Regine Debatty era casi la chica del tiempo cuando se golpeó en la cabeza con el famoso Smart Mobs de Howard Rheingold y lanzó We Make Money Not Art. Era marzo de 2003 y rápidamente se convirtió en referencia. Al principio se llamaba Near Near Future, la etiqueta del futurismo especulativo pero inmediato que ha definido su línea editorial.
Desde entonces ha cubierto festivales, publicaciones, ha entrevistado artistas, grafiteros, programadores, diseñadores gráficos, ha fotografiado talleres, ha jugado a videojuegos y ha documentado un mundo que cambiaba a gran velocidad con la perseverancia de una académica y el entusiasmo de una groupie.
En los últimos años, su incansable cobertura de la revolución digital se ha enriquecido con ponencias donde conecta obras de distinto pelaje bajo un hijo narrativo común. En Resonate presentó Fracking Futures, una constelación de prácticas oscuras y lugares subterráneos que incluyen residuos nucleares, minería, bases de datos enterradas en minas de sal y, evidentemente, fracking.
Si parece un contexto poco habitual en el arte, el objetivo es el mismo que el más popular de la vigilancia: recrear, imaginar o visibilizar prácticas comerciales que modifican el contrato social, en este caso en forma de catástrofe medioambiental.
HeHe: miniaturas del fin del mundo
Por ejemplo, Fracking Futures Fracking Futureses el nombre de un proyecto de HeHe, el brillante estudio parisino de Helen Evans & Heiko Hansen. Se trata de un modelo a escala de facturación hidráulica para la extracción de gas de lutita mediante la inyección de vapor o polímeros, con los sonidos, incendios y explosiones que produce el metano cuando se filtra. Un espectáculo al que pocos tienen acceso pero con un gran impacto en la vida de todos.
En otro proyecto, Is there a horizon in the Deep Water?, HeHe reconstruyó la explosión de la plataforma petrolífera Deepwater Horizon en el Golfo de Mexico en una piscina abierta. En la misma línea, Fleur de Lys es un modelo en miniatura de un desastre nuclear, donde cada hora sale una nube en forma de hongo contenida en un tanque de agua.
Cuatro formas de documentar una mina
La fórmula documental también ofrece vías interesantes. The Unknown Fields Division es “un estudio nómada que hace expediciones anuales a los confines de la tierra para explorar paisajes irreales, terrenos alienígenas y ecologías obsoletas”. En realidad hace un videoperiodismo aumentado, y uno de los espacios elegidos fueron las minas de Madagascar, donde uno de los países más pobres del mundo bucea en la tierra en busca de zafiros.
Más filosófico rozando la alquimia, el británico Martin Howse visita y documenta minas agotadas para mapear su psicogeografía, despertar sus espíritus en talleres electromagnéticos o crear energía de sus minerales descartados. Otra opción, más limpia y recogida, es buscar tungsteno, tantalio y otros nuevos elementos preciosos de la era de las telecomunicaciones en i-Mine, el videojuego de Baruch Gottlieb, Horacio González Diéguez y Cocomoya.
Otra estrategia clásica es convertir el horror en algo que no se puede dejar de mirar, como las bellísimas fotografías aéreas de Kacper Kowalski o algo que no puedes dejar de leer, como la Subterranea Britanica, un archivo de ingenierías subterráneas, de minas a refugios pasando por los túneles del ferrocarril. O la intersección entre ambos, como el Depósito donde el fotógrafo suizo Yann Mingard documenta la acumulación obsesiva de datos en todas sus formas.
La verdad no está ahí fuera sino aquí abajo. Solo hay que cavar.