Abel Azcona (Madrid, 1988) no tiene miedo a la muerte. Él defiende que no debería haber nacido porque su madre, prostituta y heroinómana, no pudo permitirse abortar, y que los treinta años que lleva en este mundo es mero tiempo de descuento.
Quizá por eso ha invitado a sus muchos detractores a La muerte de un artista, la performance que interpretará este viernes por la tarde en el Círculo de Bellas Artes en la inauguración del festival Eñe.
Subido sobre una peana situada en el vestíbulo, el artista profano esperará durante dos horas junto a una caja que contiene una pistola cargada. Pero Azcona no quiere estar solo, así que ha mandado una carta personalizada a los que en algún momento se han sentido ofendidos con su arte y han respondido con insultos, agresiones o amenazas de muerte, y les invita a asistar a su alegato mudo por la libertad de expresión.
Son muchos los colectivos, religiosos y laicos, las plataformas y los partidos políticos que han clamado contra la obra de Abel Azcona: Abogados Cristianos, Hazte Oír, Vox, el Arzobispado de Pamplona, el PP, la Fundación Francisco Franco, el ISIS, el Front Nacional francés y Ciudadanos, entre ellos.
Algunos le denunciaron por acumular 242 hostias consagradas asistiendo a diversas eucaristías y escribir con ella la palabra Pederastia. Otros le apuntaron en su lista de objetivos por comerse un Corán entero en menos de seis horas. Ha recibido insultos por prostituirse, hormonarse para ser una mujer o tatuarse el lema más repetido por Trump en el ano. Incluso un país -Israel- le ha prohibido la entrada por introducir fragmentos del muro de Berlín en el de Cisjordania.
“Recibo todos los días unos cien mensajes con insultos y amenazas. Es curioso porque son de colectivos totalmente opuestos y que entre ellos también se odian”, razona Azcona en una entrevista con eldiario.es. El artista les ha enviado veinte misivas en las explica que tendrán “a su disposición un arma de fuego preparada para su uso y enfrentada a mi persona”.
La muerte de un artista, titulada Matar a un artista en algunos folletos, ha sido sido diseñada en palabras de Azcona “con el fin de empoderar las creaciones y entender la muerte como proceso artístico, dejando en evidencia vuestro fundamentalismo, el ataque continuo a libertad de expresión y vuestros cristianos deseos de verme muerto”.
En cuanto a su afrenta obstinada contra la religión, el joven asegura que las peores amenazas que ha recibido son de colectivos cristianos: “He publicado muchas en las redes. Por ejemplo, el director del Colegio Arbolada, que es un colegio del Opus Dei de Madrid, escribió en su Facebook que iba a venir por la noche en su coche, me iba a meter en el maletero, atarme a un árbol, comprar un caballo para que me violase y luego me iba a cortar las piernas a trozos. Con esta en concreto alucinamos porque luego descubrimos que es el director de un colegio”.
Azcona describe su vida como “destructiva”, sobre todo por una infancia sembrada de maltrato, acoso sexual, depresión y adopciones. De hecho, cree que tiene aún más derecho a criticar la religión porque a los siete años fue adoptado por una familia de creencia ultracatólica. “Lo he vivido en mis propias carnes y me parece interesante denunciarlo habiendo estado dentro”, defiende.
“Yo estoy en contra de todo lo que es radical, y para mí la religión en sí es radical. Es la creencia de algo que no es real, porque estamos en el S. XXI y seguimos creyendo en un señor con barba sentado en una nube. Los creyentes se sienten muy heridos y sobre todo tienen una forma muy radical de defenderse”, explica.
Hay quien le insinúa que con los yihadistas no se atreve y es cuando Abel Azcona responde que ha tenido que llevar escolta “porque la Policía me avisó de que estaba en la lista de objetivos de Al Qaeda hace cinco años”.
El silencio como arte, no el tiro
“El nuevo proyecto nace de la acción-reacción. Si denuncias el yihadismo y dentro del yihadismo o, del catolicismo en su caso, viene un loco y te pega un tiro, no hay nada que evidencie más el fundamentalismo”, explica. Sin embargo, él mismo sabe que es poco probable que eso ocurra en un entorno “amigo” como es el del festival Eñe.
“En los últimos días ha tenido más repercusión y me he encontrado tuits de gente que dice que va a pegarme un tiro. Personalmente no creo que eso vaya a ocurrir, pero a lo mejor sí que va un chalao a gritar o a otra cosa. Me tomo la performance como un acto empoderamiento en el que espero terminar...vivo”, ríe. “Me bajaré de la peana, devolveré la pistola al sitio que nos la ha prestado y habrá sido un buen acto político. A veces que nadie haga nada es más político que sí hacerlo”, defiende.
Azcona no se siente atraído por la idea de convertirse en un mártir y, de hecho, le incomoda la comparación con otros que sí murieron a manos de fundamentalistas por realizar su arte, como los dibujantes de Charlie Hebdo. “Hay gente que vivimos los procesos de una forma mucho más radical que quizá el que no salga de su casa, de su ordenador o de su nick. Pero no creo en la idea de mártir, no creo que nadie lo hagamos por eso”, explica.
Aunque sabe que va a salir por su propio pie del Círculo de Bellas Artes este viernes y al día siguiente estará presentando felizmente sus otros proyectos, Abel Azcona ya ha imaginado su muerte. “Siempre he defendido la muerte como un proceso artístico y además es que soy una persona que llevo treinta años de ventaja, que reivindico el derecho a no haber nacido y el aborto como la mayor pedida a la protección de la infancia que existe. En mi caso, mi madre era prostituta y heroinómana, y no se le permitió abortar”, dice con sinceridad.
Él cree, además de que “el apego a la vida es una herencia católica”, que ningún artista debería sobrepasar la cuarentena, “porque a los cincuenta y sesenta puedes empezar a decir muchas tonterías que se carguen el significado de tu trabajo”, dice poniendo como ejemplo a Alejandro Jodorowsky y Marina Abramovich.
Entre risas y una voz dulce asegura que “me quedan pocos años de carrera” y que “en un periodo corto haré una pieza de carga vital en la que dejaré de trabajar y de vivir como proceso de empoderamiento”. Y cuando al otro lado del teléfono el vello se va erizando, Abel Azcona vuelve a soltar una carcajada y desaparece la tensión: “Pero bueno, que da igual, estamos hablando de otro proyecto. Lo otro ya se verá”.