En la instalación de Lothar Baumgarten (Rheinsberg, 1944) en el Palacio de Cristal del Retiro madrileño hay bastante personal. Y eso que no hay nada que ver, siendo El barco se hunde, el hielo se resquebraja (hasta el 16 de Abril) lo que se llama arte sonoro en su versión más puramente aural o, si se prefiere, ambiental. Lo único que ve el visitante son unos altavoces dispuestos en alto que emiten sonidos provenientes de grabaciones realizadas entre el 2001 y el 2005 en un río Hudson helado.
Que haya una cantidad apreciable de ciudadanos dispuesta a dedicarle un buen rato a escuchar esos sonidos tiene que ver con que, verdaderamente, el Arte Sonoro es para todos los públicos. Pero también con la sensible decisión de haber dispuesto sillas de lona negra que contrastan con lo blanco y transparente del Palacio de Cristal. Un argumento clásico de por qué en las galerías y museos de arte contemporáneo no hay donde sentarse viene a decir que, si se ponen esos asientos, igual la gente los confunde con obras. Aparte de que ese razonamiento (muy real) tenga algo de morboso, el caso es que la gente entiende que un asiento, obra o no, está para sentarse, sea una silla vulgaris como las presentes o una chaisse longe del artista austriaco Franz West. Y se sienta y escucha.
Pocos de los sentados van a quedarse las dos horas que dura la pieza, pero es que tampoco resulta necesario. No hay un desarrollo lineal discernible, de modo que la duración la decide cada uno según su interés y su propia medida del tiempo suficiente. En cuanto a lo que suena, un río y el hielo, es cierto que ya la neozelandesa Annea Lockwood realizó un amplio paisaje sonoro de ese río Hudson (1982) y que Chris Watson trató los sonidos del hielo de forma mucho más espectacular e inquietante en su A journey South de 2010. Esto no quita valor a Baumgarten, pero no sobra saberlo.
Como tampoco que Baumgarten piensa que la espacialización consiste en la emisión de sonidos distintos desde diferentes altavoces, cuando hoy en día suele entenderse por espacialización la aparición virtual de un sonido en el espacio sin una referencia directa a su(s) punto(s) de emisión: los altavoces. Pero bueno, tampoco es cosa de pedirle a un artista que explote todas la posibilidades técnicas de un medio. Por cierto, salvando el hecho de que aquello está lleno de plantas, El barco se hunde, el hielo se resquebraja tiene una relación directa, aunque algo menos elaborada, con In situ, la muy reciente instalación de Josue Moreno y Otso Lähdeoja en el también acristalado Jardín de invierno de Helsinki. No obstante, a un nivel de pura escucha El barco se hunde, el hielo se resquebraja funciona muy bien. Los sonidos resultan interesantes y puede decirse que abstractos por muy concretos que sean, el volumen no es estentóreo y al surgir el sonido de muchos lugares se genera una sensación de tranquila expectativa.
Un díptico sin pies ni cabeza
Lo que no tiene ni pies ni cabeza es la argumentación de la obra que puede leerse en un díptico repartido en la entrada. Está claro de dónde viene: de los mencionados hielos del río Hudson. Hasta aquí bien. Pero que esos ruidos de un río helado del norte de EEUU guarden alguna relación con el hecho de que el Palacio de Cristal se construyera para la exposición sobre las islas Filipinas de 1887, que en aquel momento no era la última colonia española, como se deja entender con la mayor audacia y sin que nadie lo corrija (Cuba también lo sería hasta 1898), no parece nada intuitivo.
Por otra parte, se nos cuenta que estos sonidos helados constituyen una analogía tonal del devenir de los mercados de valores, de la especulación disparada y su correspondiente crecimiento ilimitado. Lo cual tiene que ver con su impacto sobre los cambios del clima global. En fin, con ser todo esto cierto ¿de verdad se espera que la reflexión que provoquen estos sonidos de la intemperie sea una gráfica bursátil?
También se nos informa de que el ruido del hielo se parece al del vidrio quebrándose y que eso crea un entorno donde la amenaza de colapso parece evidente. La asociación de sonidos no es muy aventurada pero los presentes en el Palacio de Cristal no tenían mucho aspecto de sentirse amenazados por su inminente derrumbe. Casi al contrario, no parecían preocupados en lo absoluto y sí bastante relajados. Excepto para llamarle la atención a quienes traían su propio ruido en forma de cháchara a voces.
El dicho minimalista de que menos es más, también puede aplicarse a las palabras: a veces demasiadas aclaraciones conducen a la confusión. Algo como El barco se hunde, el hielo se resquebraja tampoco lo necesita. Estos son aditamentos literarios traídos por los pelos y en algún aspecto erróneos, que no potencian una reflexión lógica y detraen de la experiencia directa. Que, en casos como el presente, es lo fundamental.
Baumgarten llegó a un amplio conocimiento público a mediados de los años 70 del pasado siglo por su tratamiento artístico-conceptual de cuestiones entre etnográficas y sociológicas. Con referencias al Amazonas, al Descubrimiento, a lo originario casi perdido y al presente en peligro inmediato… En España esto se comprobó durante su exposición Autofocus Retina (2008) en el MACBA de Barcelona, todo un hito. Pero el hecho de que sea un artista muy valioso y originador de una rama de lo conceptual, tampoco significa que la relación entre la conceptualización del objeto (sonoro) y la experiencia del objeto mismo vayan de la mano. En este caso la reflexión opera sobre la obra de forma contra-intuitiva. Llegado el caso, mejor escuchar y solo después leer.