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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Pessoa, la vanguardia portuguesa y el crimen intelectual que España debe reparar

Fernando Pessoa (1888-1935), desdoblado en docenas de álter egos y que no publicó más que un libro en vida, aunque sí bastantes artículos, es sin duda la figura intelectual más destacada del Portugal de principios del siglo XX. La exposición abierta hace poco en el Reina Sofía (hasta el 7 de Mayo) recibe el nombre de Todo arte es una forma de literatura, frase que se las trae y responde a una expresión del mismo Pessoa.

La exposición va, en resumidas cuentas, de las peripecias de la vanguardia portuguesa, tanto en lo pictórico como en lo literario. Solo esto ya es valioso, porque el desinterés histórico de los españoles (excepto los gallegos) hacia Portugal y su cultura es casi un crimen intelectual que deberíamos reparar.

Centrado el tema y comenzando por el principio, vamos al rotundo título de la exposición. Se trata de una frase de Pessoa por boca de su heterónimo Álvaro de Campos: “Todo arte es una forma de literatura, porque todo arte consiste en decir algo”. De ahí se infiere que la literatura consiste en “decir algo”. No hay mucho que oponer, salvo que ese “algo” parece una idea intuitiva llena de baches.

Por ejemplo, la lucha entre las visiones narrativa y descriptiva de la literatura que también ocupa a Pessoa, lleva produciéndose en nuestra cultura desde al menos la Ilustración -de Ephraim Lessing (1729-1781) a Georg Lukács (1885-1971) a Peter Handke (1942), por poner ejemplos-. En cualquier caso, es lícito poner en cuestión una opinión según su origen: Pessoa era un maníaco de la escritura, casi un grafómano, y a ella dedico su vida, incluidos sus afectos. Ecuánime no era y lo mismo la literatura tampoco es el arte supremo.

La escena artística y cultural en el Portugal de principios de siglo da la impresión de ser semejante a la de España con algunas diferencias: si la España de principios del siglo XX era una nación en shock (perdida de Cuba y Filipinas muy a finales del XIX), Portugal tenía ya asumida la independencia de Brasil (1822) y conservaba territorios o enclaves por medio mundo. Era todavía un poco imperial, como aquel que dice. Por otro lado, aunque también el foco artístico de referencia de Portugal estaba situado en Paris, los lazos históricos del país con el Reino Unido hacían que las referencias fueran algo más variadas, sobre todo en el terreno literario.

La base moderna de la que se partía era un simbolismo algo tardío, representado aquí por en A vida. Esperança, Amor, Saudade (1899-1891) de António Carneiro. Normal y corriente, algo perfectamente derivativo que podría haber sido pintado en Escandinavia.

Esta influencia no fue nunca rechazada en términos demasiado categóricos por las subsiguientes vanguardias aunque a principios de siglo se produjo un fenómeno generalizado en Europa, consistente en una admiración hacia los ismos principales de la época, como cubismo o futurismo, pero tratando de buscar cierta originalidad y plantear sus propios ismos. En España y gran parte de Sudamérica podía ser el ultraismo de Vicente Huidobro y Rafael Cansinos-Assens (básicamente literario). En Portugal, el grupo en torno a Pessoa adoptaría el sensacionismo, que venía a resumir otros tres movimientos llamados paulismo, interseccionismo y sensacionismo integral. Siempre las mismas personas, no grupos diferentes.

Esto del sensacionismo parece bastante sencillo: lo que comunicamos y recibimos siempre llega en forma de sensaciones. Vendría a ser una forma de la fenomenología teorizada por Edmund Husserl (1859-1938) y ya tras la muerte de Pessoa por Maurice Merleau Ponty (1908-1961). No se menciona en el catálogo y habría sido una conexión interesante porque la fenomenología sigue estando de plena actualidad.

Los catalizadores de la vanguardia

La exposición se consagra casi totalmente a media docena de artistas y a dos periodos estilísticos muy diferentes: la primera vanguardia y el retorno al orden que caracterizó la posguerra de la I Guerra Mundial y apareció en las recientes exposiciones de Giorgio de Chirico o de Derain, Balthus y Giacometti.

La inmensa mayoría de lo expuesto son obras de José de Almada Negreiros, Amadeo de Souza-Cardoso, Eduardo Viana o Sarah Affonso. Seguramente el más espectacular es Amadeo de Souza-Cardoso. Partiendo de los ismos internacionales, de Souza-Cardoso va desarrollando una panoplia estilística que toma directamente del futurismo, de diversos cubismos, del rayonismo o de figuras concretas como los Delaunay, que vivieron en Portugal unos meses. Todo ello ligeramente modificado.

Está todo muy bien hecho y esas pequeñas (para algunos enormes) variaciones no son algo privativo de Portugal, sino en general de aquellas primeras vanguardias globales en sus manifestaciones locales/nacionales. De hecho, estaría bien una exposición donde se mostraran esas decenas de ismos menores que interpretaban a su modo los ismos mayores.

En cualquier caso, de Souza Cardoso fue a todas luces un pintor muy informado que había vivido ese París mítico y ofreció a su país un espléndido y personal muestrario de versiones de aquellas vanguardias.

Eduardo Viana parece el más influido por los Delaunay y su simultaneismo. De hecho, junto a las de Viana hay varias obras del matrimonio, incluido el boceto de Sonia para el pabellón de Portugal de la Exposición Internacional de Artes y Técnicas de la vida Moderna en París (1937).

Por su parte, el increíblemente proteico Jose Almada Negreiros, cuyo retrato de Pessoa, realizado en 1964 (casi tres décadas tras la muerte del escritor) preside la exposición, es de los que tuvo mayor relación con España. Suya fue la decoración del Cine San Carlos de la calle Atocha en Madrid (hoy discoteca Capital) en 1929, con unos paneles bastante Art Deco de los que se han rescatado algunos. Almada Negreiros también hizo estudios para una eventual decoración del teatro Muñoz Seca y realizó el escenario para Los medios seres, del gran contacto madrileño de todos los vanguardistas que pasaban por la ciudad: Ramón Gómez de la Serna.

Uno de los artistas más sorprendentes es Julio dos Reis Pereira, perteneciente a la segunda vanguardia, como aquí se la denomina. Despues de la mencionada I Guerra Mundial. Reis Pereira mezcla la influencia de los Delaunay con un tipo de figuras grotescas mucho más propias de la nueva objetividad antiburguesa y militante de George Grosz (1893 -1959).

El final de la exposición responde al retorno al orden vía pintores bastante capaces como Mario Eloy, Jorge Barradas o Sarah Affonso, que por alguna razón cayó en los años 30 en un falso naif que no se entiende demasiado bien.

La exposición, además de interesante es entretenida y viene prácticamente guiada por el mismo Pessoa mediante numerosas citas en las paredes (el comisariado es de Ana Ara y João Fernandes). Lo que no aparece en esos vinilos es el completo multi-retrato de sí mismo que ofrece Pessoa en el catálogo, lleno de textos de muchos de sus heterónimos y algún personaje externo.

Él mismo se autodefine como liberal de tipo inglés (de la época), practicante de la astrología y seguramente masón, antisocialista y anticomunista. Todo lo cual no impide su compromiso con unas y otras vanguardias. Y esto da que pensar sobre cómo durante el pasado siglo se fueron identificando la vanguardia política de izquierdas y las vanguardias estéticas. No era así, podías ser una personalidad en lo absoluto progresista en lo político pero definitoria en el terreno artístico.

Pessoa, que acabó muriendo de cirrosis hepática tras una vida de bebedor de aguardiente sin que nadie parezca haberle visto ebrio, nunca se desprendió de su bigotito, de su corbata de lazo un poco caída, de su sombrero, de sus gafas redondas, de sus pantalones enseñando los tobillos.

Una persona que era muchas muy diferentes entre sí, con el factor común de escribir muy bien y no tener miedo a exponer sus ideas. Es una gran ocasión de conocer y mirar aquello de lo que tan poco sabemos.