinero para la reconstrucción de la cúpula. 850 millones de euros, de los que se han percibido apenas 80 y en su mayoría a través de pequeñas donaciones ciudadanas.
Los titulares de aquellos días de abril anunciaron a bombo y platillo que L'Oreal, la casa de Gucci y Balenciaga, o la petrolera Total se sumaban a la causa rascándose el bolsillo. 200 millones la primera, 100 la segunda y otros 100 la tercera de los que, dos meses más tarde, Notre-Dame no ha recibido “ni un centavo”, según desveló el jefe de prensa a comienzos de esta semana.
Hubo un momento en el que las donaciones se convirtieron incluso en una suerte de competición entre grandes conglomerados rivales. Tan pronto como el CEO de Kering –propietaria de Yves Saint Laurent– comunicó la cantidad, el gigante de lujo LVMH –al que pertenecen Louis Vuitton y Dior– duplicó la oferta. Sobra decir que ni uno ni otro han cumplido con lo acordado.
“Quieren saber en qué se gasta exactamente su dinero antes de entregarlo, y no solo para pagar los salarios de los empleados”, contaron desde prensa.
El problema es que, tal y como ha advertido el ministerio de Cultura francés, aún existe riesgo de que colapse el techo abovedado si no dan comienzo las labores de reconstrucción. Un momento crítico teniendo en cuenta que el pasado sábado se celebró la primera misa oficiada en la catedral (en la que los feligreses y los curas tuvieron que llevar casco).
El presidente de L'Oreal se ha justificado diciendo que quiere asegurarse de que su donación se invierta en causas que se ajusten al espíritu específico de la fundación, que apoya la artesanía en el arte. Otros han dicho que esperarán a que los trabajos avancen para abonar el cheque.
En cualquier caso, si la iglesia pudo abrir sus puertas ese fin de semana fue gracias a los pequeños donantes, cuyo dinero está pagando la limpieza y el acondicionamiento del interior de la nave tras el incendio.
Todavía tienen que sanear el barrio y la catedral contaminados por el plomo que recubría la cubierta y la aguja de Viollet-le-Duc, y que se fundió por las llamas, que llegaron a alcanzar los 800 grados de temperatura. El presidente Macron ha fijado un plazo de cinco años, pero varios expertos han calculado que las obras durarán como mínimo hasta 2035.
La cultura al rescate
Una de las iniciativas más sonadas fue la del escritor Ken Follett, quien anunció que comenzaría a escribir un relato sobre Notre-Dame para donar todos sus beneficios a este “teatro de muchos acontecimientos clave en la historia de Francia”. El librito de 70 páginas ya ha salido a la venta y se puede adquirir por siete euros desde el lunes en librerías francesas y por Internet (solo en francés e italiano).
Follett tardó once días en escribirlo por encargo de la editorial Robert Laffont –del 19 al 30 de abril– y donará también el adelanto que recibió, así como los derechos de autor, a la Fundación Heritage.
Entre otras curiosidades, cuenta que Notre-Dame fue la gran inspiración que dio luz a su superventas hace veinte años, Los pilares de la Tierra. El autor británico ofrece así su granito de arena, pero recuerda que serán los lectores que compren el libro los verdaderos mecenas de la causa.
De hecho, los ciudadanos mostraron enseguida su interés por aportar. Tanto, que el gobierno francés se vio obligado a advertir contra las campañas fraudulentas que empezaron a brotar tras el derrumbe. Su recomendación es donar a cuatro organismos de confianza, entre los que se encuentran la Heritage, la Fundación de Francia, la Fundación de Notre-Dame y el Centro de Monumentos Nacionales.
En colaboración con esta última, la televisión pública francesa organizó un evento multitudinario de música clásica para animar a participar llamado Notre-Dame de París, el gran concierto y en el que tocaron gratis conocidos artistas franceses.
Por su parte, Universal Music France y el sello Decca Records lanzaron un disco que reúne las “mejores canciones de música sacra” grabadas en honor a Notre-Dame. Los derechos completos de este álbum se sumarán a la Fundación Heritage. Además, una treintena de personalidades internacionales ha organizado una exposición en una de las salas más prestigiosas de arte contemporáneo de París para recaudar fondos.
Artistas de la talla de Patti Smith, Baselitz, Gehry o Takashi Murakami han cedido sus obras originales y diseñadas para la ocasión a la galería Gagosian, donde se podrán visitar hasta el próximo 27 de julio.
También los responsables del famoso musical Notre-Dame de París, que narra la historia entre Quasimodo y Esmeralda y que se ha representado 5.000 veces en 23 países, nueve idiomas y frente a 14 millones de espectadores, anunciaron que estaban explorando formas de “recaudar fondos a través de la venta de entradas y discos”.
Aparte de libros, conciertos y exposiciones, existen más de 2.000 campañas de crowdfunding en Internet verificadas. Es decir, no fraudulentas. Destacan Notre-Dame de Paris, Je t'aime, lanzada por el portal Dartagnan, “dedicado exclusivamente a la conservación del patrimonio, el arte y la cultura en Francia”, que lleva más de 100.000 euros recaudados, y la iniciativa de Leetchi, con 47.000 euros en sus arcas.
Sin embargo, toda luna de miel llega a su fin, y la de los donantes con el Estado y la Iglesia se encuentra en su tenso ocaso. Ahora queda decidir qué hacer con el dinero, y algunas ideas del Eliseo están enfureciendo a los ciudadanos y algunas ideas de los arquitectos están enfureciendo a las autoridades eclesiásticas.
Notre-Dame no será el nuevo Louvre
Ante la lluvia de donaciones -y promesas millonarias-, el Senado francés tuvo que aprobar un proyecto de ley que encuadrara los flecos de la restauración. En principio deberá “ser idéntica” a la original, incluida la aguja.
De esta forma, también frenan las ansias de modernización de Macron, quien abogó por una “reconstrucción imaginativa” de la aguja, y aseguran la esencia clásica de la catedral, prioridad absoluta para un Senado controlado por la derecha conservadora francesa.
La apuesta por la contemporaneidad tampoco ha hecho gracia a las fundaciones -muchas de ellas religiosas-, que amenazaron con repartir sus colectas entre otras iglesias si el Eliseo persistía en su idea. “Hay que escuchar a los donantes. Nadie quiere una Notre-Dame moderna y la aguja no es parte de la catedral original”, dijo la Fundación Amigos de Notre-Dame.
Agujas y discusiones aparte, ahora urge avanzar en la fase de “consolidación” de la estructura del edificio con “vigas enormes”, lo que ha obligado a quitar las vidrieras del siglo XIX al tiempo que se ha evacuado a todos los vecinos aledaños al edificio. También se han consolidado los arbotantes y se van a poner estructuras de madera para evitar que se inclinen hacia el interior y se caigan.
Aún quedan años –probablemente muchos más de los que promete el presidente– para que este símbolo de la cultura vuelva a ser lo que era antes del 15 de abril de 2019. Pero solo depende de la sociedad francesa que Notre-Dame se convierta en un monumento, como definió el filósofo Paul B. Preciado, “de transición de un mundo que acaba hacia otro que empieza”.