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El centenario del surrealismo deja en segundo plano a sus representantes españolas

'Canto de las espigas' (1939) de Maruja Mallo

Caio Ruvenal

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La revista de arte Estampa publicó en 1934 un especial sobre mujeres artistas españolas. El texto rescató, entre otras, a la pintora Maruja Mallo. La gallega vivía un momento de popularidad; André Breton le compró en 1932 su obra Espantapájaros, a la que llamó “una de las grandes obras del surrealismo”, en la época más internacional del movimiento. Solo otra artista española recibió los mismos elogios del poeta y fundador de la corriente: Remedios Varo, a quien llamó “la hechicera del surrealismo”. Sin embargo, cuando se celebra el centenario del manifiesto firmado en 1924, su obra, como la de Ángeles Santos, otra con rasgos oníricos, escasea en las exposiciones conmemorativas, como la recién inaugurada en el parisino Centre Pompidou, reducida a cuatro piezas.

“Como ocurre con muchas artistas mujeres, las exposiciones monográficas que se han celebrado hasta la fecha no han traspasado el ámbito local. En el caso de Mallo, en Galicia, y en el de Santos, en Valladolid. Lo de Varo resulta bastante llamativo. Su obra es considerada patrimonio nacional en México, y se han organizado muestras monográficas tanto en ese país como en otros lugares, lo que demuestra el interés internacional que despierta su obra, pero la última exposición individual que reunió obras suyas en España fue a principios de los noventa, en el museo de Teruel. Merecen reconocimientos más ambiciosos que los llevados a cabo hasta ahora”, resalta la historiadora del arte y fundadora de la plataforma de enseñanza especializada en mujeres en el arte La casa de Remedios, Montaña Hurtado.

Mallo, Varo y Santos fueron incluidas en la muestra de 2018 Somos plenamente libres. Las mujeres artistas y el surrealismo en el Museo Picasso de Málaga. Su conexión con el surrealismo tiene que ver con su vocación mística, imaginativa y mágica, más que con su relación con los postulados y el círculo de Breton. Sin embargo, Mallo y Varo fueron cercanas a sus representantes: la primera era amiga de Salvador Dalí y Luis Buñuel, y la segunda fue pareja del poeta Benjamin Péret. Por lo que sufrieron el mismo mal que atraviesa a las surrealistas: ser más conocidas por ser las musas o amigas de los miembros masculinos. Mientras que a Santos la ponían en el mapa los comentarios que hacía sobre su obra el amigo de su hermano Rafael, Ramón Gómez de la Serna.

Castigadas por el exilio y la salud

“Las mujeres eran una especie de satélite alrededor del planeta Breton. Trabajaban a su manera y no tenían esa implicación programática de los hombres. Algunas de ellas eran sus parejas. Fue un movimiento muy autoritario, en el que la masculinidad era lo más preponderante. A Lee Miller se la conoce más por ser la pareja de Man Ray que por la excelente fotógrafa que es”, explica Rosario Peiró, jefa de Colecciones del Museo Reina Sofía, que alberga varias piezas de estas artistas. El exilio contribuyó a la pérdida de su huella en territorio español. Mallo vivió 25 años en Buenos Aires, donde desarrolló gran parte de su obra antes de regresar a la península, donde sería reconocida con la Medalla de Oro de Bellas Artes, 13 años antes de su muerte, en 1995.

El caso de Varo, de padre andaluz y madre vasca, fue más extremo. Se refugió primero en París en 1937, pero después de estallar la Segunda Guerra Mundial se marchó a México en 1941, donde se quedaría hasta su muerte en 1963. Es considerada un símbolo en el país azteca, pero a España no volvería nunca más, incluso se quedó con su pasaporte de la Segunda República. “Ángeles Santos fue la única que permaneció en España después de la Guerra Civil y, evidentemente, esas nuevas circunstancias fueron determinantes. No solo podrían haber tenido influencia en el giro en su forma de trabajar, sino que, durante la dictadura, las mujeres se volvieron invisibles”, argumenta Juncal Caballero, profesora de Estética y Teoría de las Artes de la Universitat Jaume I.

El exilio no afectó directamente a Santos, pero sí obligó a que su esposo, Emilio Grau, buscara asilo en París. La artista fue internada por su padre en un psiquiátrico, una experiencia que la dejó tocada, y pasó varios años sin pintar. Cambió su estilo de figuras y universos inquietantes —más visible en Un mundo (1929), cuadro en el que representa a una Tierra cuadrada vigilada por entidades divinas— por uno más académico, con temática de bodegones y paisajes. “No se puede decir que haya sido olvidada, porque de Ángeles escribió gente muy importante, pero es cierto que, junto a Varo y Mallo, se vieron como excepciones, como puntos sobre las líneas fundamentales, y como tal no se les dedicó la atención que se les dedica ahora”, dice Peiró.

Un surrealismo femenino

El trabajo en los márgenes del movimiento caracterizó a las surrealistas españolas e internacionales, desde América a Europa. Las dos versiones del manifiesto y otros textos en los que se propugnaban sus formas de acción y pensamiento no tienen mujeres entre los firmantes. “Se dice que el surrealismo perseguía la libertad individual, pero siempre la de los hombres. Es cierto que, con el tiempo, teniendo en cuenta que fue un movimiento largo, hubo una mayor apertura. Sin embargo, para los surrealistas las mujeres eran musas y objetos más que creadoras”, refiere Hurtado. Ese sesgo en el legado de la corriente se evidenció en la primera gran exposición retrospectiva, Dada, surrealismo y su herencia, celebrada en 1968 en el MoMA, que no incluía pintoras.

Otra muestra ambiciosa sobre la corriente fue La revolución surrealista, desarrollada en el Pompidou en 2002. Apenas participaron tres mujeres. En esta nueva exhibición del centro parisino, Surréalisme, abierta hasta el 13 de enero de 2025, se ha intentado equilibrar la balanza y cerca del 40% de los expositores son de sexo femenino. Están presentes cuatro obras de Varo, tres lienzos y un gouache, todas ellas con sus preocupaciones de siempre: tarot, cocina, matemáticas, arquitectura y geometría. Mientras que la única pieza de Mallo que forma parte de la exposición es Cubierta de alga (1945), un autorretrato fotográfico intervenido de la artista, cubierta con un manto de algas en una playa de Chile, fiel a su espíritu atrevido y burlesco.

“Durante mucho tiempo se veía a Mallo más como un personaje excéntrico que como una gran artista”, apunta Hurtado. Además de las españolas, hay trabajos de grandes nombres de surrealistas que se han recuperado a lo largo de los años: Dorothea Tanning, Dora Maar, Eileen Agar, Claude Cahun, Leonora Carrington, Leonor Fini, Jacqueline Lamba o Meret Oppenheim, por mencionar algunas. Todas ellas imbuidas por la misma tendencia que caracterizó a las mujeres del movimiento: evidenciar un complejo y enigmático mundo interno.

A diferencia de sus compañeros, que usaban juegos y técnicas como la escritura automática o los trances inducidos para abrir el subconsciente, ellas se sumergieron en el inconsciente como medio de autoconocimiento y con un sentido más introspectivo que lúdico. “En cierta manera es porque retratan el tema que más conocen, que son ellas mismas. Si te fijas en la pintura de Varo, acaba siendo un retrato de manera andrógina o femenina, con su propio rostro, el color pelirrojo de su cabello. No es totalmente una introspección, pero acaban colocando en un primer plano a las mujeres. La obra de Santos también está repleta de mujeres en ambientes tétricos”, reflexiona Caballero. Mallo también explora su ser, pero desde lo costumbrista, con mundos superpuestos y coloridos que recuerdan a verbenas, el carnaval y las ferias.

Rechazaron los rígidos postulados y normas de Breton, pero el surrealismo fue la vanguardia que más mujeres atrajo. Se vieron atraídas por la ventana que se abría para explorar y expresar su subjetividad, confrontar los roles de género con identidades híbridas o no normativas, poder exorcizar sus demonios.  

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