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Ese borrón es un Tàpies: qué hay detrás de los cuadros censurados en televisión

Los reality show sobre la clase alta consisten en el exceso y la ostentación, y La marquesa no iba a ser menos. Lo nuevo de Netflix y Tamara Falcó, hija del Marqués de Griñón e Isabel Preysler, muestra el interior de suites presidenciales del Hotel Ritz, las bambalinas de un desfile de Carolina Herrera y fiestas de cumpleaños patrocinadas por Telva. Las marcas y los productos de lujo forman parte natural del decorado de la serie, pero hay un elemento que han decidido esconder, o mejor dicho pixelar, y ha llamado la atención de las redes sociales: un cuadro.

En un momento, Falcó asiste a una merienda organizada por su madre junto a otros amigos de la familia, como el presentador Boris Izaguirre. En el fondo, un borrón blanco de casi dos metros de alto y ancho. ¿Qué esconde a medias esa pared y por qué sale en primer plano a pesar de desdibujar toda la escena? Las teorías se han multiplicado: desde que lo hacían por seguridad, para no afilar los dientes a los ladrones de arte, hasta que podría ser una obra no declara a Hacienda que la familia querría mantener en el anonimato. La respuesta era más sencilla.

Según ha confirmado El Periódico de España, se trata de un Antoni Tàpies que lleva en Villa Meona tres décadas y lo han difuminado porque la productora del reality no pagó los derechos de difusión a la Fundación Tàpies. La primera en admitir que se trataba de un asunto de propiedad intelectual fue Tamara Falcó en una entrevista con Los 40. “Resulta que en Netflix necesitas derechos para todo y tampoco te lo puedo decir, a ver si nos lo van a robar. Me encanta ese cuadro, pero fue por el tema derechos. Hasta los bolsos necesitan derechos, que ya les tuve que decir que me dejaran en paz”, dijo la marquesa.

El pixelado de las obras de arte no es nuevo. Las reinas de esta técnica son las Kardashian, que ya provocaron ríos de tinta por desdibujar los cuadros de las paredes en su serie Keeping Up with The Kardashians. También la revista de interiorismo Architectural Digest recurre al borrado en los vídeos donde desvelan el interior de los hogares de deportistas, actores y cantantes de fama internacional. Y no hace falta irse tan lejos. En España, programas como Quién vive ahí o páginas como Idealista seleccionan ciertas obras para aplicarles este filtro. ¿A qué se debe? ¿Por qué ese Tàpies y no otros lienzos que pertenecen al linaje de Griñón?

“Las plataformas deben tener mucho cuidado porque no todas las obras pueden salir en televisión o en una película. Hay que gestionar esos derechos y muchas veces se pixela por ahorrar trabajo”, explica el historiador de arte Miguel Ángel Cajigal, alias El Barroquista. “Es un gasto y un problema menos para producción y a veces se tira por la calle de en medio”, dice antes de desvelarse que ni Komodo (la productora de La Marquesa) ni Netflix quisieron abonar la cantidad que correspondía al Tàpies (de 900 a 1.800 euros). “Se entiende que para reproducir música hay que pagar unos derechos. Pues esto es lo mismo”, se ha defendido el hijo del pintor catalán.

Aunque Preysler y su tercer marido, Miguel Boyer, comprasen el cuadro, eso no los convierte en titulares de su propiedad intelectual. “Son diferentes los derechos sobre la propiedad material del soporte que los generados por la autoría, y los pueden tener personas diferentes”, advierte Rocío Mena, abogada especializada en propiedad intelectual artística. Ella recomienda pedir la licencia correspondiente para no hacer como El Hormiguero, que han tenido que pagar una indemnización de 16.000 euros más intereses por usar el cuadro de una pintora valenciana sin permiso en un sketch.

El Barroquista reconoce que lidiar con los derechos de autor puede ser un quebradero de cabeza para las productoras. “La gente se cree que eso está en manos de las y los artistas originales de la obra. Pero no necesariamente. Puedes conseguir el permiso verbal de la persona que ha creado la obra de arte y quizá meterte en un lío si la reproduces”, cuenta el divulgador. Por eso, existen las sociedades como Vegap (Visual Entidad de Gestión de Artistas Plásticos) que tienen en su poder los derechos de 120.000 artistas, “pero no de todos”.

El borrado contra la divulgación

Las tarifas de Vegap son públicas y, en el caso de la distribución en cine y series –lo que más se asemeja al reality de Netflix–, los derechos tienen un precio de entre 901 y 3.600 euros por capítulo dependiendo de las secuencias en las que aparezca el cuadro. No cuesta lo mismo darle un uso publicitario a la obra que reproducirla para divulgar o, como el caso del Tàpies de Isabel Preysler, mostrarla de fondo en una producción que nada tiene que ver con el arte. Vegap tiene bonos para el uso de varios cuuadros que estén en su poder: “Acabas buscando obras de arte que estén en la misma entidad de gestión, lo que genera un sesgo curioso”, desvela Cajigal.

El Barroquista defiende que los precios para usar un cuadro como “ambientación de un reality” deberían ser diferentes a los de divulgadores o materiales con fines educativos, “y no siempre están bien claras las diferencias”. Por otro lado, a veces son las pinacotecas las que ponen las tarifas. “En España hay museos caros hasta para los investigadores. Si en tu tesis doctoral necesitas incluir una obra de arte, tienes que pagar cientos de euros”, compara Cajigal.

No todas las obras pueden salir en televisión o en una película, y muchas veces las productoras pixelan por ahorrarse trabajo y dinero

La normativa que lo regula es la Ley de Propiedad Intelectual 1/1996 y garantiza al autor de la obra (o al propietario) unos derechos morales y económicos, como los de reproducción y distribución mediante su venta, alquiler, préstamo o cualquier otra forma. “Estamos ante autores que tienen sus derechos y han de ser protegidos”, reclama Rocío Mena.

“Es cierto que las imágenes tienen derechos y los artistas merecen que se les reconozca su autoría y se les pague dignamente. Pero, al mismo tiempo, hay una especie de laberinto legal que provoca que se tire por la calle del medio, difuminando o usando imágenes Creative Commons [con licencias libres]”, asegura Cajigal, como ha hecho la serie de Netflix. Él mismo sufre las consecuencias de lidiar con algunos derechos de autor en la televisión, con el programa El condensador de fluzo, en sus cursos online, como el de Historia del Arte que imparte junto a la arquitecta y youtuber Ter, y en las redes sociales, donde además se suma la censura “sexual”.

“Para la divulgación artística, es un poco puñetero. Siguen existiendo un montón de imágenes sobre las que no hay conocimiento, ni siquiera están colgadas en Internet”, advierte. Pone de ejemplo a mujeres artistas recientes –del último siglo y medio– y cuyas obras están sujetas a derechos como Frida Khalo, Remedios Varo, Dorotea Tanning, Leonora Carrington o Ángeles Santos. “Encontramos fantásticas imágenes de Rembrandt, Velázquez o Goya, cuyos derechos ya han expirado pero no de ellas, lo que curiosamente impacta contra la divulgación de su arte”, se lamenta. Con todo este debate, asegura, “se corre peligro de limitar el conocimiento artístico”.

El curador de arte y divulgador australiano Oliver Watts quedó horrorizado al descubrir la cantidad de obras que pixelaban las Kardashian en su reality. “Estamos relegando el arte para los muy conocedores o los superricos”, afirmó en una charla en 2016. “El arte está desapareciendo de la vida cotidiana y la televisión tiene un papel que desempeñar”, dice. Cajigal coincide en que el borrado de las obras en televisión puede ser nocivo si se convierte en un lenguaje que la gente identifica y que no hay que justificar.

Pixelar con el fin de no pagar puede suponer un perjuicio al autor, a sus legítimos intereses y a su reputación

Es más, Mena advierte de que la decisión de ocultar la obra tras un borrón o un pixel “con el fin de no pagar, puede suponer un perjuicio al autor y a sus legítimos intereses, y un menoscabo a su reputación”. Por otro lado, coincide totalmente en las consecuencias que puede tener para la divulgación artística si las productoras deciden evitar por sistema la cuestión económica.

El equipo de La marquesa podría haber optado por grabar otra estancia que no emborronase la mitad de la imagen, pero no. Parece una forma de mostrar al público que tienen algo demasiado valioso como para destaparlo del todo. “Igual que se consolidó la barra negra en los ojos o el pixelado de los rostros, la difuminación se puede acabar convirtiendo en un símbolo de estatus”, opina el historiador. Aunque eso también tiene sus riesgos.

Las otras teorías: robos y fraudes a Hacienda

Como Tamara Falcó expresó en su entrevista con Los 40, los poseedores de valiosas piezas temen ser el blanco de cacos especializados. No sería extraño. Ocurrió con el mayor robo de arte contemporáneo de la historia: cinco piezas de Francis Bacon sustraídas de la casa de su amante, José Capelo, en 2015. ¿La razón? Un conocido de Capelo desveló en un artículo la existencia de ese lote millonario en una de las residencias señoriales más seguras de Madrid.

“La gente con grandes colecciones de arte en casa intenta evitar robos disimulando sobre que los tienen”, explica El Barroquista. “Hay que tener en cuenta que las colecciones privadas no cuentan con grandes medidas de seguridad. No son un museo”, distingue. Se necesitan alarmas y cámaras, razón por la cual muchos acaban donando sus obras mediante figuras jurídicas que les permiten dejarlas en depósito o comodato en una pinacoteca. “Así te ahorras disgustos”, resume el divulgador.

La gente con grandes colecciones de arte en casa intenta evitar robos disimulando sobre que los tienen

La última y menos probable de las teorías es que las obras que vayan a mostrarse en la televisión o en plataformas no hayan sido declaradas a Hacienda o al Estado. En ese caso, pixelar sería un remiendo poco fino. Pero la fiscalidad de las obras de arte no es un problema menor en España y algunos de los protagonistas han copado titulares en los últimos tiempos, como el famoso Goya de Esperanza Aguirre o el Picasso de Jaime Botín.

La Ley del Patrimonio Histórico Español obliga a los propietarios a pagar un Impuesto sobre el Patrimonio y a las administraciones a proteger como bienes de interés cultural aquellas piezas que lo merezcan, como estos cuadros. Una obra de arte listada como BIC no paga, en teoría, más impuestos con su venta, sino que la ley obliga a los vendedores a comunicar al Ministerio de Cultura cada compraventa al detalle, siendo su valor real transparente para el Estado, con todo lo que eso implica a la hora de comprarlo o venderlo.

Algunos los esconden a sabiendas, pero no es el caso del Antoni Tàpies de Isabel Preysler, datado en los años 60, que lleva apareciendo años en las revistas del corazón y que, según el hijo del pintor, está registrado. El problema del cuadro y de normalizar el borrado en televisión, es que el arte (privado o no) acabe únicamente expuesto a los ojos de la élite.