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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Campo ancho y luces largas para el olvidado arte de la postguerra española

Campo Cerrado es una novela publicada en 1943 por el escritor exilado Max Aub, una de las bestias negras del franquismo victorioso, como parte de su políptico El laberinto mágico. Y Campo Cerrado es una exposición en el Reina Sofía de Madrid subtitulada Arte y poder en la posguerra española 1939-1953. En condiciones normales esta sería firme candidata a Gran Exposición Institucional del Año. Lástima que la competencia en visitantes del Reina, El Prado, tenga a La Tour y a finales de Mayo, el Bosco. Aun así, Campo Cerrado hará podio.

El periodo que incluye es el del aislamiento internacional de España que va desde el final de la Guerra Civil hasta los acuerdos de las bases militares con EEUU y el Concordato con el Vaticano. Un periodo donde se produjo cultura en unas condiciones materiales y políticas tan especiales como los mismos tiempos. Durante esos catorce años el régimen pasó de lo filofascista a presentarse como esa reserva espiritual de Occidente, nacionalcatólica y radicalmente anticomunista, que condujo a esos tratados y a la admisión en la ONU en 1955.

No es sencillo analizar una producción cultural, aquí sobre todo artística y arquitectónica, que quedó arrumbada en el olvido más total y vergonzante durante los últimos años de la dictadura y posteriormente por un desprecio genérico hacia cualquier cosa nacida en aquellos años bajo el sencillo expediente de que todo era fascista. Aunque se desconociera.

Abordar el tema y el periodo con cierta ecuanimidad requería en primer lugar una investigación a fondo. Una investigación que se ha llevado tres años de trabajo a cargo de la comisaria María Dolores Jiménez-Blanco (que ya se lo sabía bien) con un equipo basado en gran medida en trabajadores del museo. Es decir, aquí no hablamos de tesis curatoriales más o menos brillantes e intencionadas, no hay grandes relecturas de lo que no ha sido aún leído. Esto es historia del arte, en cierta forma casi arqueología.

Una historia bien contada que recuerda habitualmente las condiciones de la época más allá de lo cultural en lo político, económico, social o religioso, pero sin que esos hechos, ya muy bien estudiados en su propio contexto, constituyan el motivo central. En realidad este planteamiento y la investigación realizada permiten que los apartados de Campo Cerrado puedan ser el germen de futuras exposiciones de lo más interesante.

De La Nueva Era al Postismo

La primera parte de Campo cerrado se llama Nueva era, justo el final de la guerra civil, en una sociedad malherida y un ambiente aún militarista al que contribuían los uniformes y las actitudes de los falangistas. Pero, como señala Ángel Llorente en el catálogo, a diferencia de los totalitarismos nazi o fascista (y estalinista), el régimen apenas utilizó el arte como mecanismo de dominación. Ni tampoco desarrolló un imaginario muy preciso, más allá de referencias a los clásicos del siglo de Oro con algunas incursiones de la modernidad fascista italiana.

De hecho, alguien tan significativo en esa época como Pancho Cossio, retratista de los líderes de la Falange, no tenía mucho de académico. Y claro, está el famoso o infame (para los surrealistas) El enigma de Hitler (1939) de Dalí, que más bien parece el enigma de dónde se situaba Dalí. En este apartado, como en todos, el catálogo reproduce textos relevantes que ayudan a entender el contexto ideológico-formal, drama del exilio incluido, en que se producía todo esto.

La segunda es Retornos y Academias. Su nombre lo dice casi todo. Artistas que regresan a los pocos años, igual que los cuadros depositados en el extranjero vuelven al Museo del Prado. Se da un intento de normalización de orden clasicista vía Ignacio Zuloaga, por ejemplo. Pero es también cuando nace la Academia Breve de Crítica de Arte de aquel peculiar intelectual falangista que fue Eugenio D´Ors, y que mantendría dentro del régimen alguna vocación de modernidad. Ya en 1949 un joven Tàpies podía exponer en su Salón de los Once Parafaragamus, según parece una visión onírica de una checa en Barcelona. Es también la época en que nacen tanto la españolada como la recuperación de un folklore en gran medida tan falso como la reconstrucción del Castillo de la Mota, donde se alojó la organización impulsora de ese nuevo folklorismo, la Sección Femenina.

En la cruda realidad del autoabastecimiento, el franquismo tendió a idealizar el campo, por lo general el castellano del Cid o Don Quijote. Es lo que se muestra en Campo y Ciudad. Películas de anchos horizontes, primeras muestras de pintores luego importantes como Guinovart, Benjamín Palencia, José Guerrero… Y un esfuerzo continuado en reconstrucciones de pueblos y nuevas colonizaciones con un sentido vagamente modernizante que señalaba el luminoso camino hacia un nuevo agro. Pura ilusión cuando el vaciamiento del campo hacia la ciudad ya había comenzado en España unas décadas antes.

En la ciudad la realidad no admitía tanto optimismo. En las ciudades estaban los suburbios y las cárceles, como recuerda Juan Manuel Diaz Caneja en Iban a comunicar de 1948. O los dibujos carcelarios de Manaut Viglietti o José Robledano. Es la gran época de fotógrafos como Santos Yubero u Otto Lloyd que muestran una cotidianeidad algo desolada. Hay algo que llama mucho la atención y es la existencia tan temprana de una publicación clandestina como Pueblo Cautivo (1946) de Eugenio de Nora con dibujos del luego muy conocido y entonces represaliado Álvaro Delgado.

Luego hay una sala dedicada a La irrupción de lo irracional. El postimo. El postismo fue un intento más literario que plástico de retomar en clave española aquellas vanguardias. Es interesante porque se relaciona con otros intentos de renovación del arte español que pasaba, como se ve más adelante en Primitivo, mágico, oscuro, por ideas como la del alemán Mathias Goeritz sobre crear una Escuela de Altamira. Algo así como “para primitivismo el nuestro, no las máscaras africanas de Picasso”. Muy voluntarísta y bastante superficial. Mientras, en Barcelona se creaba ya el Dau al Set en 1948 con Brossa, Ponç Tàpies, Cuixart, Tharrats o Cirlot. Con ello y tan pronto como esa fecha, Cataluña comenzaba una trayectoria artística bastante separada del resto de España.

El llamado Intervalo teatral es justamente eso, un reflejo de cómo las artes plásticas, incluido el figurinismo, permitían salidas del tono cutre general o un recuerdo sobre el valor potencialmente transgresor y resistente de la fiesta.

Los muchos Valles de los Caídos que no llegaron a construirse

Hay un amplio espacio dedicado a los Exilios, un hecho presente en casi todas las salas pero que tampoco se impone como un ideal ausente. En el exilio vivían grandes voces que iban desde Miguel de Molina a Josep Renau pasando por Alberto Sánchez, Falla, Remedios Varo, Maruja Mallo, Eugenio Granell y tantos otros. Con Picasso como referente clarísimo. Aquí se entiende el exilio como lo que era, algo progresivamente desconectado de un interior donde se producía una cultura llena de obstáculos, trampas y ambigüedades. Pero en realidad más significativa y relacionada con la cruda realidad.

Como se ve, casi todos estos apartados darían para una exposición específica y casi más el de Arquitectura, un terreno donde el primer franquismo, quizá obligado por las urgencias de la reconstrucción, produjo iniciativas edilicias y urbanísticas de lo más interesante. En edificios oficiales o dentro de la arquitectura y la escultura religiosas, como Fisac, Sáenz de Oiza, de la Hoz, Chillida, Oteiza… Más alguna muestra de lo que pueden llamarse arquitecturas utópicas del franquismo, los muchos Valles de los Caídos o Arcos de la Victoria que no llegaron a construirse. La mayor parte de las veces por disparatados.

Y finalizando una exposición que no se ve en unos minutos, la Apropiación oficial de lo moderno, donde ya encontramos a pintores mencionados anteriormente y a otros como Saura, Millares, Palazuelo, Rivera… El principio de informalismo que tenía mucho de formalista y que, como se dice en los textos, fue muy hábilmente desactivado por el franquismo, acentuando su carácter espiritual y, en el fondo, muy español.

Campo Cerrado es todo esto y también un ciclo de películas llamado Vida en sombras. El cine español en el laberinto. Fascinante porque daba igual la fidelidad al régimen de los directores, todos tuvieron que sufrir una censura delirante, unas veces en lo político, otras en lo religioso otras referente a las buenas costumbres y la decencia. Navegar por ese mar como hicieron Edgar Neville y otros no debía ser nada sencillo.

Además de ello hay conferencias, una serie de cápsulas radiofónicas en Radio Reina Sofia que añaden el aspecto sonoro y un catálogo con muchos artículos cortos que rehúyen lo muy polémico o lo doctrinal y se centran en lo historiográfico. Además de una multitud de textos contemporáneos que hablan por sí mismos.

Campo cerrado es en realidad un ancho campo. Que solo se ha comenzado a explorar.