La Bella Principessa de Da Vinci era en realidad una cajera de supermercado. Al menos, eso es lo que dice Shaun Greenhalgh en su recién publicada autobiografía, A Forger's Tale, donde se atribuye la autoría de esta obra. Y podría ser, porque se trata de uno de los mayores falsificadores de la Historia del Arte. Con la ayuda de sus padres, Greenhalgh produjo decenas de falsificaciones durante 17 años, y eran tan buenas que llegó a engañar al Museo Británico o al Instituto de Arte de Chicago. En 2007 fue condenado a 4 años de cárcel por fraude. Antes de mandarle a la trena, el juez no pudo evitar reconocer su “indudable talento”.
El su libro, Greenhalgh asegura que La Bella Principessa, que algunos estudiosos identificaban con la hija ilegítima del Duque de Milán durante su boda en 1496, es en realidad Sally, la chica que le atendía en una tienda de la cadena de supermercados Co-op de la localidad británica en la que creció, Bolton. Él lo fecha en 1978. Lo cierto es que, aunque las declaraciones de Greenhalgh no son concluyentes por sí mismas, el cuadro siempre ha estado rodeado de dudas. La principal: ¿dónde se escondió durante 500 años?
Historia de un hallazgo
La primera noticia que se tiene de la obra nos lleva al 30 de enero de 1998. Concretamente, a una subasta de Christie, en Nueva York, en la que la obra se atribuía a un pintor alemán con influencias italianas desconocido del siglo XIX. La casa de subastas no reveló el nombre del anterior dueño. Ese día, una marchante de arte, Kate Ganz, adquirió el entonces conocido como Joven de Perfil con Vestido del Renacimiento por algo más de 21.000 dólares. Más de diez años después, en 2007, el coleccionista Peter Silverman adquirió el cuadro en la galería de Ganz por un precio similar. Desde el primer momento, planteándose ya que se tratase de un Da Vinci. Silverman mandó hacer análisis de los pigmentos. Se determinó que ninguno había sido inventado tras la muerte del genio toscano.
También envió una muestra del pergamino al Instituto Federal Suizo de Tecnología, donde la datación por radiocarbono lo fechó entre 1440 y 1650 (Leonardo nació en 1452 y murió en 1519). Así que Silverman le envió en marzo de 2008 una copia digital al estudioso del artista toscano Martin Kemp. Era en pleno boom de El Código Da Vinci y este profesor emérito de Historia del Arte del Trinity College de Londres recibía docenas de 'Leonardos' que descartaba sin la más mínima duda. Pero cuando recibió la foto de la “Principessa”, quiso conocer el cuadro en persona. Había tenido una corazonada.
Con la ayuda de Pascal Cotte , investigador y fundador de Lumiere Technology en París, Kemp comenzó una investigación que ambos recogieron en el libro La Bella Principessa: The Story of the New Masterpiece by Leonardo Da Vinci. Incluyó escáneres que revelaron, por ejemplo, el trazo de una persona zurda, como lo era Leonardo. El estudio de la vestimenta y del peinado situaba el retrato en Milán a finales de siglo XV, época en la que Da Vinci se encontraba en la capital lombarda. Todos esos datos llevaron a Kemp a un nombre: Bianca Sforza, hija ilegítima del Duque de Milán que se casó siendo una preadolescente con Galeazzo Sanseverino, mecenas de Leonardo, en 1496.
Todo cuadraba. En 2009, un análisis digno de CSI con una cámara multiespectral de la empresa Lumière Technology descubrió una huella dactilar que el experto forense canadiense Peter Paul Biro describió como “muy similar” a la hallada en un San Jerónimo del pintor italiano. Para 2011, La Bella Principessa (el cuadro fue rebautizado por Kemp) ya era reconocido formalmente como un Da Vinci
Una autoría siempre polémica
Este cuadro ha sido, incluso, ejemplar para los estudiosos de Leonardo. El pasado verano, una investigación publicada por Science Direct que buscaba revelar el secreto de la sonrisa de la Mona Lisa (fenómeno visual que logra que el rostro de la Gioconda esté alegre o triste según desde qué punto se mire) tomó como referencia La Bella Principessa. En él, se afirmaba que la técnica usada para lograr este efecto también fue empleada en la obra que ahora reclama Greenhalgh.
Así, aunque muchos expertos en Leonardo han apoyado a Kemp, entre ellos Nicholas Turner, ex conservador en el Museo Getty, y Alessandro Vezzosi, director del Museo Ideale Leonardo da Vinci de Florencia, han sido también varias las voces escépticas durante este tiempo. Entre ellas la de Jacques Frank, consultor del Louvre. Las razones esgrimidas eran diversas, según narraba en 2010 el New Yorker: desde errores anatómicos hasta, como defendía Carmen Bambach, conservadora en el MET, el hecho de que es el único Leonardo conocido realizado sobre pergamino. Y, claro, su intrigante paradero durante más de cinco siglos.
Las dudas siempre estuvieron presentes: nadie olvida al Doctor Abraham Bredius, una de las mayores autoridades en grandes maestros holandeses durante los años treinta. A él le colaron como obra maestra de Vermeer un cuadro de otro 'artista falsificador', van Meegeren. Y lo cierto es que el hecho es inusual: hacía más de cien años del último hallazgo de una gran obra de Da Vinci. La diferencia entre que el autor sea el falsificador y ex convicto Shaun Greenhalgh , como ahora afirma en su autobiografía, y Da Vinci, teoría que ha defendido durante los últimos años el historiador Martin Kemp, ronda los 100 millones de euros.