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Un Carlos II demasiado infantil y un Goya con sorpresa: lo que revelan los rayos X en algunas obras maestras del Prado

La obra 'Carlos II con armadura', de Carreño de Miranda con y sin rayos X

Francesc Miró

8 de julio de 2020 19:02 h

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Cuando se pasea por un museo es normal pensar que lo que vemos, esas obras de arte que cuelgan de la pared, fue siempre tal y como lo vemos. Que cada detalle de Las Meninas está en su sitio, tal como lo descubrió anonadado Felipe IV, que intentaba desentrañar la perspectiva que le reflejaba a él y a Mariana de Austria en un espejo. Pero muchas obras suelen tener una historia que la pintura calla. Que pasa desapercibida a nuestros ojos, pero que no se le escapa a una radiografía en rayos X.

El Museo Nacional del Prado, en conmemoración del fallecimiento de Marie Curie, se ha propuesto compartir una selección de obras que, a través de los rayos X, cuentan mucho más de lo aparente. Desde que en el año 1975 el Prado adquiriese su propio equipo para poner en marcha una instalación radiactiva, la radiografía se ha convertido en una herramienta imprescindible para sus profesionales, conservadores e investigadores. Una herramienta reveladora que resulta clave en la restauración de obras complejas o en la ubicación en el tiempo y el lugar de pinturas anónimas.

“Es una herramienta única: igual que cuando te haces una radiografía médica ves lo que no puedes ver por fuera, aquí vemos lo que no se ve a simple vista”, cuenta a elDiario.es Laura Alba Carcelén, Técnico Superior de Museos y Responsable de la instalación radioactiva del Museo del Prado. “Los rayos X permiten el conocimiento profundo de la pieza y la técnica. Nos permiten conocer cómo son las capas de preparación, ver cómo se ha pintado y cuál era el proceso creativo del artista... si se ha modificado o no un lienzo, si se ha repintado algun detalle… ¡hasta si está pintado encima de la obra de otro pintor!”. Esto último, más común de lo esperado, como veremos. Seleccionamos unas cuantas obras maestras cuyo paso por los rayos X ha desvelado pinturas anteriores, el proceso de creación de complejísimas estructuras y hasta que no se trataba de una pintura, sino de dos.

El Descendimiento, de Rogier van der Weyden

El Descendimiento de Rogier van der Weyden fue la primera obra radiografiada en la instalación del Museo del Prado, y es una de las más complejas y fascinantes de la pinacoteca. No en vano, cautivó a María de Hungría, que se la reclamó al gremio de ballesteros de Lovaina (Bélgica) cuando acudió a la región como gobernadora a Flandes. Allí le dijeron que se la cedían si les fabricaba una copia de la mano de su mejor pintor, que por aquel entonces era Michel Coxcie, conocido como el Rafael de los Países Bajos.

María de Hungría accedió y puso a trabajar a Coxcie, además de regalarles a los fabricantes de ballestas un órgano y cien florines como agradecimiento. Solo para que, cuando ya estuviese en su castillo, la pintura hipnotizase también a Felipe II, su sobrino, para quien mandó realizar otra copia de la mano de Coxcie.

“La radiografía de esta obra, que tiene nada menos que 600 años, es tan imponente como reveladora”, cuenta Alba Carcelén. “Es una obra pintada sobre tabla cuya estructura interna de once tablas verticales solo podemos ver en una radiografía. También así hemos podido saber que están unidas con espigas de madera, que son como los tacos de Ikea, por así decirlo, y están dispuestos longitudinales y transversales a lo que es la junta de unión”, explica la Responsable de la instalación radioactiva del Museo del Prado.

“Gracias a esto averiguamos si las espigas eran originales y conocimos la estructura del soporte”. Además, “pudimos comprobar su buen estado de conservación: ¿Te imaginas algun mueble de madera que a los seiscientos años esté perfecto? Esta pintura se conserva así porque ya fue concebida en su momento como una obra de la mejor calidad. Y conocer su estructura fue imprescindible para su restauración”.

Carlos II con armadura, de Carreño de Miranda

Las pinturas también se actualizan, especialmente las que estaban pensadas para honrar la gloria de un monarca o decorar una casa real: si la ‘gloria’ del representado aumentaba, era menester retratar de nuevo su poder. Y aunque lo obvio era pintar un cuadro nuevo, a veces no se hacía así. 

“Esta radiografía es muy curiosa porque descubrimos que la obra que veíamos era una actualización de otra precedente”, cuenta Laura Alba Carcelén, “solo que en vez de coger otro lienzo y pintar de nuevo al rey se decidió repintar la imagen con la antigua debajo”.  Es más, “todo parece indicar, y el conservador del Prado está de acuerdo, que el objetivo del cuadro era aportar una imagen más adulta del monarca”. Por eso en la imagen radiografiada se puede ver a un Carlos II de complexión y rostro más aniñados. 

“Se añadió un paño en la parte superior, que en la radiografía se ve de un tono distinto. Es un paño cosido encima con el que la pintura gana algo de fondo para hacer Carlos II más alto. La estancia seguía siendo la misma, el salón de los espejos del Alcázar de Madrid, pero la figura resultaba más imponente porque se quería transmitir una imagen de monarca adulto que ya se podía hacer cargo del Reino de España”. 

La Técnico Superior de Museos sostiene que esto era mucho más común de lo que podríamos pensar. “Hay muchos cuadros del Prado que están modificados porque su función fue mutando, como un edificio que se amplía o se remodela. Y los rayos X nos permiten ver en qué consisten las mutaciones, ayudando al trabajo de restauradores, conservadores e investigador”.

La magdalena penitente, de Pedro de Mena

Los rayos X, por supuesto, no se utilizan solamente sobre obras pictóricas: esculturas, piezas de artes decorativas y otras muchas obras de carácter diverso, se benefician de lo que se puede ver mediante una radiografía. Es el caso de La Magdalena penitente, una pieza magnífica de Pedro de Mena que, no obstante, no está en el Prado sino en el Museo de Escultura de Valladolid. 

“Lo que nos contaba la radiografía era el proceso artístico y el estado de conservación. Lo primero que podemos ver es el despiece: de Mena no cogió un bloque de madera entero y empezó a tallar de arriba abajo, con el resultado que vemos. ¡Eso sería una locura!”, bromea la Responsable de la instalación radioactiva del Prado. “Lo que hizo fue ir uniendo piezas que podemos apreciar en la radiografía. Ahí vimos dónde estaban ubicados los clavos de forja, y cuáles eran o no originales”, explica. Gracias a esto, los clavos que estaban en mal estado de conservación se podían restaurar adecuadamente sin perjudicar la pieza.  

“También vimos cómo estaba policromada: en algunas partes más delicadas ponían partes de tela y añadían yeso por encima para que las juntas de madera, si se movían, no perjudicasen el color”. 

“Además descubrimos cómo hizo la cabeza: necesitó ‘partir’ el cráneo de Magdalena para añadirle los ojos, que son unos orbes de cristal colocados desde dentro. Es decir que una vez se cierra la cabeza por detrás, ya no tienes acceso a ellos. Por suerte,  hemos comprobado que están en buen estado”. 

En esculturas, especialmente las realizadas en tallas de madera como la que nos ocupa, los rayos X también sirven para el tratamiento de xilófagos: los insectos que devoran la madera por dentro, construyen galerías que se pueden ver en una radiografía, para luego tratar con sumo cuidado.

Cazador cargando su escopeta, de Goya (¡y de Téllez!)

Cazador cargando su escopeta es una obra muy particular. Se creía que era un cartón para tapiz del primer encargo que recibió Goya para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, que sería destinado al comedor de los príncipes en El Escorial. Y así fue, al menos, hasta que lo observaron mediante rayos X. 

“Es un caso que aún tiene al personal del museo bastante impresionado”, confiesa Alba Carcelén, “porque resulta que no es una obra sino dos”. Según cuenta la Técnico, estas obras se unieron en una restauración “pero la pintura corresponde a dos escenas distintas: una de Goya y otra de Matías Téllez. Son diferentes hasta el punto de que hay figuras con disposiciones opuestas. En la de Matías Téllez había una loba que había metido la pata en un cepo y estaba aullando. Al unir ambas escenas y convertirla en esa pacífica escena que vemos hubo que repintar el fondo y borrar a la loba”. 

Hoy se sabe que Téllez pintó este cartón en 1773, también para un tapiz que estaba destinado al dormitorio de los príncipes en el mismo Monasterio de El Escorial. Así, en el lado izquierdo de la imagen de la pintura podemos ver la maleza y los árboles que pintó Téllez, aunque el animal haya desaparecido. 

Por su parte, el perro que había en el cartón de la de Goya se recortó y se desplazó hasta el centro de la imagen para unir las dos obras. “Ahora la de Téllez está en restauración y la de Goya se puede ver expuesta. Gracias a la radiografía vimos que eran dos cartones que se daban por desaparecidos y que estaban ahí, delante de nuestro ojos. Solo que no podíamos verlos”.

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