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Concha Jerez, artista y ciudadana

Hay algunos artistas a quienes su misma obra, su trayectoria, parecen situar en una galaxia diferente a la de los premios, homenajes y demás fastos sociales. Por eso sorprendió en su día lo de Esther Ferrer, lo de Isidoro Valcárcel Medina o lo de Nacho Criado. No porque no merecieran el reconocimiento, sino porque nunca habían movido un pié para acercarse a los climas cálidos de lo establecido. Y ahora le han dado el Premio Nacional de Artes Plásticas a Concha Jerez. Concha Jerez ((Las Palmas de Gran Canaria, 1941) seguramente no es un nombre familiar. Aunque pensándolo bien, su actividad docente en Bellas Artes de Salamanca, sus exposiciones en toda España y buena parte de Europa y América o sus muy definidas posturas político-asociativas, seguramente la convierten en un secreto ampliamente compartido. Muy de primera mano, más que mediado en prime time.

Jerez tiene una trayectoria intensa y poco habitual. Digámoslo de entrada, es una de las grandes pioneras de la instalación intermedia en nuestro país. Con una insistencia en investigar las posibilidades de las nuevas tecnologías que la convierten en prácticamente única. Para empezar, Jerez no empezó estudiando BBAA, sino Ciencias Políticas. Era una época, aquella de los segundos 60 en la Universidad de Madrid, donde la agitación cultural e intelectual corría paralela a la política. Aunque ya entonces una parte de la progresía genérica mostraba su escepticismo ante cualquier veleidad experimental, se montaron el Centro de Cálculo, génesis de cualquier arte digital en España; los laboratorios y conciertos de Alea que montaba Luis de Pablo, los primeros Festivales Internacionales de Teatro, focos de acción y discusión como Zaj... Se viajaba, se recibía. Era complicado pero estimulante.

Concha Jerez aprovechó para hacer también la carrera de piano. Y sin embargo, en 1970 decide dedicarse a las artes visuales a tiempo completo. Parece raro, no lo es. Porque en realidad, la enseñanza que entonces se impartía en Bellas Artes, no servía literalmente de nada para hacer lo que se proponía. Su trabajo, que arranca con una primera exposición en 1973 va ramificándose de manera progresiva.

En 1976 llega la primera gran instalación, Autocensura, restringida todavía a un material como es el papel impreso. Luego irá utilizando todo tipo de materiales en un ejercicio de samplig artístico de una coherencia y agilidad bastante infrecuentes.

En los 80 llegarían las performances, cabe preguntarse si por la inclusión de la música o por insatisfacción ante lo escaso del panorama. Casi más importante es la misma música y el sonido, obras realizadas en gran medida junto a José Iges y que, en realidad, abrían las puertas al uso de todo tipo de nuevas posibilidades tecnológicas, sean un sencillo video, instalaciones interactivas, fotografías, trabajos para la Red, instalaciones puramente sonoras... La biografía en este caso no puede ser un escueto pintó cuadros.

Esto puede traer consigo cierta dificultad para su clasificación. Lo cual seguirá sucediendo tras la concesión del Premio Nacional. No es clasificable porque ella misma no se clasifica. Jerez sabe que decir arte intermedia tenía pleno sentido hace unas décadas, hoy es una forma trabajar normal en cualquier artista menor de 40 años. Una posibilidad entre otras. No es un género, no es un estilo, se trata de una actitud abierta en la que volcar ideas que buscan su propia forma de voz, su imagen. Y, como sucede con tanto arte llamado conceptual, pueden resultar conmovedoras.

El texto encontrado, en una calle o en un poemario es una constante. Y el texto breve, penetrante, es algo muy de nuestro tiempo. Cuando alguien trabaja de esta manera con lo que le circunda, no es raro que tenga una serie de principios ideológicos bastante precisos y, recordemos, Concha Jerez es una licenciada en Políticas. El feminismo y una postura genéricamente de izquierdas están muy presentes en su trabajo, pero también fuera de él. Concha Jerez ha sido organizadora, co-organizadora o militante de base en todo tipo de asociaciones de mujeres y artistas que hayan tenido alguna significación.

Si a ello se unen casi 20 años de docencia del arte, es fácil entender que su influencia es amplia. El Premio Nacional trae aparejado normalmente una exposición en Reina Sofía (donde curiosidades de la vida, Concha Jerez no ha expuesto) y un premio en metálico, reducido ahora a 30.000€. El ministerio ahorrando en el chocolate del loro. Da igual, lo importante es que este tipo de cosas constituyen una buena excusa para hablar de una gran artista y una gran ciudadana.